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Redoblar esfuerzos Mario Gómez y González Chayogomezg@hotmail.com La tragedia en Monterrey simboliza el fracaso de una sociedad entera incapaz de darles, ya no digamos un futuro, sino un presente digno y estable a nuestros niños. Mientras vemos las escenas de horror y contemplamos el intenso debate que se desató en las redes sociales acerca de […]
24 de enero de 2017

Redoblar esfuerzos

Mario Gómez y González
Chayogomezg@hotmail.com
La tragedia en Monterrey simboliza el fracaso de una sociedad entera incapaz de darles, ya no digamos un futuro, sino un presente digno y estable a nuestros niños. Mientras vemos las escenas de horror y contemplamos el intenso debate que se desató en las redes sociales acerca de qué tanto debían o no publicarse esas imágenes, es más que evidente que de nueva cuenta estamos perdiendo el foco.

¿Estamos verdaderamente preparados para educar a nuestros niños en un mundo y una época que nosotros mismos estamos impedidos de entender? No, y la respuesta tampoco forma parte de nuestras preocupaciones inmediatas.

Los que en este momento somos madres y padres de niños y jóvenes nos estamos adaptando con muchos trabajos a una era dominada plenamente por lo que circula en internet. Apenas nos estamos desprendiendo de nuestras dependencias analógicas para entrar en una era de interacción cibernética. Por tanto, estamos rebasados completamente por quienes nacieron digitales y se habituaron a hallar información en milésimas de segundo y a conocer personas por medio de la pantalla sin timidez de por medio.

Admitámoslo. Tanto los padres de familia como el propio aparato educativo —el sistema estatal y la enseñanza particular— seguimos practicando un modelo inservible para una generación que busca por su cuenta la información que considera útil, genera su propio tejido social a partir de ésta y establece sus propios códigos de conducta, que no necesariamente son aquellos en los que fuimos formados.

Mientras los adultos nos enfrascamos en nuestros chats de WhatsApp y nuestros muros de Facebook, nuestros hijos se sumergen en un mundo subterráneo de redes y portales de nombres extraños que escapan a nuestro entendimiento, donde se forman grupos que trolean por diversión, ejerciendo una agresividad sin límites que no tiene contrapeso en una formación sólida en el mundo real que esté sustentada en valores de entendimiento, comprensión y solidaridad.

¿Qué escuela, qué plan de estudios, qué pedagogo, qué burócrata del aparato educativo propondrá algún día un proyecto para enseñar a nuestros hijos cómo navegar de manera responsable y cuidadosa en las redes? Recuerdo que en mi juventud había una materia de educación cívica que nos instruía sobre las normas para convivir en sociedad y cómo cultivar relaciones de respeto. ¿Cómo enseñarlas en una época en la que internet trata de igual forma a adultos, jóvenes y niños, volviéndoles accesibles las mismas herramientas y contenidos cuando, evidentemente, hay edades en las que aún no se cuenta con la madurez suficiente para consumirlos?

El escenario empeora cuando la computadora — Tablet o teléfono— es una nana más que les da las respuestas y la atención que los padres —absortos día y noche en el trabajo para ganar el dinero para sobrevivir— y la escuela son también incapaces de ofrecer.

Es más fácil, sin duda, buscar culpables entre los grupos de redes sociales que se organizan para hacer bullying, un fenómeno grave, sin duda, pero que existe desde hace tiempo sin que nadie atendiera las voces de alerta. También es cómodo culpar a la violencia de la tele, el cine, los videojuegos y los cómics. Sobre todo, cuando aparece el “niño problema” que simplemente un día explotó, como si hubiera salido de la nada y nunca nadie lo hubiera visto.

Lamentablemente, como lo señalan especialistas para estos “niños problema” que manifiestan problemas emocionales, no hay lugar en el sistema educativo. Es mucho más sencillo excluirlos, relegarlos, evitar que contaminen a otros con su hiperactividad, depresión o ansiedad. Aislarlos, para profundizar aún más su abandono.

Pero no todo depende de la clase política o del aparato escolar. Como padres podemos sentir que desconocemos qué hacen nuestros hijos y es imposible supervisarlos todo el tiempo para evitar que den pasos peligrosos. Pero la formación, por supuesto, comienza por la casa. El chico que protagonizó la tragedia de Monterrey era aficionado a la caza y en el seno del hogar aprendió técnicamente cómo usar un arma. No sabemos qué otros ejemplos sobre cómo usarla aprendió quién sabe dónde, pero que influyeron en su decisión definitiva.

Es imperativo redoblar esfuerzos. Hallar una solución juntos y formar una base común de ética y valores. Lamentablemente me ha tocado ver el caso de padres que, distorsionando conceptos como el de la defensa de los derechos humanos, restan toda autoridad a los maestros que quieren establecer reglas mínimas de disciplina para la clase. Creemos que amar a nuestros hijos es consecuentarlos. No, amarlos significa darnos cuenta cuando se sienten solos e incomprendidos. Amarlos significa que ellos encuentren en nosotros la respuesta que buscan. Que no lleguen al extremo de encontrar en internet la respuesta equivocada a un problema que nosotros no supimos entender y atender. El problema no está en los niños, sino en nosotros. ¿Hasta cuándo nos cansaremos de evadirlo?

Y Para usted También**Desgraciadamente cuanta verdad hay en estos párrafos anteriores que nos invitan a la reflexión y al análisis y que dada su importancia aquí se los entregamos, porque ciertamente tenemos que trabajar mucho como sociedad y como padres de familia en el seno del hogar y en nuestro alrededor; ningún esfuerzo es mínimo o grande cuando se trata de encauzar y rescatar a nuestros niños y jóvenes en post de un mejor futuro como sociedad y como país**fue todo por hoy**hasta mañana Dios mediante.

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