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Tristeza y esperanza Todo está muerto En esta cueva ni siquiera vive la muerte. José Emilio Pacheco Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com Nunca, como en estos más de cuatro meses confinado, he estado más cerca de la vida y de la muerte; que son iguales: sólo una transición. La luz del día renueva la esperanza, que por […]
20 de julio de 2020

Tristeza y esperanza

Todo está muerto
En esta cueva ni siquiera
vive la muerte.
José Emilio Pacheco

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Nunca, como en estos más de cuatro meses confinado, he estado más cerca de la vida y de la muerte; que son iguales: sólo una transición.

La luz del día renueva la esperanza, que por las noches ponemos en las Manos del Dios de misericordia. Y me lo acaban de recordar los amigos de Foro Artístico y Cultural de Tabasco, que el jueves 16 festejaron con Carmen de Mora —ella en el infinito— sus primeros cien años de vida.
Con la poeta recordé: Cuando el sol se levanta/ me ayunto con la vida./ Por las noches/me acuesto con la muerte.

Y también me llega, de Carmen de Mora, en estos días:
Sólo tengo una vida
y se me muere
con el silencio gris
con que agonizan
las rosas en la tarde.
voy a morir
de mi presente amargo,
y a desgarrar el vientre
del recuerdo
para volver a ser
mínimo y blando.

Claro que Gerardo Bravata, Alma y Paloma Rives, Eduardo Broca, Norma Cárdenas y Claudia Cecilia Gómez del Rosario, las voces del recital virtual —por la pandemia— no leyeron la tristeza del poema de Carmen de Mora, pero… estos días.

Destacó en el recital del centenario de natalicio de Carmen Vázquez de Mora la lectura de varios sonetos. Ella algo sabía de esta poesía: El potro del soneto se apercibe/ de las catorce riendas que lo aguantan. / Todas, a cinta métrica, le imantan/ y en dominio de fórmula se exhibe.

Estos días, los versos que mencionan la muerte, nos atan a la vida. Carmen de Mora no fue sólo un verso al sol, a nuestros ríos, también al gris de la tristeza. La entiendo, con su esposo Manuel R. Mora, ambos poetas, en su permanente presencia en el dolor de Tomás Díaz Bartlett, que él troca en entusiasmo, postrado físicamente y que nos dejó su gris en poemarios que nuestro amigo Jorge Priego Martínez reunió en el libro Yo que tengo más muerte se los digo, colección poética recopilada que Jorge nos presentó el 21 de enero de 2009.

Dejo sólo esto de mi paisano de Tenosique: “A veces/ cuando me acuesto a remontar mi sangre/ y veo/ que de mi árbol genealógico/ soy la parte que duele,/ le digo a mi tristeza…”.
Juego de tristeza y esperanza el de esta espera en la que, ya dije con Jaime Sabines, en otra entrega periodística, aquí en este espacio de Rumbo Nuevo: Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.

Regreso hoy a su poema “Que costumbre tan salvaje”: Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?

Y este lunes también José Carlos Becerra parece hablar de esta tragedia que nos une: Ahora esta palabra,
cuando la ciudad llena de humo y polvo en el poniente
se levanta de los parques con su aliento de enferma,
cuando las calles abandonadas comen sentadas sus propias yerbas igual que ancianas en aptitud de olvido,
cuando el tranvía del anochecer se detiene atestado en una esquina y sólo baja una muchacha triste.

Y, más en “La mujer del cuadro”: a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda/ baila en tus ojos,/ ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,/ ya el tufo de la crucifixión/ no te hace taparte la nariz de niña.

Con otras voces, de fuera, más allá del meridiano de la poesía que dijera Carlos Pellicer, me ahonda la tristeza de estos días de Covid. Me entero del aumento de las cifras del contagio y de muertes, para decir con César Vallejo:
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Tristeza con William Shakespeare: Cuando haya muerto, llórame tan sólo/ mientras escuches la campana triste,
Quizá esperanza con Dylan Thomas: Y la muerte perderá su dominio. / Los muertos desnudos serán un solo muerto.
Espera, esperanzada, en los versos que hoy traigo de Mario Benedetti:
Por lo común la muerte
es solamente un niño
de cara triste
un niño
que sale de la noche
sin motivo
sin miedo
sin fervor
un pobre niño viejo
que deja caer su mano
sobre mi corazón.

Con Xavier Villaurrutia, la muerte es el agua de Muerte sin fin, de José Gorostiza y si esta toma la forma del cuenco que la arropa, aquella se adueña del entorno nuestro: La muerte toma siempre la forma de la alcoba que nos contiene. Es cóncava y oscura y tibia y silenciosa, se pliega en las cortinas en que anida la sombra, es dura en el espejo y tensa y congelada, profunda en las almohadas y, en las sábanas, blanca. Los dos sabemos que la muerte toma la forma de la alcoba, y que en la alcoba es el espacio frío que levanta entre los dos en muro, un cristal, un silencio.
Con Elias Nandino, me pregunto y entiendo:
—Qué es morir?
—Morir es
Alzar el vuelo
Sin alas
Sin ojos
Y sin cuerpo,

Pero, así como me ayunto en la mañana con la vida y en la noche me acuesto con la muerte, como dijo Carmen de Mora, también me llega la pregunta con Salvador Díaz Mirón:
Soy un cadáver, ¿cuándo me entierran?
Soy un viajero, ¿cuándo me voy?
Soy una larva que se transforma.
¿Cuándo se cumple la ley de Dios,
y soy, entonces, mi blanca niña,
celaje y ave, lucero y flor?
Hoy, empecé y termino con versos de José Emilio Pacheco:
Todo está muerto/ en esta cueva ni siquiera vive la muerte.

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