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Rusia, el mito de satanizar el comunismo
Por Ferdusi Bastar Mérito Rumbo Nuevo En 1980, viviendo la guerra fría, con mi esposa Marta y mi hijo Ferdusi recorrimos buena parte de la extinta Unión Soviética, en pleno socialismo. Y debo decir que a pesar de algunas carencias, encontramos un pueblo alegre y aparentemente feliz. Recuerdo que llevaba en mi equipaje una caja […]
1 de junio de 2019

Por Ferdusi Bastar Mérito
Rumbo Nuevo
En 1980, viviendo la guerra fría, con mi esposa Marta y mi hijo Ferdusi recorrimos buena parte de la extinta Unión Soviética, en pleno socialismo. Y debo decir que a pesar de algunas carencias, encontramos un pueblo alegre y aparentemente feliz.

Recuerdo que llevaba en mi equipaje una caja con 24 botellitas de tequila para regalar, y el vista del aeropuerto me preguntó: -Que trae usted en esta maleta?, le informé de las botellitas cuyas tapas metálicas en los rayos X podrían aparentar cartuchos. Me ordenó abrir la maleta y tan pronto vio las botellitas me pidió cerrarla.

Fui a visitar la embajada mexicana en Moscú, y equivocadamente estuve tocando el timbre de la casa habitación, contigua a la legación, hasta que salió una sirvienta y me dijo que el Embajador andaba de viaje. Un guardia ruso muy alto, en la calle, me sonrió y se me cuadró. No me interrogó ni me pidió identificarme. Un mes después regresé y platiqué con el Embajador don Antonio Carrillo durante una hora.

Otro caso fue el que viví en Eriván, la capital de Armenia, equidistante pocos kilómetros de dos fronteras altamente conflictivas: Irán, entonces con los problemas del Ayatola Jomeini, por un lado y Turquía, con el diferendo del holocausto del pueblo armenio.

Una noche Marta y Ferdusi prefirieron quedarse en el hotel, y yo me fui a caminar por el centro de Eriván. Ya a media noche, regresando a mi hotel fuera del centro, dudé sobre la ruta y le pregunté a un guardia sobre mi hotel, dando erradamente otro nombre, y el guardia me señaló la ubicación, casi enfrente, del hotel que equivocadamente mencionaba. Le dije que no y seguí mi camino hacia mi alojamiento, pero a pesar de lo conflictivo de la zona y mi evidente aspecto extranjero, el guardia no me pidió identificarme ni me hizo más preguntas.

Anduvimos por Tadschikistán y por Taskent, la capital de Uzbekistan, y por las legendarias poblaciones de Bujara y Samarkanda, con monumentales mausoleos, mezquitas y madrazas (universidades islámicas), restauradas por arqueólogos rusos y con cúpulas cubiertas de oro.

Recorriendo mercados, vimos frutas raras. Sandías como melones chinos y melones como sandías. Se me ocurrió comer duraznos pasas, y me desconocieron las amibas. Anduve con un dolor clavado exactamente e la altura del apéndice y me alarmó tenerme que operar en pleno desierto asiático. Una doctora me atendió en el hotel y me entregó unas pastillas que me quitaron inmediatamente la infección.

En mis viajes siempre trato de investigar e informarme. Me comentaron que en la Unión Soviética todo ser vivo tenía derecho gratuitamente a la salud. Por tanto, no existían ni médicos, ni hospitales ni farmacias privadas. Y desde luego, yo no tenía que pagar nada por la atención que recibía.

Y esta es una de las muchas angustias que vivimos en México. La atención médica-hospitalaria de nuestra familia, de la que los rusos de la extinta Unión Soviética estaban liberados ya que no existía el mercantilismo de médicos, farmacias y hospitales, que tenemos que enfrentar con costosos seguros de gastos médicos mayores o sufriendo las deficiencias de un sistema sanitario en crisis.

Y Mañana continuamos con esta bitácora de viaje.

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