Transparencia Política
El poder de AMLO El tirano es el que se mete contra las leyes a gobernar según ellas; y el déspota es el que se hace superior a las mismas leyes. Así el tirano puede dejar de ser déspota; pero el déspota es siempre tirano. Jean- Jacques Rousseau. El contrato social Erwin Macario erwimacario@hotmail.com En […]
15 de julio de 2019

El poder de AMLO

El tirano es el que se mete contra las
leyes a gobernar según ellas; y el déspota
es el que se hace superior a las mismas leyes.
Así el tirano puede dejar de ser déspota;
pero el déspota es siempre tirano. Jean-
Jacques Rousseau. El contrato social

Erwin Macario
erwimacario@hotmail.com
En 1929, el año que nace el PRI (su génesis el Partido Nacional Revolucionario) como un freno para el caudillismo, el escritor mexicano Martín Luis Guzmán inaugura en México, con La sombra del Caudillo, la saga de la novela de dictadores que llega —según mis pocas lecturas— al clímax de la ficción histórica, en Hispanoamérica, con El recurso del método, del cubano Alejo Carpentier, en 1974.

Pienso, —luego escribo, completaría el clásico—, esto ante indicios cotidianos que si bien —Dios nos libre— no tienen la ominosa amenaza de una sombra de tragedia, de infortunio nacional, de fatalidad histórica, como la que dibuja el también autor, —un año antes, 1928—, de El águila y la serpiente, sí podría confirmar —también Dios nos libre— el epígrafe principal de la también ficción La silla embrujada. Historia de la corrupción en México, 1987, de Carlos Elizondo Alcaraz, cuyo apellido de madre menciono para que no piensen en Carlos Elizondo Mayer-Serra, ex consejero independiente de Pemex, y líder nacional de los gasolineros, que renunció y señaló que la refinería de Dos Bocas es inversión de baja rentabilidad.

“México debe de evolucionar apoyado por Pemex, no por la nostalgia de lo que se puede creer que fue. Yacimientos gigantes como Cantarell y Ku-Maloob-Zaap, han financiado el gasto público; y no se trata de que ahora los mexicanos financiemos inversiones de baja rentabilidad”, escribió en su cuenta de twitter un día antes del 10 de mayo.

Decía, pues, que sería terrible que con Andrés Manuel López Obrador se volviera a confirmar la frase de Emiliano Zapata que Elizondo el novelista usa para tejer en torno a que el héroe agrarista se negó sentar en la silla presidencial porque hacía persona mala a quien en ella se sentara.

Brujería o no, AMLO no ha podido fincar bases firmes para caminar en la Cuarta Transformación anunciada desde su campaña.

La férrea oposición al cambio y la inercia política heredada le hacen ver como un presidente que, si bien mantiene el liderazgo social que lo llevó a la Presidencia de la República, tiende a la mutación histórica de quienes ascienden al poder, que en su caso es más notorio por su propio origen ligado al pueblo y al conocimiento de campo de sus necesidades.

Si el PRI, con Plutarco Elías Calles, nació para contener a los militares pretorianos, caudillos de la Revolución matándose por el poder, y para mantener la estabilidad política al través de la democracia —burlada con mayor daño desde la usurpación de los tecnócratas a partir de Miguel de la Madrid—, el presidente AMLO tiene en su propio partido, Morena, y muchos de sus aliados de última hora —gran parte de ellos integrantes de gabinete y equipo transitorio, como se ve con los cambios disfrazados de renuncias y denuncias en vez de ceses— un fuerte escollo.

Si a nivel doméstico le gusta se le compare con los grandes iniciadores de las tres grandes transformaciones que México ha tenido como país —independencia, revolución y reforma—, bien se puede —ojo, panegiristas— revisar las coincidencias y diferencias con quien regresó a Roma la práctica de la dictadura, ya no por seis meses por causas graves de crisis política y económica, como era costumbre en los romanos, sino como dictador primero por diez años y después perpetuo, aprobado por un Senado con miedo a las represalias de quien había llegado con la fuerza de un ejército conquistador, Julio César.

No podía sino un dictador resolver las grandes divisiones políticas y los atropellos al pueblo romano. Caudillo guerrero al poder, contrario a la lucha de un líder social que podría demostrar fallida la frase del propio Martín Luis Guzmán: «nos consta a nosotros que en México el sufragio no existe: existe la disputa violenta de los grupos que ambicionan el poder, apoyados a veces por la simpatía pública. Ésta es la verdadera Constitución Mexicana; lo demás, pura farsa.”

Los hechos recientes del gobierno de AMLO muestran que tan difícil es colocar mojoneras en los límites del poder. De líder social, lo he escrito ya en este espacio, se pasa fácilmente a caudillo y se entroniza el gobernante —más si tiene mayoría de simpatía pública— en dictador para resolver los problemas por encima de las instituciones, como avasallando al Senado lo hizo el gran Julio César.

Nada más que es muy delgada la raya entre uno y otro personaje cuando se sienta, como es el caso nuestro, en la llamada silla embrujada. De dictador y autócrata puede fácilmente pasarse a tirano, a gobernante déspota.

Tampoco hay mucha diferencia en el ejercicio del poder, cuando se busca el bienestar común, entre un dictador y un tirano. Cuestión de analizar la historia. El peligro es la anarquía, como ha quedado asentado en fojas anteriores dirían los que dan fe.

Regresaremos.

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