Opinión
Hay que pedir perdón Miguel Ángel Valdivia de Dios Estimados paisanos Los tiempos de elecciones nos invitan a poner en una caja de cristal lo mucho que decimos y hacemos para conseguir adeptos y potenciales votos electorales; empezando por visitas a cultos religiosos, bautizos, bodas, velorios, reuniones de vecinos, festejos populares, mercados y parques públicos […]
1 de marzo de 2021

Hay que pedir perdón

Miguel Ángel Valdivia de Dios

Estimados paisanos
Los tiempos de elecciones nos invitan a poner en una caja de cristal lo mucho que decimos y hacemos para conseguir adeptos y potenciales votos electorales; empezando por visitas a cultos religiosos, bautizos, bodas, velorios, reuniones de vecinos, festejos populares, mercados y parques públicos y nos hacemos compadres o comadres de líderes sociales o comunitarios.

Lo que nos sobra son palabras, palabras y más palabras, les hablamos a todos de todo para vernos como el más terrenal y sabihondo de los políticos; pero lo que más tratamos de lograr es conectarnos con ellos, la empatía cuenta mucho, pero el principal vínculo son las promesas, las muchas promesas que les hacemos, a sabiendas de que muchas de ellas se quedarán durmiendo el sueño de los justos.

Ahora que estamos en los umbrales de la elección intermedia del 6 de junio, me pregunto ¿cuántos de estos nuevos aspirantes a Diputados Federales y Locales, así como a Alcaldes se sumarán a las muchas generaciones de políticos de promesas incumplidas ofrecidas campaña tras campaña política?

Promesas hechas al calor de la contienda política a un pueblo ávido de respuestas
a sus problemas cotidianos de contar con una buena carretera, calle o guarniciones y banquetas, agua potable, servicio de recolección de la basura, energía eléctrica y alumbrado público o parques y jardines dignos.

Nuestra gente escucha esperando que estas propuestas sean serias, responsables y comprometidas, porque todavía cree con la nobleza que la caracteriza, que está ante un político decente, maduro y profesional, que pone por adelante su reputación, no ante un parlanchín que esconde sus ambiciones más obscuras atrás de una falsa promesa.

Lo cierto es que en estos tiempos en que la gran mayoría está harta de la política, no se puede seguir jugando con los sentimientos de un pueblo que solo quiere vivir en paz, en un estado en el que sus hijos puedan correr, jugar, aprender con una buena educación y donde los jóvenes encuentren siempre oportunidades de llegar a una universidad, trabajar y desarrollar todas sus capacidades.

Un pueblo que solo pide estar a salvo de los delincuentes, contar con un trabajo con el que ganarse la vida y de tener buenas respuestas del sistema de salud en caso de enfermarse; vivir en un lugar decente sin temor a las inundaciones y en el que se amplíen los horizontes para los emprendedores y hombres y mujeres de negocios.

Los problemas que tenemos adelante son claros y la gente sigue esperando de la comunidad política las soluciones, pero algo camina muy mal, porque no nos atrevemos a tomar las decisiones -algunas de ellas difíciles- que ofrecimos tomar para resolverlos, hay una enorme resistencia a construir consensos sobre los problemas mayores y nos vemos muy pequeños ante los grandes desafíos.

También hay una enorme distancia entre la política que practicamos y la que nuestro pueblo necesita; ganamos elecciones con promesas que juegan con sus necesidades y aspiraciones, pero nadie carga una culpa de conciencia por su falta de cumplimiento, ni hay una explicación de porqué hemos llegado hasta un punto muerto en su atención y nos quedarnos sordos y mudos ante el reclamo a nuestros compromisos de campaña.

Nuestra gente está lidiando en el día a día con una cruda realidad llena de carencias y con una política caracterizada por la demagogia, la hipocresía, la frivolidad y el cinismo, ya que esta se ha convertido en un negocio y en un entretenimiento público, carente de convicciones y de pasión por servir a la gente.

Creo que ha llegado la hora de aceptar que hemos cometido muchos errores como comunidad política en nuestra relación con el pueblo por eso debemos de pedirle perdón, se que una súplica no resolvería nuestras omisiones y engaños del pasado, pero siempre será bueno dar un primer paso para construir una nueva relación.

Nunca es tarde para reconocer que las necesidades del pueblo son más importantes que nuestro protagonismo político cuando estamos en el poder, que puede resolverse poniendo por adelante sus preocupaciones y demandas más sentidas y dejando de discutir solo lo que a nuestros intereses políticos conviene, además de pedir perdón.

El pueblo es generoso, tolerante, paciente y aún con fe en la política y esperanza en sus promesas pese al hartazgo, pero necesita hechos políticos y un renovado compromiso de luchar junto a el con acciones inmediatas y urgentes, para reducir la brecha abismal entre las promesas realizadas y la realidad de nuestros días, marcada aún por la injusticia, la desigualdad, la impunidad, la precariedad urbana y la pobre calidad de vida en nuestras ciudades y comunidades, solo así podrá haber perdón.

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