Transparencia Política
A los políticos Si le apretaren para que diga algo del negocio tratado, si le instaren informadores y periodistas, no tenga nunca una negativa hosca o simplemente fría, correcta; sepa disimular y endulzar la negativa con una efusión, un gesto de bondad y cariño, una amable chanza. Azorín/ El político Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com Si bien […]
14 de julio de 2016

A los políticos

Si le apretaren para que diga algo
del negocio tratado, si le instaren
informadores y periodistas, no tenga
nunca una negativa hosca o simplemente
fría, correcta; sepa disimular y endulzar la
negativa con una efusión, un gesto de bondad
y cariño, una amable chanza. Azorín/ El político

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Si bien la agonía de un PRI que Reza, los agravios entre líderes de Morena, la intromisión dinosáurica en el PVEM y la lucha de tribus en el PRD han demeritado el ejercicio político, la política sigue siendo en estos tiempos un jugoso negocio. Pero los políticos, en su mayoría, sólo van tras la ganancia y se olvidan del servicio que deben prestar al pueblo que los eligió o al gobernante que les dio un cargo.

Hombres, y ahora las mujeres, –con sus honrosas excepciones— pierden el piso. No se miden, siquiera, al abrir la boca. Culpa es de estos tiempos y de quienes han convertido el compadrazgo, el amiguismo, la complicidad, en la escalera del poder. Esto se agrava cuando al servicio público llegan arribistas, no por capacidad sino por supuestos derechos. Lo vimos cuando se disfrazó la “dictablanda” mexicana con los diputados de partido –corifeos del PRI, entonces— y se siguió hasta con senadores, pero ahora con el mote de plurinominales. Y lo sufrimos, en muchos casos, pues debe haber sus excepciones, cuando a la mujer se le empezó asignar una cuota paritaria en los cargos de elección pública. Muchas prófugas del metate aparecieron en la escena política.

Los hombres, y ahora las mujeres, olvidaron toda mínima norma de comportamiento y mucho menos se preocuparon por aprender los elementales artificios del arte de gobernar.

En tiempos pasados, es cierto, en el Congreso y en algunos ayuntamientos hubo gente con poca o nula preparación académica –muchos ni la primaria terminaron—pero ponían lo mejor de sí para servir. Y no se cargaba el erario con tantos “consejeros” y “asesores”, como ahora sucede.

Servidores hubo que, al menos trataban de aprender leyendo. No a los clásicos –gritos diéramos—pero al menos a los periodistas de antes. Los que se preocupaban por escribir bien. Y cuando en algo salían afectados por estos, al menos no los agredían ni verbalmente.

No se puede pedir peras a los olmos, ni la educación se da en las mentes cerradas. Sin embargo, en estos tiempos, insisto, hay muchas formas de “pulirse un poco”. No se les puede, ni es conveniente que se les sugiera lean los consejos de Mazarino –mucho menos a Maquiavelo, Sartori u otros—, mas hay un clásico –verdad Rosalinda López Hernández— que puede servir.

Por cierto, ayer que, por la tarde, visité la nueva librería del Fondo de Cultura Económica lo halle en colección muy barata, si es que se es codo como el diputado Federico Madrazo que ofendió a la Cruz Roja regalándole sólo 50 pesos. Se trata del libro que hoy uso como epígrafe en alusión a la bravura con la que la diputada morenista Candelaria trata a los periodistas o a la cobardía de la alcaldesa de Frontera de usar mensajeras contra la prensas, generalizando los señalamientos que algunos le han hecho.

Aprenderían hasta elegancia: “La primera regla, sin embargo, de la elegancia es la simplicidad. Procure ser sencillo el político en su atavío; no use ni paños ni lienzos llamativos por los colores o por sus dibujos: prefiera los colores opacos, mates. No caiga con esto en el extremo de la severidad excesiva. Una persona verdaderamente elegante será aquella que vaya vestida como todo el mundo y que, a pesar de esto, tenga un sello especial, algo que es de ella y no de nadie”. No llegarían con chanclas al Congreso, como aquella Marcela González. O vestirían las botas de Julia, ya documentadas en mi libro Periodismo y utopía. “…la elegancia es casi una condición innata, inadquirible. No está en la maestría del sastre que nos viste; está en nosotros”.

No cometerían los exabruptos en los que acaba de quemarse Candelaria, pero que no han sido ajenos a un ex gobernador como Manuel Andrade: “La virtud de la eubolia consiste en ser discreto de lengua, en ser cauto, en ser reservado, en no decir sino lo que conviene decir”. El político no debe nunca perder la sangre fría; permanecerá siempre impasible ante el ataque, dice el clásico.

Lean El político, de José Martínez Ruiz, Azorín: Se ha dicho que no es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe enmendar. Ocurrirá muchas veces que, estando de mal humor, demos una repuesta agria a quien no la merece: corrijamos a tiempo con afabilidad y cortesía nuestro desvío. Sucederá también que, fundados en falsos razonamientos, obremos como no debimos obrar; venga inmediatamente una rectificación cauta y discreta de nuestra conducta. La pasión, la ira, el despecho, puede llevarnos a extremos que no estén de acuerdo con nuestra ecuanimidad; sepamos encontrarles un pretexto, una justificación, una lógica, y esforcémonos en seguida con actos justos, sosegados, dignos, en borrar del ánimo de las gentes el mal efecto producido

Compartir: