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No miramos el Covid-19 Pienso que todos estamos ciegos Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran. José Saramago/ Ensayo sobre la Ceguera Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com Filosofo sobre la pandemia y nuestro encierro voluntario en casa. Otra cosa fuera si la mano firme hubiese obligado al confinamiento total ¡tan sólo 15 o veinte días! […]
10 de julio de 2020

No miramos el Covid-19

Pienso que todos estamos ciegos
Somos ciegos que pueden ver,
pero que no miran. José Saramago/
Ensayo sobre la Ceguera

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Filosofo sobre la pandemia y nuestro encierro voluntario en casa. Otra cosa fuera si la mano firme hubiese obligado al confinamiento total ¡tan sólo 15 o veinte días! Ya habríamos regresado realmente a la nueva normalidad. Al “novalis novum obratorum”.

Comienzo con algunas frases del portugués Saramago: “Todos los días se comienzan cosas, pero, tarde o temprano, todas acaban. Las personas nacen todos los días, sólo de ellas depende seguir viviendo el día de ayer o empezar de raíz y desde la cuna el día nuevo, hoy… Es una estupidez perder el presente sólo por el miedo de no llegar a ganar el futuro”.

El Covid-19 nos ha dado una gran lección. Nadie aprende en cabeza ajena y no podemos convencer a los suicidas en potencia que hoy y ayer han llenado las calles —y las seguirán llenando retando a Dios— pero también han llenado hospitales y panteones.

Saramago lo dice claramente: “He aprendido a no tratar de convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización de la otra”.

Ese, es el repudio. A nadie le gusta que le digan lo que debe hacer. Siente que colonizan su territorio personal. Por eso he aprendido entre mis hermanos de punto geométrico que “al loco se le ata” para que no se dañe. Y en esta pandemia de coronavirus ha nadie se le ha atado. Cada quien ha decidido su vida; mejor dicho, su muerte. Y por eso el virus sigue matando gente. A los de la calle y a sus víctimas, los que estos irresponsables han contagiado.

Estos días reconozco que ciertamente no quedamos ciegos, estamos ciegos ante una realidad que no queremos ver, por miedo.

Y me llega Francisco de Quevedo —mi único soneto que hasta ahora he escrito lo hice a su estilo, y fue sobre la esperanza en esta pandemia—, y me hace entender que no es el virus el que provoca espanto para algunos, y a otros los tiene sin cuidado; y hasta niegan que exista, sino que nos perturban las “opiniones engañosas” que tenemos de esa realidad cruentan que todos los días nos cerca.

Lo dice uno de los grandes del Siglo de Oro de las Letras de España: No son las cosas mismas/ las que al hombre alborotan y le espantan,/ sino las opiniones engañosas/ que tiene el hombre de las mismas cosas:/ como se ve en la muerte,/ que, si con luz de la verdad se advierte,/ no es molesta por sí, que, si lo fuera,/ a Sócrates molesta pareciera:/ son en la muerte duras,/ cuando, necios, tememos padecella,/ las opiniones que tenemos della;/ y siendo esto en la muerte verdad clara,/ que es la más formidable y espantosa,/ lo propio has de juzgar de cualquier cosa.

Y agrega esa versión parafrástica de Quevedo en el apéndice reciente del Enquiridión de Epicteto, obra que en su tiempo tradujo: “Por eso debes advertir en todo/ que quien por su maldad o su desprecio/ al otro culpa, es necio:/ que quien se culpa a sí, y a nadie culpa,/ ya que no es ignorante,/ es solamente honesto principiante;/ mas el varón que ni a sí ni a otro acusa,/ en cualquiera trabajo o accidente,/ es el sabio y el bueno juntamente”.

Ciegos no queremos ver la realidad de esta enfermedad que es el primer azote de la humanidad en el siglo XXI, pero buscamos culpables y chivos expiatorios, lo que también da pie para otras entregas periodísticas, Otras reflexiones, intramuros. Aislado del virus y de los fanáticos políticos.

La misma sociedad quiere ofrendar a los dioses a las víctimas propiciatorias que calmen este moderno jinete del apocalipsis. Pero esto lo seguiremos el lunes 13, dos días antes de los idus de julio, DM.

Termino este viernes nostálgico, de reflexión y filosofía, cambiando la ceguera que aborda Saramago como símbolo de nuestra realidad. Uso su texto y sólo cambio el vocablo ciego, por la palabra muerto. “Me voy a acostar, debió de decir, la casa estaba ahora silenciosa, sobre la mesa se veían los libros dispersos, Qué será esto, pensó, y de pronto sintió miedo, como si también él fuera a quedarse muerto en el instante siguiente y lo supiera ya. Contuvo la respiración y esperó. No ocurrió nada. Ocurrió un momento después, cuando juntaba los libros para ordenarlos en la estantería. Primero se dio cuenta de que había dejado de verse las manos, después supo que estaba muerto”.

Y es cierto. Callada puede llegar la muerte a nuestro cuartel, mientras escribimos, leemos, ordenamos libros, fotos, archivos. Y quizá no nos demos cuenta que ya no estamos vivos, que hemos pasado a ser parte de la estadística, si acaso algún Caballo de Troya rompió el cerco de nuestra muralla; o porque hasta allí estaba de largo el hilo de esta vida, para vivir en la vida eterna. Y estaremos muertos sin mirar que lo estamos pues veremos todo lo que a veces nos ata, lo que no queremos desprender de lo que realmente somos.

Que el virus no les llegue, queridos lectores.

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