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No resulta extraño que al recuperar cadáveres se generen más cadáveres, como sucedió en la provincia Quang Tri. J. E. Lendon/ Soldados y fantasmas/ mito y tradición en la antigüedad clásica Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com Viajar en los carros de pasajeros del Ferrocarril del Sureste —primeras experiencias trashumantes, en los años cincuenta, de siglo pasado—, permitía […]
9 de abril de 2015

No resulta extraño que al recuperar
cadáveres se generen más cadáveres,
como sucedió en la provincia Quang Tri.
J. E. Lendon/ Soldados y fantasmas/ mito
y tradición en la antigüedad clásica

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Viajar en los carros de pasajeros del Ferrocarril del Sureste —primeras experiencias trashumantes, en los años cincuenta, de siglo pasado—, permitía ver, hacia adelante, el rumbo de la locomotora; o mirar, atrás, lo que iba transcurriendo. Mejor, esto último, si iba uno hasta el cabús, —último vagón del tren, pintado de amarillo (por cierto)—, hasta la parte de atrás del cabús: Durmientes y rieles iban quedando lejos. Un pasado, de todas formas, del que no se podía uno separar del todo.

La saudedad me llega con J. E. Lendon, en Soldados y fantasmas/ mito y tradición en la antigüedad clásica, uno de mis libros preferidos sobre guerra (y política). Dice el también autor de Canción de la ira/ la guerra del Peloponeso, en la introducción a Soldiers and Ghost: “Es curioso que la mayoría de los viajeros modernos prefieran sentarse en el vagón del tren en dirección a la locomotora, para observar hacia donde van, mientras que en la antigüedad se sentaban de espaldas, para observar el paisaje por el que circulaban”.

Como en el tren, está pasando en la política tabasqueña. Para el viaje de 2015, con posible boleto para el 2018, se han trepado pasajeros que no quieren mirar atrás, no porque vayan, como la mujer de Lot, a convertirse en estatuas de sal ante la destrucción de Sodoma y Gomorra, sino por sus propios pasados de pecados y errores en la política.

Y en ese pasado pretenden olvidar a sus muertos. Los de hace tres años y más; los de los años ochenta: y los de ahora. Olvidan que esto, en la política, que es continuación de la guerra, no debe ser.

Leo el prólogo de Soldados y fantasmas, donde el profesor de Historia en la Universidad de Virginia, y también autor de Empire of Honor: El arte de gobierno en el mundo romano, utiliza como “aemulatio” la guerra de Vietnam, y se me ocurre pensar lo que este 2015 pasa en Tabasco:

La compañía K contabilizaba 12 muertos y 17 heridos. No habían visto ni a un soldado enemigo. Cuando el capitán Giiles se preparaba para la retirada, un marine que yacía frente a él y al que creía muerto se incorporó lentamente y encendió un cigarrilo.

— ¿Estás bien.
—  No, señor. Sólo me fumo un cigarrillo antes de morir.
—  Lo que quiero que hagas es que te pongas boca abajo y que te arrastres hasta aquí.
— No, señor. Déjeme aquí solo. No venga por mí. Déjeme solo. Me estoy muriendo y lo único que quiero es un último cigarrilo.

Tras insistirle inútilmente y dudando de si enviar a soldados para que rescataran al marine — (que) al encontrarse en una zona cubierta por un francotirador enemigo no podía ser rescatado sin exponer a otros marines—, el capitán Giles y sus hombres dejaron al camarada herido en manos del destino.

La decisión del capitán Giles de abandonar al marine moribundo resala peculiar a la luz del propósito del avance de la compañía K, ya que el objetivo del ataque de los marines no era estrictamente militar, sino que pretendía recuperar los cadáveres de 31 marines abandonados en el campo de batalla tras el enfrentamiento acontecido dos días antes.

Hasta aquí, por ahora, algo del texto de J. E. Lendon. Pienso que he aprendido que en la guerra se recogen los cadáveres, no tanto para cumplir con un mandato humano de darles sepultura —regresarlos a casa— sino a veces para que al día siguiente el enemigo no sepa las bajas inferidas. Así lo hizo Leónidas I, de Esparta, al contener, con unos mil 500 hombres, en el paso de las Termópilas, al  ejército persa de Jerjes, que conforme ahora se estima estaría compuesto por unos 250.000 hombres. Y lo hizo durante siete días.

En Tabasco, el PRI busca recuperar cadáveres de hace tres años, la guerra que perdió porque no supo ocultar cadáveres políticos que ahora aparecieron nuevamente, así como generales, oficiales y soldados que debieron haber sido licenciados, desarmados y vueltos a sus trabajos naturales, como acontecía en las guerras romanas y griegas.

También, conforme al título que da pie a este texto periodístico, le aparecen los fantasmas de hace más de 25 años. Los que cayeron víctima de una traición que ha resultado cara. Demasiada cara al propio Tabasco.

Buscan recuperar alcaldías frente a francotiradores que les inferirán más bajas. En sus propias filas hay descontento y muchos soldados les han sido comprados por ejército que antes era aliado pero que busca fortalecerse para pelear el 2018. La gran guerra en la que están fijas las miradas de los que se han encaramado al tren y miran hacia donde viaja la locomotora, pretendiendo ocultar lo que dejan, todos los bandos en conflicto, a la retaguardia.
El pasado los alcanzará.

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