Opinión
Rodulfo Figueroa, el poeta chiapaneco Por Ferdusi Bastar Mérito En estas fechas, en que un verdadero ejército de trabajadores de la salud realizan una labor titánica, a riesgo de sus propias vidas, para atender la pandemia que nos flagela. Médicos que aplican su destreza, sensibilidad y ciencia junto con enfermeras, laboratoristas, camilleros y un equipo […]
23 de agosto de 2021

Rodulfo Figueroa, el poeta chiapaneco

Por Ferdusi Bastar Mérito

En estas fechas, en que un verdadero ejército de trabajadores de la salud realizan una labor titánica, a riesgo de sus propias vidas, para atender la pandemia que nos flagela. Médicos que aplican su destreza, sensibilidad y ciencia junto con enfermeras, laboratoristas, camilleros y un equipo humano que merece nuestro reconocimiento, admiración, respeto y gratitud.

Pues en estas fechas, viene a mi memoria un poeta chiapaneco que admiré en mi juventud, y del que se me gravó el bello poema que transcribo al final.

Rodulfo Figueroa tuvo una vida trágica. Creció en su nativa Cintalapa, en donde muy joven se enamoró perdidamente de una muchacha humilde, lo que disgustó severamente a su madre, llena de prejuicios, que reprobó esta relación e hizo que su esposo mandara al joven a la ciudad de México a estudiar el bachillerato.

En la metrópoli Rodulfo terminó enfermo por la altura y tuvo que trasladarse a Guatemala, donde estudió medicina y vivió hasta cumplir los 32 años.

Su salud se deterioró fatalmente cuando se le desarrolló un tumor en el cerebro, regresando a morir a su natal Cintalapa. Dejó un extenso poemario de excelente factura, del que recuerdo el que transcribo a continuación:

A UNA MUERTA,
Cuán hermosa es la muerta! Exuberante
su desnudez sobre la losa brilla;
yo la contemplo pálido y jadeante
y tiembla entre mis manos la cuchilla.

El profesor, que la ocasión bendice
de poder explicar algo muy bueno,
a mí se acerca y con placer me dice:
-Hágale usted la amputación del seno.

Yo que siempre guardé por la belleza
fanatismos de pobre enamorado,
-Perdonadme —le dije con tristeza—,
pero esa operación se me ha olvidado.

Se burlaron de mí los compañeros;
ganó una falla mi lección concisa,
vi en la faz del maestro surcos fieros
y en la faz de la muerta una sonrisa.

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