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De los mayores males Mario Gómez y González chayogomezg@hotmail.com En la semana en la que se promulgaron las leyes del Sistema Nacional Anticorrupción, con todo y solicitud presidencial de perdón por el “error” de la Casa Blanca, el alcalde del municipio de Dzilam González, Yucatán, José Concepción Martín Heredia, fue sorprendido ofreciendo una mordida de […]
25 de julio de 2016

De los mayores males

Mario Gómez y González
chayogomezg@hotmail.com
En la semana en la que se promulgaron las leyes del Sistema Nacional Anticorrupción, con todo y solicitud presidencial de perdón por el “error” de la Casa Blanca, el alcalde del municipio de Dzilam González, Yucatán, José Concepción Martín Heredia, fue sorprendido ofreciendo una mordida de 50 pesos a un policía estatal que lo detuvo por conducir a exceso de velocidad y sin documentos en la ciudad de Mérida. Dos emblemas nacionales, sin duda; dos rayas más al tigre, dirán los cínicos.

La corrupción no es un mal exclusivo de México. Es un problema en el mundo, pero éste no debe ser el consuelo de muchos. De acuerdo con Transparencia Internacional, en 2016 México ocupaba el lugar 95 a nivel mundial. Mucho más cerca de los más corruptos que de los menos. La corrupción es probablemente el mayor mal de México y de los mexicanos. La inseguridad, la violencia y la impunidad también lo son y quizás sean más notables, pero atrás de éstos casi siempre existe un acto corrupto. Sabemos porque somos mexicanos, que para que la corrupción exista se necesitan cuando menos dos actores: el corrupto y el corruptor o al revés, como se quiera. Si uno de los dos no estuviera presente, la corrupción tampoco.

Pero en México, nadie es corrupto. La corrupción es de todos los demás. El corrupto es por excelencia el protagonista de la corrupción, el corruptor, no. Éste, se justifica, se ve obligado a entrar a ese juego para tratar de “arreglar” cualquier asunto que se le complique y que, además, siempre se complicará. Ponga usted el ejemplo que quiera. Y todo se arregla con una lana, lanita o lanota. Y la tradición mexicana enseña que “El que no transa, no avanza”, “Qué tanto es tantito” o “No me den, pónganme donde hay”.

Los corruptos son los demás. Los corruptos por antonomasia son los políticos, de cualquier partido y de cualquier nivel; los burócratas también. Los corruptores son los otros; también… los demás. Se cree y se dice que los corruptos son los abusivos y que los corruptores son los abusados (en los dos sentidos del término: el que sufre los abusos, pero sobre todo el que es aguzado; y ambos pretendiendo justificar su parte de la ecuación).

En México, los actos corruptos ocurren todos los días, a todas horas, a lo largo y a lo ancho del país, en las ciudades y en las zonas rurales; en las oficinas públicas y privadas; en las calles. Corruptos y corruptores (o al revés) buscan los mismo: un beneficio personal, que siempre afecta al beneficio legítimo de la colectividad, y saben que la impunidad los cobijará, sea cual fuera el asunto “arreglado”. Lo mismo para escapar de una multa de tránsito que para conseguir una residencia para la familia presidencial o los beneficios que conseguirán quien la construya. Hay quien piensa que no es lo mismo, que la cantidad es lo que determina la gravedad de la corrupción. Y no; el acto es exactamente el mismo. Según el sapo es la pedrada, dice el argot popular, pero el sapo siempre será sapo y la pedrada siempre será pedrada.

Sin embargo, a los mexicanos no les gusta que les digan corruptos ni mucho menos que se afirme que es parte de la cultura nacional. Aunque lo sea. Acá la corrupción existe desde que los indios (no escribidor, no uses palabras que la corrección política pueda considerar denigrantes o discriminatorias) eran bien chingones y que se incrementó con las malas mañas que trajeron los gachupines (aquí sí vale, dirán los mismos de arriba, el sustantivo despectivo). La historia de la patria mexicana, la de ahora y la de antes, está llena de actos de corrupción. Quién no lo crea, pues que lea; quien lo niegue, pues allá él.

Y aunque el siglo pasado estuvo marcado por la corrupción proveniente y cobijada por el partido único en el poder, el PRI y sus antecesores, no es el inventor de la corrupción mexicana, pero sí la solapó. Hay leyendas virreinales tan conocidas, y recogidas por Luis González Obregón, como Los polvos del Virrey, que lo ilustran. Más: luego de la llamada Revolución Mexicana, esa que le ha hecho justicia a algunos o muchos privilegiados, todos los gobiernos federales, estatales y municipales han prometido combatir la corrupción y, a veces, hasta han llevado a la cárcel a algún enemigo político; la han convertido en bandera política y presuntamente en política pública: ¿se acuerdan de “la renovación moral de la sociedad” prometida por el candidato Miguel de la Madrid en 1982?

La mayoría de los mexicanos cree que los políticos siempre serán o, al menos, intentarán ser corruptos. Es probable que así sea. Y que por ello es imposible acabar con la corrupción. Y ¿si los mexicanos decidieran acabar con los corruptores? Es decir, cambiar la estrategia y en lugar de combatir a los corruptos, se busca evitar que nazcan, crezcan y se reproduzcan… por falta de corruptores. Sería bastante fácil. Bueno, es un decir. Y sí, un sueño guajiro, de opio, de algún alucinógeno, pirado; una mariguanada. Pero, los mexicanos tienen derecho a soñar. Por lo pronto habrá que saber qué pasó con el agente de la policía que le aplicó el reglamento de tránsito a un presidente municipal. ¿Habrá perdido su chamba, además de 50 pesotes, por ser honesto, por respetarse a sí mismo? ¿El alcalde ya le habrá pedido perdón…?**buen inicio de semana**hasta mañana Dios mediante.

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