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Fe y razón ante la fase crítica de la pandemia Francisco Gómez Hernández De acuerdo con los estudiosos de los asuntos de fe, la misión de la iglesia se dirige al hombre en su integridad, por eso cuando la eglesia (asamblea en griego) propone su doctrina social, no sólo no se aleja de ella, sino […]
4 de mayo de 2020

Fe y razón ante la fase crítica de la pandemia

Francisco Gómez Hernández
De acuerdo con los estudiosos de los asuntos de fe, la misión de la iglesia se dirige al hombre en su integridad, por eso cuando la eglesia (asamblea en griego) propone su doctrina social, no sólo no se aleja de ella, sino que la cumple fielmente. Aún más, la evangelización no sería auténtica si no tuviera en cuenta la relación entre el evangelio y la conducta personal del ser humano, tanto a nivel individual como social, basada en su dogma.

En ese contexto el género humano se halla hoy en una nueva fase de su historia, cuyo cambio profunfo ha avanzado progresivamente derivado de la pandemia del virus SARS-CoV-2 que provoca la enfermedad del COVID-19, la cual se extendió desde Wuhan, una pequeña región de China hacia todo el mundo, pudiéndose hablar con razón, de una nueva época de la historia humana, donde la globalización amenaza seriamente el colapso de las economías de todos los países

El COVID-19 es una pandemia que ha puesto al mundo moderno en jaque, por un lado es una crisis de salud sin precedente y por otro el colapso de las economías y de todos los parámetros del comercio petrolero. Por su propagación y letalidad se clasifica al nivel de otras como el VIH con más de 25 millones de muertos, la peste negra o bubónica, con más de 75 millones. También están la gripe española, con casi 100 millones de víctimas o la viruela con más de 300 millones. Ni que decir del sarampión con más de 200 millones. Cifras mundiales que muestran el impacto de su resistencia y mutación a lo largo del tiempo.

Lo que México y el mundo están viviendo hoy con la pandemia es una muestra clara de lo deshumanizado que esta el mundo, en donde la lucha de clases es la principal guerra que divide a los seres humanos, alimentada por las potencias mundiales, sin importarle una estrategia fundamentada para dar solución a los problemas que estamos viviendo y hacer posible la satisfacción de las necesidades del conjunto de la humanidad (no solo de una minoría) sino de toda la sociedad.

Coincidentemente los primeros casos llegan a Mexico el 28 de febrero, casi a la par al domingo 9 de marzo con el movimiento feminista, que no fue una conmemoración más. Simboliza el despertar de las mujeres de México y del mundo, para que los gobiernos visibilicen la importancia de ellas en el ámbito social, como forjadoras de la familia, pero también las que responsablemente participan en el ámbito laboral, afianzando la economía del estado. Por ello, exigen, demandan, seguridad y no tibieza ante la ola de feminicidios que a diario crece y que solo ven tibieza de las autoridades ante la triste realidad.

Si bien el COVID-19 pareció desplazar todos los otros temas de la agenda pública nacional, lo cierto es que esa violencia contra las mujeres, de las que se hablaba unos días antes de la pandemia, sigue ahí, en el confinamiento, en el seno de los hogares porque la estructura machista que la sustenta no ha sido desarraigada, ni los culpables aún han sido llevados a juicio. Cuando pase esto veremos las cifras, los datos duros y nos daremos cuenta que lamentablemente las mujeres siguen durmiendo con el enemigo de la violencia.

Por todo lo anterior, la personas se aferran a sus dogmas, a sus actos de fe, a sus plegarias como el mejor aliciente moral que logra fortificar el alma y el pensamiento, pero el cuidado de no retar al mal en este trecho llamada FASE CRÍTICA, depende de la acción humana impulso que nada tiene que ver con la fe. Por ello la convocatoria del gobernador Adan Augusto López Hernandez para no arriesgar la vida propia ni la de los demás, no salir de casa es la mejor opción.

Iglesias, sociedad y gobierno unámonos para superar problemas como el COVID-19, la inseguridad y la desintegración familiar, anteponiendo como garantía el respeto a la libertad de culto y la libertad de pensamiento en la que el fin es la solidaridad humana que se ha perdido y que se necesita en los momentos más difíciles de la vida.

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