Transparencia Política
Junio de prensa No todos sus lectores saben que Eduardo Galeano … a los catorce años trabajaba como mensajero de un banco donde preparaba café y después lo hervía para provocarle diarrea al director. Jaime Avilés 190409 Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com Ayer lunes, pasando la cero horas, me llegó por primera vez en directo, por WhatsApp, […]
16 de junio de 2020

Junio de prensa

No todos sus lectores saben que
Eduardo Galeano … a los catorce
años trabajaba como mensajero
de un banco donde preparaba café
y después lo hervía para provocarle
diarrea al director. Jaime Avilés 190409

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Ayer lunes, pasando la cero horas, me llegó por primera vez en directo, por WhatsApp, el diario Rumbo Nuevo, donde publico mi columna Transparencia Política.

Me hizo recordar lo que el domingo 27 de octubre de 1996 publicó Eduardo Galeano en La Jornada: Elogio de la prensa. Alberto Villagra era un glotón del diario. A la hora del desayuno, las noticias, recién salidas del horno, le crujían en las manos.

Una mañana juró:
—Alguna vez voy a leer el diario arriba de un elefante.
Y juntó dinero hasta que pudo viajar a la India y se sacó las ganas. No consiguió desayunar a lomo de elefante, pero pudo leer un diario de Bombay sin caerse de allá arriba.

Helena, la hija, también es diarómana. El primer café no tiene aroma, sabor ni sentido sino ha llegado acompañado por el diario del día. Y si el diario no está, de inmediato aparecen los primeros síntomas, temblores, mareos, tartamudeos, del síndrome de abstinencia.
El testamento de Helena pide que no le lleven flores a la tumba:
—Llévenme el diario —pide.

Y lo recuerdo porque en este espacio de Rumbo Nuevo me he declarado papironauta. Me gusta viajar por el papel y la tinta. El oficio me ha hecho cibernauta, pero ni al olor a los libros ni a los periódicos he renunciado. Diariómano, diría Galeano. Papirómano, yo.

Mi esposa y mis hijos han sido testigos de esta papirofilia cuando en las maletas, de regreso, van varios kilos de periódicos del viaje. Durante mucho tiempo la he guardado, pero poco a poco me he ido desprendiendo de esa hemeroteca.

Colegas en viajes de trabajo también me han visto comprar en las esquinas o recoger en los lobbies de los hoteles los diarios y revistas. Leerlos y meterlos al equipaje.

Algunos ejemplares los conservo. Como esas ocho columnas de primera plana (principal y portada dicen los nuevos periodistas) del Diario de Yucatán señalando que esa entidad es el asilo de los narcos.
O aquel ejemplar que me entregan al último en un puesto de Córdoba, Veracruz. —¿Qué periódicos tiene? —pregunto a la señora. Y me dice que seis, mientras empieza a darme El Dictamen, Diario de Xalapa, Diario del Istmo, La Opinión de Minatitlán y no recuerdo cual más, creo que el Diario El Mundo, de ahí, de Córdoba. Cinco en total. “¿Y el otro? —pregunto mientras extiendo un billete de 200 pesos.
—Éste es —me responde mientras saca debajo del mostrador un ejemplar y me lo entrega. Y sí, el periódico se llama El Otro. Como el periódico que soñó hacer Gabriel García Márquez con el dinero que recibió con el Premio Nobel de Literatura. No sé si todavía circule, en Veracruz, ese El Otro, pero Gabo vio que el dinero del Premio Nobel no sería suficiente para un periódico como él quería, pero sí para un semillero de periodistas: la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano.

También dudo en desprenderme de algunos ejemplares del L’Osservatore Romano, de los años 80 del siglo pasado. Así como de las revistas Verde Olivo, de Cuba, y Siempre!, de José Pagés Llergo, un poco más antiguas.

Ya muchos de mis libros los he donado y esperan ser colocados en la biblioteca que ha proyectado Jorge Alberto Javier Quero, en Rumbo Nuevo, y otros esperan ser llevados a una biblioteca pública.

En todo esto pienso, reflexiono y escribo para librarme del síndrome de la cabaña, por los más de 3 meses de este confinamiento hogareño por la pandemia del Covid-19, que me ha permitido revisar viejos periódicos, revistas y libros y acostumbrarme a las redes sociales, a la información en la alfombra mágica, mientras le hago un poco al psicólogo con las fobias, filias y síndromes de otros. Releo mis textos sobre prensa y las subo a las redes. Adelanto a mis libros.

Mucho de lo que escribo sirve para la novela: La falta de fluidez y ritmo en el habla, la disfemia que desde pequeño ocultó con mantenerse callado, como si escuchara o pusiera atención, si bien no le impidió comunicarse con otros sí le fue creando una inadaptación social que se reflejaba en un odio silencioso contra quienes le rodeaban, cuando ya nos los consideraba útiles a su ambición. A falta de palabras fluidas recurría a la violencia.

Recibir desde las primeras horas del día el Rumbo Nuevo mejorará un poco la “normalis novum”que ha mutado muchas costumbres, entre ellas la de hojear y ojear el diario, principalmente en los días que publico; y guardar las columnas en papel.

Y, ya ven, hasta recordamos a Galeano y sus Ventanas, breves relatos en la sección cultural de La Jornada, algunos de los cuales fueron publicados en el libro Bocas del tiempo, por Siglo XXI Editores.

Ese Galeano del que dijo Jaime Avilés: No todos sus lectores saben que Eduardo Galeano en realidad se llama Eduardo Hugues Galeano, o que nació un 2 de septiembre, o que a los catorce años trabajaba como mensajero de un banco donde preparaba café y después lo hervía para provocarle diarrea al director.

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