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Escribir per se Santos vino a verme al diario para festejar los reportajes como si me los hubiera dictado. Héctor Aguilar Camín/ La conspiración de la fortuna Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com Digital, mucho antes que el ordenador y la alfombra mágica pusieran alas a los periodistas, nunca he podido dictar un texto. Acto de creación, escribir, […]
8 de julio de 2016

Escribir per se

Santos vino a verme al diario
para festejar los reportajes
como si me los hubiera dictado.
Héctor Aguilar Camín/ La conspiración
de la fortuna

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Digital, mucho antes que el ordenador y la alfombra mágica pusieran alas a los periodistas, nunca he podido dictar un texto. Acto de creación, escribir, en mi caso, requiere del contacto con la pluma, la máquina, el teclado. Así nos ilustra Miguel Ángel: un tocamiento con la yema del índice.

Escribir es un acto solitario, a menos que ocupemos amanuenses; una práctica, por cierto, no exenta en el periodismo.

Así, pues, sirva esta entrega periodística para tratar de explicar mi ausencia de las redes y del periodismo escrito. Estos días, Dios y la ciencia médica me han regresado al oficio. Las letras ya no se me pierden, como habrán notado algunos amigos en las redes.

De nuevo, y en ello agradezco también al doctor José de Jesús Larios Muñoz, puedo leer y escribir como antes. Quizá mejor.

Al regresar a las páginas de Rumbo Nuevo, a la prensa escrita y al espacio cibernético con la complicidad de mis compañeros del Pentágono, debo recordar que eso de usar la pluma, la máquina o las computadoras tiene sus bemoles.

Con ello se ha bromeado, para no tomarnos nuestro quehacer tan en serio. Un colega se había lastimado las manos; decía que escribiría con los pies. Y, en verdad, así parecía.

Para quienes tenemos que sentir aterrizar en las teclas, al través de las yemas digitales, nuestro pensamiento, es difícil hacer dictados. Ello me alejó de muchos asuntos que pasaron en junio.

Y me hicieron recordar que durante la gira del candidato presidencial priísta José López Portillo, en una capital, creo en Morelia, Michoacán, al compañero Guillermo Hubner y al que esto escribe por sí mismo le ofrecieron en la sala de prensa unas secretarias para que pudiéramos dictarles nuestras notas.

La oferta nos sorprendió: periodistas dictando como cualquier funcionario. A ninguna de las jovencitas vimos recibiendo dictado en las máquinas de los otros compañeros.

Es cierto que escribir nos da habilidad para improvisar. Pero somos periodistas, no locutores. Alguien que siempre recordaré hilando textos, exponiéndolos de viva voz, es a mi paisano Isidoro Pedrero Totosaus. Yo mismo, obligado por las circunstancias, he construido sobre la marcha algunas notas. Como lo que pasé por teléfono después de entrevistar al líder petrolero que era acusado de haber ordenado los asesinatos de Jaime Marín Severa y otros líderes del sindicato en Tabasco. El dirigente prácticamente me obligo a transmitir la entrevista desde su teléfono, en Coatzacoalcos, hasta la dirección de Avance, en el DF.

El propio Manuel Gurría Ordoñez aumentó su aprecio –que no demostró como gobernador—al observar en la campaña a gobernador de Leandro Rovirosa Wade como este reportero transmitía por teléfono sus notas a ese mismo diario.

Pero esas son excepciones. Escribir, insisto, requiere de estar frente al teclado. Pensar, recordar, y relatar.

Por eso, estos días he privado a la historia mi ayudantía. Los hechos, por si mismos, volverán a pasar por este espacio de prensa; recuerdo, análisis o retrospección. Nada de lo que suceda puede dejarse de ligar a lo que este mes de junio ha pasado en Tabasco.

Que alguien no lo escriba no lo anula. No se puede pensar que si no está escrito por tal o cual periodista, no sucedió. Las cosas, los hechos pasados, ahí quedan en la memoria colectiva aunque no estén en la hemeroteca de alguien que siempre ha querido escribir la historia cotidiana.

Por ello, escribir de nuevo con la facilidad de ver bien, es algo que tengo que agradecer este día. Y todavía queda un largo trecho que recorrer en esto que Rodolfo Montiel llamaba de un modo chusco: la ansia escribidora.

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