Opinión. La Unión Soviética de mis recuerdos II
Ferdusi Bastar MéritoTodo lo podías pagar con tarjetas de crédito. Era muy excepcional que tuvieras que pagar algo con moneda local. Al entrar al país adquirías algo de rublos, y debías guardar la nota de cambio, que debías presentar al salir, para reconvertir lo que te sobrara, que no podías llevártelo, pues estaba prohibido sacar […]
20 de octubre de 2023

Ferdusi Bastar Mérito
Todo lo podías pagar con tarjetas de crédito. Era muy excepcional que tuvieras que pagar algo con moneda local. Al entrar al país adquirías algo de rublos, y debías guardar la nota de cambio, que debías presentar al salir, para reconvertir lo que te sobrara, que no podías llevártelo, pues estaba prohibido sacar divisas, salvo algunas monedas locales de recuerdo.

Los turistas contábamos con unas tiendas “berioska” (nombre de una muñeca múltiple de madera), en las que expendían artesanías de calidad y variados artículos para exportación, y todo lo que compraras allí podías sacarlo libre de impuestos, guardando la nota.

Por el contrario, en la calle te encontrabas a veces con tipos que te ofrecían rublos a un cambio sumamente favorable, pero a más de incurrir en un delito, estos rublos no te servían para nada, pues para el turista todo estaba cotizado en dólares y pagable con tarjeta de crédito. Solo lo podías ocupar para un gasto menor como un taxi, o para comprar en tiendas del pueblo, con precios sumamente inferiores a los de berioska, pero solamente exportable con altos impuestos.

En parte del viaje se integró Miguel Mancera Aguayo, que fuera gobernador del Banco de México, un tipo prepotente, que con vicio de fotografiar todo, y al llegar a una plaza un vehículo militar se puso a fotografiarlo en redondo y a sus ocupantes, y alguien habló a una patrulla y se lo llevaron detenido. Al rato se nos reintegró, y nos enteramos de que en la Comisaría le habían presentado una disculpa ya que todo lo que se encuentre en la vía pública era fotografiable.

A los pocos días el Sr. Mancera regresó a México, y nos enteramos que había tenido problemas en el aeropuerto, por sacar artículos comprados en tiendas del pueblo, con billetes del mercado negro y sin pagar impuestos, pero unas guías rusas lo apoyaron para que abordara.

La moraleja es que siempre hay que enterarnos bien de las reglas del país que visitamos y respetarlas. Aunque en este caso, las reglas eran claras y muy bien difundidas.

Una experiencia y visita obligada en Moscú, es el afamado Circo Ruso, un espectáculo excepcional con artistas consumados, y allí nos enteramos que se trata de una empresa con grandes extensiones fuera de Moscú, donde los animales conviven con la naturaleza y los van alternando para el espectáculo.

Otras vivencias de este viaje se relacionan con mi pequeño hijo Ferdusi, de 10 años en ese entonces. En el restaurante de un hotel, una camarera fue a besarlo y le regaló una bonita “matrioska”, una muñeca artesanal que tiene unas seis muñecas empotradas, una adentro de la otra, y algunos comensales le decían a la camarera que querían comprar otra, pero ella respondía que solo era una para el niño.

Otra escena en la memoria fue cuando andando con mi hijo en Sochi, una ciudad balneario en el Mar Negro, el Cancún ruso, oi los gritos de unas rusas, que bajaban corriendo por un paso a desnivel, y que abrazaron a mi hijo comentando que era como Pushkin, el famoso poeta ruso.

Otra vivencia con mi pequeño, fue en San Petersdburgo, entonces Leningrado, en un centro nocturno con espectáculos folklóricos y orquesta, sentados en nuestra mesa frente a la pista, cena con champagne, en la que bailamos algo Marta y yo. Pues resulta que cuando, ya tarde, abandonábamos el cabaret, Duchi me dijo: “Papi, estoy bolito” y nos fuimos caminando. Mientras bailábamos, el le había estado entrando al champagne.

Pero por hoy es suficiente y mañana continuamos con nuestra remembranza.

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