Opinión
Juárez no yace en San Fernando. Vive en todo México Ferdusi Bastar MéritoEra aquel trágico 18 de julio de 1872. El Presidente, enfermo, en su recámara, había tenido acuerdos con sus ministros de Relaciones Exteriores y de Guerra y Marina y sonriendo se recostó sobre su mano izquierda, y siendo las 23.35 horas expiró, rodeado […]
17 de julio de 2023

Juárez no yace en San Fernando. Vive en todo México

Ferdusi Bastar Mérito
Era aquel trágico 18 de julio de 1872. El Presidente, enfermo, en su recámara, había tenido acuerdos con sus ministros de Relaciones Exteriores y de Guerra y Marina y sonriendo se recostó sobre su mano izquierda, y siendo las 23.35 horas expiró, rodeado de su médico Ignacio Alvarado y de los renombrados facultativos Gabino Barreda, Rafael Lucio y toda su familia, transponiendo los solios de la gloria y grabándose indeleblemente en el corazón de todos los mexicanos.

Benito Pablo Juárez García, el gigante de Guelatao, en realidad no yace bajo el mármol de San Fernando: vive en el corazón de todos los mexica0nos que lo recordamos y tratamos de seguir su ejemplo.

El del gran luchador de frac, el del gran capitán que nunca empuñó un arma, el del ilustre reformador, ni sanguinario como Calvino ni iracundo como Lutero, tranquilo, impasible, convencido de tener la razón y de su triunfo final,

El filibustero Maximiliano, que nunca fue Emperador, porque Juárez era Presidente, le escribió al patricio invitándole a formar parte de su pandilla de traidores, a lo que Don Benito contesto:

“Respetable Señor:
“Me dirige usted, particularmente, su carta del 22 de mayo de 1864, fechada a bordo de la fragata Novara, y mi calidad de hombre cortés, y público, me impone la obligación meditada de contestar, porque ya debe suponer que el delicado e importante cargo de Presidente de la República, absorbe casi todo mi tiempo, sin dejarme descansar de noche.”
“Se trata de poner en peligro nuestra nacionalidad, y yo que por mis principios y juramentos soy el llamado a sostener la integridad Nacional, la soberanía y la independencia, tengo que trabajar activamente, multiplicando mis esfuerzos para corresponder al propósito sagrado que la Nación, en el ejercicio de sus facultades me ha confiado; sin embargo, me propongo, aunque ligeramente, contestar los puntos más importantes de su citada carta.”

“Me dice usted, que abandonando la sucesión de un trono de Europa, abandonando su familia, sus amigos, sus bienes y lo más caro para el hombre, su patria, se han venido usted y su esposa doña Carlota, a tierras lejanas y desconocidas, solo para corresponder al llamamiento espontáneo que le hace un pueblo que cifra en usted la felicidad de su porvenir.”

“Admiro positivamente, por una parte, su generosidad y, por la otra, ha sido verdaderamente grande mi sorpresa al encontrar en su carta la frase “ llamamiento espontáneo”, porque yo había visto antes, que cuando los traidores de mi patria se presentaron en comisión por si mismos en Miramar ofreciendo a usted la corona de México, con varias cartas de nueve o diez poblaciones de la Nación, usted no vio en todo eso más que una farsa ridícula, indigna de ser considerada seriamente por un hombre honrado y decente.”

“Contestó usted a todo eso exigiendo una voluntad libremente manifestada por la Nación, y como resultado del sufragio universal. Esto era exigir una imposibilidad, pero era una exigencia propia de un hombre honrado. ¿Cómo no he de admirarme viéndole aceptar las ofertas de los perjurios y aceptar su lenguaje, condecorar y poner a su servicio a hombres como Márquez y O Horan y rodearse de toda esa parte dañada de la sociedad mexicana?”

“Yo he sufrido, francamente, una decepción; yo creía a usted una de esas organizaciones puras, que la ambición no alcanza a corromper.”

“Me invita usted a que vaya a México, ciudad a donde usted se dirige, a fin de que celebremos allí una conferencia, en la que tendrán participación otros jefes mexicanos que están en armas, prometiéndonos a todos las fuerzas necesarias para que nos escolten en el tránsito, y empeñando como seguridad y garantía su fe pública, su palabra de honor.”

“Imposible me es, señor, atender a ese llamamiento; mis ocupaciones no me lo permiten; pero si en el ejercicio de mis funciones públicas, yo debiera ocurrir a tal invitación, no sería suficiente la fe pública, la palabra de honor, de un agente de Napoleón, de un hombre que se apoya en esos afrancesados de la Nación Mexicana, y del hombre que representa hoy la causa de una de las partes que firmaron el Tratado de la Soledad.”

“Me dice usted que de la conferencia que tengamos, en el caso de que yo acepte, no dude que resultará la paz, y con ella la felicidad del pueblo mexicano, y que el Imperio contará en adelante, colocándome en un puesto distinguido, con el servicio de mis luces y el apoyo de mi patriotismo.”

“Es cierto, señor, que la historia contemporánea registra el nombre de grandes traidores que han violado sus juramentos y sus grandes promesas, que han faltado a su propio partido, a sus antecedentes, y a todo lo que hay de sagrado para el hombre honrado, que en estas traiciones el hombre ha ido guiado por su ambición de mando y un vil deseo de satisfacer sus propias pasiones y aún sus mismos vicios, pero el encargado actualmente de la Presidencia de la República, salido de las masas del pueblo, sucumbirá,( si en los juicios de la Providencia está determinado que sucumba), cumpliendo con su juramento, correspondiendo a la esperanzas de la Nación y satisfaciendo las inspiraciones de su conciencia.”

“Tengo la necesidad de concluir por falta de tiempo, y agregaré solo una observación. ¿Es dado al hombre, señor, atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defiendes su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen, y de sus vicios propios una virtud? Pero hay algo que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la Historia. Ella nos juzgará. Soy de usted atento y seguro servidor.”

Benito Juárez
Y vaya de tremendo fallo de la historia. Maximiliano, el filibustero, y los traidores, en el basurero y el olvido. Juárez, en el altar de la patria y nombrado y reconocido por gobiernos extranjeros como el Benemérito de las Américas.

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