Heberto Taracena Ruiz
La juventud del corazón,
una fecha sin año,
puede estar irrigada
por hojas encendidas,
de par en par;
o encerrarse al indicio
de láminas selladas.
Cumple pulsando
el vaivén que la vida
le demanda,
a la mesura justa
de sentir que el oxígeno
le concelebra
con un sabor
recóndito y profundo.
No está para la muerte
aunque la parca toque,
destartalada,
con la puntualidad
de su presencia.
El corazón regala
respiros a la vida,
de domingos a sábados.
Al tictac de segundos
aumenta su compás,
y no habrá circunstancia
por la que baje
de su butaca comba.
A veces se abre,
el corazón,
en pequeñas esquirlas
de contento,
que acopia en recipientes
placenteros.
Otras tiende a cerrarse
´pero no afloja
su trabajo de riego
inacabable,
lo mismo día soleado
que noche en la orfandad
de luceros y luna.
Con qué palabras
agradecer al corazón
sus dones,
si entre la luz y oscuridad
columpia.
Cómo ir a sus ventanas
para facilitar el recorrido
que, desde húmedo sitio,
reverdece a la vida.
Cunduacán, Tab., a 2 de marzo de 2022