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Núñez y el realismo mágico Aprendí tanto en esos años sobre la verdad efectiva de la cosa pública que perdí toda inocencia sobre los medios y casi toda sobre los fines del gobierno. Héctor Aguilar Camín/ La conspiración de la fortuna Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com En lugares como Tabasco, no muy lejano del Macondo, de Gabo; […]
15 de abril de 2019

Núñez y el realismo mágico

Aprendí tanto en esos años sobre
la verdad efectiva de la cosa pública
que perdí toda inocencia sobre los
medios y casi toda sobre los fines del
gobierno. Héctor Aguilar Camín/ La
conspiración de la fortuna

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
En lugares como Tabasco, no muy lejano del Macondo, de Gabo; el Comala, de Rulfo; Mendoza, de Aguilar Camín; nuestra propia Aldea, cuyos relatos se trastocan, y cualesquiera otros sitios que los hombres de letras —Adán Augusto dixit— elevan al mito y la leyenda, la realidad supera la ficción y complica la narrativa, el modo y tiempo de relatar, confirmando a los villanos, a veces, y, otras, mutando a los héroes.

No sino esto fue la repentina e increíble muerte del autor material del saqueo codicioso del sexenio pasado, del marthiarcado cuyo daño supera el vaticinio de Humberto Mayans Canabal, quien con Chuy Sibilla, en Telerreportaje, a fines de abril de 2008, le hizo al agorero del próximo medio siglo al afirmar:

”Tabasco ya no tendrá los recursos que tuvo en esta época (la de Leandro Rovirosa) que yo llamo de la abundancia, y empieza una nueva era que es la era de la austeridad, y va ser por varios sexenios, porque las necesidades económicas para el funcionamiento del aparato burocrático, para la modernización del Estado, para las inversiones, la reactivación del campo, para la política social en los niveles de pobreza que hay en Tabasco, no alcanzarán nunca en los próximos ocho sexenios”. Jettatura.

La realidad superó la profecía de la desgracia. Un sexenio después pareciera que las siete plagas han caído sobre Tabasco; que en seis años nos alcanzó el destino, y no en los ocho sexenios anunciados por el entonces secretario de Gobierno de Andrés Granier.

Dolorosa realidad, envuelta en una especie de realismo mágico o de lo real maravilloso, hasta la muerte cirrótica de Amet Ramos Troconis[H1] , el autor material del latrocinio supermillonario —si acaso no es engaño vil, trama urdida por los ladrones, sus cómplices, Martha Lilia López Aguilera y Arturo Núñez Jiménez, con la impunidad pactada—, se presta para la narrativa periodística y la ficción novelesca.

No es para menos. Oficialmente se duda de esa muerte, lo que nos lleva al imaginario colectivo, al flash back de la memoria periodística, perdida la inocencia en la cosa pública y en nuestro propio trabajo. En la ficción, pensamos en Agapito Domínguez y la leyenda final de su vida; en las muertes no aclaradas de la familia Fuentes Esperón y de varios periodistas.

El colega Rodulfo Reyes, en su columna De primera mano, nos da lo que podría ser el realismo: “A las especulaciones sobre la repentina partida de Ramos Troconis, ayudó la declaración de la presidenta de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, Beatriz Milland Pérez, quien demandó que aclaren las causas del deceso. La legisladora pidió que se indague si Amet realmente perdió la vida o lo quieren hacer pasar por muerto para que no se llegue al fondo en las pesquisas sobre la corrupción en el sexenio de Núñez. Es una situación que debe investigarse, apuntó.

El Rutilio Domínguez, periodista de la novela de Héctor Aguilar Camín, podría llegar a los Relatos de la Aldea y contar, a su manera, lo que pudo haber pasado. Con Héctor aprendió a asomarse a los cuartos reservados de la política, tuvo acceso a la trastienda de los trucos del mago y conoce algunos de los cuartos de la miseria política.

Si se denuncia lo que posiblemente es real, se puede abordar lo real imaginario, el realismo mágico, lo real maravilloso. Aceptamos intentar ser hombres de letra.

—No creo que sea la solución —acota el ex gobernante, ante una mujer que al final de su vida le ha cobrado caro un secreto inconfesable. “Es tu familia. Debes pensarlo” —intenta disuadirla.

—¿Prefieres acabar la carrera política de nuestro hijo y la protección de El Caudillo? Ya no tenemos edad para ir a la cárcel, como le hicimos con el compadre. Ni para andar huyendo —refuta-amenaza la marthiarca recordando las seis horas que la mantuvieron encerrada en una camioneta blindada.

—Es tu primo —insiste un asustado y tal vez arrepentido saqueador.

—Él y nosotros sabíamos las consecuencias que podrían haber. Él y el propio Pancho sabían que no eran los periodistas a los que debíamos temer. Todo está arreglado —corta la conversación ante la llegada del encargado del tesoro en su marthiarcado. La cena estaba servida. Y hasta la corona mortuoria con ese “te recordaremos siempre” había sido encargada. Se incineraría junto al cuerpo y no quedaría indicio de nada.

Una última cena sin los otros caballeros de la Mesa Redonda, pensaba el viejo periodista, recordando a la autora de ese calificativo a los intocables. El relato se integraría al libro. Texto y pretexto para lo de las vacas flacas, el boato de la Quinta Grijalva, las brujerías, los secretos inconfesables. La ficción realista. Una historia de la relación prensa-gobierno.

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