Heberto Taracena Ruiz
En la fiesta del pueblo
gravitan ilusiones
que, entre chicos y grandes,
entrelazan a todos.
La espera nos unía
y el son remolinado
de Chicharras de Mayo,
recién desenterradas,
anunciaba los días
de elevados cohetes.
Eran tiempos de seca,
los árboles bebían
sereno por las noches
y agua por las raíces
a horario de la siesta.
Los menos a caballo
de rancheros apuestos
y, los más, caminando,
tenían que llegar
a compartir la fiesta
que por años fue corta
de apenas tres jornadas.
Luego alargose a cinco
o incluso a ocho fechas.
Por cada diez personas
fueron ocho asistentes
en una población
menor que los presentes.
Hoy entre diez van dos
y sin embargo luce
la fiesta aglomerada.
Los rescoldos aquellos
atizan desde casa
cenizas que no pueden
evitar la extrañeza
aquella de otros años.
Todo cambia se tiene
por sabido estribillo.
Todo cambia, la fiesta
y nosotros cambiamos,
inexorablemente.
Cunduacán, Tab., a l de mayo de 2022