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Entre el hambre y el clima(tiempo estimado de lectura: 5 minutos) “La salud es la justa medida entre el calor y el frío”.Aristóteles Jorge Quiroz Casanovajorgequirozcasanova@gmail.comJorge Quiroz Valiente917 106 7165Se han experimentado grandes aumentos en los precios de la energía en los últimos 20 años. A esta inflación también ha abonado la crisis mundial de […]
25 de junio de 2023

Entre el hambre y el clima
(tiempo estimado de lectura: 5 minutos)

“La salud es la justa medida entre el calor y el frío”.
Aristóteles

Jorge Quiroz Casanova
jorgequirozcasanova@gmail.com
Jorge Quiroz Valiente
917 106 7165

Se han experimentado grandes aumentos en los precios de la energía en los últimos 20 años. A esta inflación también ha abonado la crisis mundial de los precios que surgió a raíz de la pandemia del COVID-19, la cual de la misma forma trajo un aumento en el costo de los alimentos. De manera consciente o no, un ciudadano responde a estas fluctuaciones en los precios de los bienes básicos haciendo compensaciones, que no son más que la reducción de ciertos gastos para permitirse otros.

La demanda de energía existe durante todo el año para calentar o enfriar los hogares, con las respectivas variaciones según la climatología del lugar. Sin embargo, en las épocas del año con climas más extremos o en aquellos períodos de alza de tarifas, los ciudadanos son más propensos a una compensación energética, donde se dejan de lado algunos gastos para priorizar la comodidad en la vivienda, sea con refrigeración o calefacción. Una compensación natural para adoptar mayores gastos de energía es a través de un corte en los gastos discrecionales o aquellos designados a “lujos”, pero ¿qué sucede cuando tales gastos no existen e incluso así tienen que hacerse compensaciones?

La respuesta la halla un estudio donde se demostró que las personas reducen la cantidad de dinero que gastan en alimentos para pagar el combustible que les dé bienestar, lo que indica una compensación por calentar o enfriar o comer. Un estudio de personas mayores mostró que los hogares más pobres gastan menos en alimentos durante los inviernos más fríos.

Entre las mujeres mayores, la calefacción era la prioridad en lugar de comer. Los niños también pueden verse afectados por la compensación de «modificar el clima o comer». Lógicamente, el sacrificio de una necesidad básica por suplir otra no es un caso deseable, y esto habla de serios problemas en un país relativos a la cobertura de los requerimientos mínimos de su pueblo.

Aunado a ello, para las personas de bajos ingresos, los aumentos inesperados de los precios de la energía se han asociado con un menor gasto en alimentos. El uso de medidores de prepago en se asoció con el consumo de casi 3 porciones menos de frutas y verduras por semana, una reducción en la probabilidad de consumir ‘5 por día’ como recomienda la Organización Mundial de la Salud, y una mayor probabilidad de utilizar un banco de alimentos. Por lo tanto, la compensación entre energía y alimentos puede verse en el auto-racionamiento de alimentos y/o energía (y tal vez incluso en la auto-desconexión de la energía cuando se usan medidores de prepago, pero se quedan sin crédito). Cuando los ingresos son bajos y hay muy poco gasto discrecional, los aumentos inesperados de los precios de la energía parecen estar siendo absorbidos por una reducción en el consumo de alimentos.

La pobreza energética se define como la incapacidad de satisfacer adecuadamente las necesidades energéticas básicas de los hogares, donde la energía se utiliza para calefacción, refrigeración, iluminación, cocina, limpieza, tecnología y dispositivos médicos. En países cálidos, las personas además ven comprometido el enfriamiento de su casa hasta temperaturas aceptables (recomendado 24–26 °C), lo que deriva en problemas con el sueño, el sistema cardiovascular y la presión sanguínea. Esto es más notorio aun en las viviendas con malas cualidades térmicas, pues resultan más vulnerables a la pobreza energética por demandar más recursos para su acondicionamiento.

Los bajos ingresos y los aumentos de precios significan que algunas personas están sujetas tanto a la pobreza energética como a la inseguridad alimentaria, lo que genera importantes problemas de bienestar. El dilema aquí es que estas insuficiencias están lejos de resolverse con una compensación donde sencillamente se abandonen gastos prescindibles. Por tanto, se opta por elegir entre la energía o los alimentos ante la imposibilidad de escoger ambas.

Como un agravante para verse forzado a esta decisión, está pertenecer a ciertos subgrupos vulnerables donde la distribución del ingreso es todavía más escasa, como minorías étnicas, migrantes, mujeres, adultos mayores, miembros de la comunidad LGBTIQA+, jóvenes, personas con discapacidad, entre tantos otros. Dichas subpoblaciones que se han estudiado hasta la fecha se caracterizan como de bajos ingresos, generalmente debido a discriminación laboral.

Con las recientes olas de calor que se han presentado en varios estados de México, cobra enorme relevancia y seriedad la pobreza energética y la necesidad de refrigeración para crear bienestar en el hogar. Sobre todo, porque el problema va mucho más allá de sentir calor: implica un deterioro íntegro en la calidad de vida del ciudadano al intervenir en su sueño, su estrés y, como se demostró, su alimentación. En los últimos 20 años, los precios promedio de la electricidad y el gas casi se han triplicado y los precios de los alimentos han aumentado alrededor de un 73 %. Resta preguntar, ¿cuánto más se permitirá que servicios básicos se vuelvan inaccesibles?

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