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Tomarlo con calma Dios, dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar; Valor para cambiar las cosas que puedo; y sabiduría para conocer la diferencia Erwin Macario El sábado 2, por muerte natural, después de intervención quirúrgica, inhumaron a mi amigo Armando Sánchez Gómez. No pude estar con él físicamente sus últimos […]
4 de mayo de 2020

Tomarlo con calma

Dios, dame la serenidad de aceptar
las cosas que no puedo cambiar;
Valor para cambiar las cosas que puedo;
y sabiduría para conocer la diferencia

Erwin Macario
El sábado 2, por muerte natural, después de intervención quirúrgica, inhumaron a mi amigo Armando Sánchez Gómez. No pude estar con él físicamente sus últimos días, pero la marca azul en su chat me alegraba: me había leído o le habían leído mis columnas. Hasta mi intento de soneto, Esperanza, conoció. Tras su operación me agradeció mis oraciones por su salud.

Hoy, como todos mis muertos, todo lo sabe. Alegre obrero del Dios, como cada quien lo concibe, fue un servidor, un mensajero de la sobriedad. Y así lo recuerdo mientras me protejo, en mi casa, fuera de la calle, de la pandemia. 55 días, ya hoy lunes, resguardado y a salvo. Leyendo de la vida y su contraparte.

Mañana serán ocho martes de encierro conmigo mismo. Viendo la vida afuera y dentro de la casa. Merry sigue siendo la señora de casa. Nada ha faltado. Todo sanitizado. Mis hijas Reyna Kristell y Guadalupe Anahí siguen trabajando, aunque ahora desde casa, en la misma rama de la información. Kris es nuestro contacto físico con el mundo. La que sale de compras.

Esta semana la casa se llenó de sol con la presencia de los nietos. Isela, mi nuera, y Kris trajeron a Rommelito y Valentina mientras llevaban a Andrick a revisión médica. Todo bien. Erwin Rommel, médico, es uno de los soldados en el combate contra el virus. Tampoco lo vemos.

Los libros, las películas, los grupos de chat, me liberan del síndrome de la cabaña y me preparan contra la agorafobia, el miedo natural que algunos sufren después de un encierro prolongado.

La internet me mantiene informado de lo que pasa afuera y no me intimida porque trato de tomarlo en calma. He aceptado la necesidad de permanecer a salvo en el hogar; acepto que todos somos impotentes ante esta terrible epidemia y dejo de pensar si es biológica o creada en laboratorios. No me interesa saber si el huevo fue primero. Reconozco mi devastadora fragilidad.

Así, llego al convencimiento que todo está en la Misericordia del Dios de mi corazón, como yo lo comprendo. Sólo él puede devolvernos el disfrute de la vida, aunque entiendo que todo será diferente. Se opera un cambio de nuestras rutinas. Renunciar a la indiferencia, las fantasías de la autosuficiencia, los prejuicios y la oposición obstinada, hará mucho en lo que viene después.

Estoy aprendiendo, en estos días, a tomar todo con calma. A descansar y no preocuparnos del pasado o del futuro. Sólo vivir.

Afuera la vida sigue y sigue la muerte. Pasa menos gente por la calle y aunque algunas no llevan cubrebocas, no les tomo fotografía. Ya no las subo a redes. Son parte de la inmunidad colectiva que en otros países han tenido un alto costo en vidas, pero que hacen que el coronavirus llegue a su punto cumbre y empiece a descender.

Ante las altas cifras de bajas en esta guerra —bajas que no podemos ocultar, cadáveres que no podemos retirar en la noche— iba hoy a escribir sobre ese alto costo de la pandemia.

Tenía ya el epígrafe:
A gran distancia el chirrido lúgubre
de carros que atravesaban llenos de
cadáveres… todo eso se reproduce
hoy en mi memoria con colores vivísimos
y me hace estremecer. Guilermo Prieto

No. El viaje de mi amigo al infinito me hace hablar de la vida, de lo que viene después del coronavirus.

Queda pendiente el tema de cómo llego a México, en 1833, el cólera morbus. Venía de Europa aunque no, como ahora, en avión.

Leo: “Se produjo una cuarentena en Quebec para evitar el contagio, pero la llegada de miles de emigrantes hacia esa zona rompió el cordón sanitario establecido; la Constantia arribó a Gross Isle —cerca de Quebec— el 28 de abril con 170 pasajeros a bordo, e informó que habían ocurrido 29 decesos durante el viaje, producidos por el cólera. Otras tres naves habían llegado en condiciones similares La Robert, Elizabeth y Carricks.”

Lo tomo con calma: “América se veía sometida a la primera invasión de la enfermedad. El mal se extendió hasta la ciudad de Nueva York. Las rutas de navegación contribuyeron al desarrollo de los contagios; de Nagodoches pasó a Brazos y de ahí a Tampico. De España la enfermedad había sido llevada a La Habana, más tarde a Campeche y poco después a Yucatán; hacia el norte y sur de la República, el mal se propagaba”.

Guillermo Prieto narró: “Lo que dejó imborrable impresión en mi espíritu, fue la terrible invasión del cólera en aquel año. las calles silenciosas y desiertas en que resonaban a distancia los pasos precipitados de alguno que corría en pos de auxilios; las banderolas amarillas, negras y blancas que servían de aviso de la enfermedad, de médicos, sacerdotes y casas de caridad; las boticas apretadas de gente; los templos con las puertas abiertas de par en par con mil luces en los altares, la gente arrodillada con los brazos y derramando lágrimas…”.

Pero, hoy, la vida se enseñorea sobre la muerte. El ejército de la salud vencerá por encima de todo. Tomemos en calma y volveremos a la calle sin el síndrome de la cabaña ni agorafobia.

Descansa en paz, amigo Armando. Tú verás esto desde otro plano.

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