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Poesía para la cuarentena Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. Antonio Machado/ A un olmo seco Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com Ayer lunes, 13 de abril, mi ocupación principal fue la poesía. Alimenta el espíritu la voz amiga de los poetas. Y escudriñé también lo que he […]
14 de abril de 2020

Poesía para la cuarentena

Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Antonio Machado/ A un olmo seco

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Ayer lunes, 13 de abril, mi ocupación principal fue la poesía. Alimenta el espíritu la voz amiga de los poetas. Y escudriñé también lo que he narrado cuando la memoria de Carlos Pellicer los ha reunido en Villahermosa.

Esto es parte de lo que escribí en febrero de 2011: Desde la mesa que ayer ocupé, al mediodía, miré pasar a esos poetas jóvenes, sangre nueva y espíritu naciente que diría el malogrado poeta Pedro Méndez Burgos.

¿No estarán frente a mí las voces de la poesía del futuro?, me pregunto.

Y leo de nuevo los versos de Hazzel Yen. Es muy difícil conseguir otros. Los poetas consagrados no traen libros. Los jóvenes no traen copias: “Guarde el último cielo en mi garganta,/ y lo mezclé con la ponzoña de la noche,/ para enervar a cualquier ser/ que intentase nacer de mis silencios”.

Alas prestas al vuelo.

Otras les guían. Vuelvo al poema “Mi gato quiere ser poeta”, del poeta periodista Mario Meléndez: Mi gato quiere ser poeta/ y para ello/ revisa todos los días mis originales/ y los libros que tengo en casa/ Él cree que no me doy cuenta/ es demasiado orgulloso/ para dejar que le ayude/ Lleva consigo unos borradores/ en los que anota con cuidado/ cada cosa que hago y que digo/ Ayer no más, en uno de mis recitales/ apareció de incógnito entre la gente/ vestía camisa a cuadros/ y mis viejos zapatos rojos/ que no veía hace tiempo/ Al terminar la función/ se acercó con mi libro en la mano/ quería que lo autografiara/ y para ello me dio un nombre falso/ un tal Silvestre Gatica/ Yo le reconocí de inmediato/ por sus grandes bigotes y su cola peluda/ pero no dije nada/ y preferí seguirle la corriente/ Luego me deslizó bajo el brazo/ uno de sus manuscritos/ “Léalos cuando pueda, Maestro” me dijo/ y se despidió entre elogios y parabienes/ Y sucedió que anoche/ y como no lograba dormir/ levanté con desgano aquel obsequio/ para darle una mirada/ Era un poema de amor/ un hermoso poema de amor/ dedicado a Susana/ la gatita siamés/ que vivía a los pies del sitio/ Parecía un texto perfecto/ tenía fuerza y ritmo e imaginación/ y todos los elementos necesarios/ para decir que era un gran poema/ y sin duda era un gran poema/ un poema como pocas veces había leído/ Entonces me entró la rabia/ y la envidia y la cólera/ y me pilló la madrugada/ con el texto entre las manos/ sin atreverme a romperlo/ o hacerle correcciones. / Que Dios me perdone por esto/ pero no veo otra salida/ mañana echaré mi gato a la calle/ y publicaré el poema.

Acá en Tabasco, desde la seguridad de mi confinamiento para evitar el coronavirus, no puedo olvidarme de afuera y hoy quiero preguntar, con Pablo Neruda: ¿No sientes también el peligro/ en la carcajada del mar?

Yo estoy a salvo, pienso. Y con Mario Benedetti, en su poema Esta es mi casa:
Y yo no sabré dónde guarecerme
porque todas las puertas dan afuera
del mundo.

También con él repito: uno se siente vivo/ y cuando digo esto/ quiero decir contar/ aunque sea hasta dos/ aunque sea hasta cinco/ no ya para que acuda/ presurosa en mi auxilio/ sino para saber/ a ciencia cierta/ que usted sabe que puede/ contar conmigo.

Y con Octavio Paz: Es una calle larga y silenciosa. /Ando en tinieblas y tropiezo y caigo/ y me levanto y piso con pies ciegos/ las piedras mudas y las hojas secas/ y alguien detrás de mí también las pisa:/ si me detengo, se detiene;/ si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie. /Todo está oscuro y sin salida,/ y doy vueltas en esquinas/ que dan siempre a la calle/ donde nadie me espera ni me sigue,/ donde yo sigo a un hombre que tropieza/ y se levanta y dice al verme: nadie.

De Bertolt Brecht: No os dejéis seducir:/ no hay retorno alguno./ El día está a las puertas,/ hay ya viento nocturno:/ no vendrá otra mañana./ No os dejéis engañar/ con que la vida es poco./ Bebedla a grandes tragos/ porque no os bastará/ cuando hayáis de perderla./ No os dejéis consolar./ Vuestro tiempo no es mucho./ El lodo, a los podridos./ La vida es lo más grande:/ perderla es perder todo.

De Jorge Luis Borges: “En el Oriente se encendió esta guerra/ cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra./ Como el otro, este juego es infinito”.

En casa queda alimento y me entristece recordar la Nana de las cebollas, del español Miguel Hernández Gilabert:
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Y, con él mismo, me llega el dolor de lo que ha sido y puede ser: “Sentado sobre los muertos/ que se han callado en dos meses, / beso zapatos vacíos/ y empuño rabiosamente/ la mano del corazón/ y el alma que lo mantiene.”

Alguien, un día, escribirá con versos lo que hoy narro en prosa mientras me escondo y leo, y reflexiono que mañana hemos de vernos y celebrar el milagro de la primavera que dijera Machado.

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