A Ramón

I
Cuando te conocí, por ver primera,
nos miramos, sin decirnos nada,
yo nunca presentí, que tu serias
el hombre que el destino me tenía deparado.
Contabas a mis padres, tus andanzas,
las que tuviste, en ese largo viaje al extranjero;
mi mutismo eral tal, sólo escuchaba,
pero dentro de mí, yo me di cuenta,
que eras el hombre, con el que había sonado,
absorta te miraba, yo, callada…
Cuando te di mi mano, al despedirnos,
sentí tu mano fuerte y cariñosa,
y tus ansiosos ojos, me miraron,
y yo, correspondí con la mirada.

II

Pasaron varios años sin volvernos a ver
pero nuestro destino, ya marcado,
nos reunió otra vez, y comprendimos,
que éramos, el uno para el otro;
llevamos tantos años, tan unidos.
los triunfos y derrotas compartimos,
hemos sorteado tantas tempestades,
pero ha podido más, nuestro coraje.
¡Oh! amor, ¡cómo te admiro!
En la lucha tenaz de cada día,
con voluntad de hierro has caminado,
si tropezabas, ¡nunca tocabas suelo!
y tu férrea mirada, siempre miraba al cielo.
Hoy que los años han pasado,
nuestras alas, cansadas ya se encuentran,
sólo nos queda esperar tranquilos,
al púnico que puede separarnos.

**

Ramón

En el lomo del viento,
buscaba con denuedo
el diamante más puro
que siempre había deseado.

Recorrí los desiertos
que engañaban los sentidos
con falsos espejismos;
Persistía en el intento.

Busqué durante años
por países exóticos y extraños,
me hermané con la luna,
el cometa y la bruma.

No cejaba en mi empeño,
y concebí muy tarde,
que nunca encontraría
ese diamante raro
de las mil facetas.

Un 18 de octubre,
Los aires me envolvían
con oleros tiernos;
la luna, dibujó mi sino.

Mi cuerpo transitaba adolorido,
por el sendero lento del martirio,
mi endeble resistencia se vencía,
me animaba, a seguir en mi agonía,
el que pronto, mi hijo nacería…

-No se puede dar nueva vida
sin exponer la nuestra-

perdí toda noción,
una paz interior, envolvió mis sentidos,
escuché adormecida, un llanto frágil,
fue el manantial que me volvió a la vida.

Cuando miré su rostro sonrosado,
lo observé, largamente, emocionada,
con amor infinito, deslumbrada.

Y percibí al instante, que tenía,
acunado en mi peche,
el diamante más puro de las mil facetas,
que siempre había buscado.

**

Yolanda
Hablar de ti, hija querida, es trasladarse
A una playa tranquila, sin oleajes,
Es extasiarse con el canto de sirenas,
Y que la piel se nutra con la arena,
Es contemplar al sol, cansado y sudoroso,
Anegarse fatigado, de sus constantes viajes;
Compararte con las noches estrelladas
Cuando la luna en plenilunio se derrama,
Y las flores nocturnales embalsaman,
Con olores de jazmines y gardenias.
Así te siento yo, apacible, serena,
La bondad y belleza de tu alma ¡es infinita!
Sólo con esos atributos tú pudiste,
concebir dos bellas flores
Ellas son para ti, la recompensa
de tu lucha constante y duradera,
y tu corazón de madre sólo abriga
el inmenso cariño para ellas.
Hoy, que tus hermosas flores ya lograron,
volar con alas propias,
la estrella que ilumina tu camino,
y te ha guiado,
te llevará tomada de la mano
hasta el lugar deseado.

**

Edgar

Adocenar, quisiera este momento,
mi corazón que sangra por la herida,
fraccionado, quizá, yo lograría,
promediar, día a día, mi agonía.

Yo sé que estás conmigo, no lo dudo,
tu presencia, la advierto donde quiera,
si en silencio te llamo, me respondes,
y si lloro angustiada, me consuelas.

Tu jornada, se ha prolongado demasiado,
pero me prometiste que vendrías,
mi equipaje está listo, tú lo sabes
sólo te espero a ti, para mi viaje…

**

Elsa
Estoy en mi jardín, evocando el pesado,
y tu niñez lejana, se me enfrenta,
cuando las dos tomadas de la mano,
jugábamos felices en el bello jardín de tus abuelos.
Sin que te dieras cuenta, me escondía
en el ansiado kiosco, lleno de flores,
era el lugar ideal, el preferido,
donde tú, y tus primitas, sintiéndose mayores,
jugaban, sin medir tiempo, a la comidita.
Cuando me descubrías en mi escondite,
te escuchaba reír, con alborozo
corrías hacia mí y me besabas.
Tus perfumados bucles color oro,
El pluriforme sol, los encendía,
y yo, con amor creciente, te mimaba.
Con tus manitas tiernas, como lirios,
cortabas una rosa tempranera,
y con celestial encanto me decías,
con tu voz balbuceante todavía,
“la colté pala ti, mami quelida”.
Hoy, que ya los años me rebasan,
tus años tiernos, son cosa del pasado,
pero las rosas frescas mañaneras,
siempre las he guardado,
en el viejo baúl de mi pasado.
Sólo te pido amor, que cuando
cortes una rosa de tu jardín,
hermosa y tempranera,
recuerdes que de niña me decías,
“la colté pala ti, mami quelida”,
yo sabré en ese instante
que me sigues amando tanto,
como yo a ti, te adoro.

PIE
La escritora Yolanda Amalia Graniel Sastré, presentó su libro “Pasiones”