Lo que acompaña a la carne
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“La carne es el nuevo tabaco.”
Neal D. Barnard
Jorge Quiroz Casanova
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Jorge Quiroz Valiente
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El calentamiento global y el cambio climático que deriva de él, atribuidos a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de las actividades humanas, son posiblemente los problemas ambientales más apremiantes de tratar por el momento. El aumento continuo de las emisiones de GEI durante la última década puede atribuirse al progreso económico y social global. Para ponerlo en perspectiva, las emisiones de GEI en el transcurso del 2009 sumaron 39.7 mil millones de toneladas, mientras que para el 2019 ya se liberaban 46.2 mil millones de toneladas (Banco Mundial, 2023). Esta es una tendencia aún creciente y que se ha arrastrado por décadas. Solo entre 1990 y 2019, por ejemplo, hubo un aumento del 45 % en las emisiones globales de GEI. Durante este mismo período, las emisiones de dióxido de carbono (CO2) específicamente tuvieron un aumento del 36 %. Como consecuencia, las proyecciones científicas indican que se espera que la temperatura media mundial aumente entre 1.5 °C y 5.8 °C para finales del siglo actual, repercutiendo en aspectos de la sociedad como la economía, la ecología y el medio ambiente.
La industria ganadera en la producción mundial de alimentos, sobre todo de carne, contribuye considerablemente a las emisiones de GEI. A lo largo de las últimas cinco décadas se ha producido un aumento notable en el consumo de carne alrededor del mundo, con las repercusiones ambientales que esto conlleva.
El ganado, además de proveer carne y lácteos, libera gases de efecto invernadero distintos del CO2, como el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O). Estos GEI desempeñan un papel sustancial en el calentamiento global, incluso si no son de la talla de las emisiones de CO2 resultantes de la quema de combustibles fósiles. Las emisiones del ganado son responsables de aproximadamente el 44 % del total de las emisiones antropogénicas de metano y del 53 % del total de las emisiones antropogénicas de óxido nitroso. Considerando ambas emisiones, contribuyen a una estimación anual de 7.1 gigatoneladas de CO2eq (equivalente a dióxido de carbono).
Viendo el panorama completo y según una investigación reciente, el sector el ganadero aporta el 14.5 % de las emisiones de GEI generadas por actividades humanas. Cada vaca libera anualmente una cantidad de metano que oscila entre los 70 y los 120 kg. Esta cifra no salta a la vista hasta tener en cuenta las cerca de 1,500 millones de cabezas de ganado que se crían en todo el mundo con el fin de producir carne, que suman un mínimo de 105 millones de toneladas de metano por año. Los rumiantes surgieron hace millones de años y nunca fueron un problema para el medio ambiente, pero su población nunca había alcanzado los números que hoy se manejan para satisfacer nuestra demanda de leche, carne, queso, etcétera.
Para contrarrestar eficazmente el cambio climático a nivel global es imperativo implementar medidas de descarbonización en el proceso de producción de carne. La literatura científica sugiere que la reducción del consumo de carne es una opción viable en este propósito. Sin embargo, la comprensión de las medidas de mitigación del calentamiento relacionadas con la disminución del consumo de carne y de sus GEI son actualmente limitadas. Aunado a ello, la cuestión de la producción de carne no ha recibido una atención significativa en las políticas climáticas existentes, aun con el claro involucramiento de la ganadería en el problema. Esto se ve reflejado en la inexistencia de un análisis econométrico completo sobre las implicaciones ambientales y el consumo de recursos dentro de la cadena de suministro de carne vacuna.
El cuestionamiento de los hábitos de consumo no tiene otro fin más que mejorarlos, en pro nuestro y de nuestro entorno. La carne de bovino, principalmente, plantea la oportunidad de influir de alguna manera en el combate contra el cambio climático. Si bien es un alimento con una importante carga simbólica y nutricional, es necesario que se quede como eso y no llegue a un exceso. Por supuesto, no se trata de abolir su consumo, pues las dietas no cárnicas suponen otras complicaciones, pero sí de regularlo por cuenta propia, ya sea restringiéndola ciertos días, racionándola más o incluyendo otras alternativas. Paralelamente, no hay que olvidar que la lucha contra el cambio climático también puede hacerse de otros tantos modos: informándose, criticando y exigiendo regulaciones en el resto de los sectores que contribuyen al problema con sus emisiones.