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Napoleón, ascenso y ocaso
Llegó a dominar el tablero de juego del mundo occidental durante más de una década Ciudad de México Agencias Para concluir la serie de los siete grandes personajes que llegaron a dominar el mundo hay que culminar y detenerse en el político y militar quizá más genial de toda la historia, al menos en el […]
28 de agosto de 2019

Llegó a dominar el tablero de juego del mundo occidental durante más de una década

Ciudad de México
Agencias
Para concluir la serie de los siete grandes personajes que llegaron a dominar el mundo hay que culminar y detenerse en el político y militar quizá más genial de toda la historia, al menos en el sentido que hemos Estado entendiendo en estas páginas. Primero por su extraordinaria labor como hombre de estado que supo refundar su nación varias veces desde las cenizas reinventándose, a la par, a sí mismo otras tantas. Pero también como estratega y militar que puso en jaque a todas las potencias de la época y llegó a dominar el tablero de juego del mundo occidental durante más de una década. Por eso creo que hay que completar esta serie con Napoleón como séptimo personaje: antes de él, aunque fuera émulo de Alejandro y Augusto, no hubo nadie semejante. Tampoco después de él sería igual nada en el mundo.
Napoleón Bonaparte, cuyo apellido (Buonaparte) delata su origen itálico, nació en Ajaccio en 1769, a un año escaso de que Córcega se incorporase a Francia, en el seno de una familia noble de la isla. Enseguida comenzó la carrera militar en el continente y aprovechó el estallido de la revolución para apuntarse al carro ganador de aquel movimiento imparable que habría de cambiar el mundo. Pronto empezó a ascender en el escalafón de los jóvenes militares revolucionarios gracias a su éxito en el sitio de Tolón, donde se había alzado uno de los últimos bastiones realistas franceses, con apoyo de Inglaterra y España, y que fue tomada a sangre y fuego. Desde entonces la Convención lo tuvo en gran estima y lo llamó en su defensa.
Su ascenso meteórico, ya bajo el Directorio, le llevó como general a la expedición a Egipto, la más ambiciosa que orquestó la República, con lo más granado de las tropas y también, según el espíritu ilustrado de la época, con un séquito de científicos y eruditos que le dieron a Napoleón fama de cultivado.

Buen gobierno
En el breve interludio de paz en que pudo hacerlo, Napoleón se centró en el buen gobierno, separó Iglesia y Estado negociando con la Santa Sede un concordato, estableció libertad de culto, abolió la tortura, el feudalismo, la servidumbre y la inquisición, y realizó avances muy notables para la modernidad en Francia y, por extensión, de Europa con la redacción del Código napoleónico en 1804, con las leyes de comercio y el Código de Instrucción Criminal, que modernizaron el sistema jurídico y codificaron el derecho de una manera inaudita desde los tiempos de Justiniano y de los glosadores de Bolonia. Napoleón, sin duda, se miraba en el espejo de Augusto, más que en el de Alejandro, por su labor reformista.

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