Heberto Taracena Ruiz
En el claustro materno
el agua es
nuestro elemento
primigenio.
Nueve meses no poco
para que original
depositaria
vierta amorosa fe
de su encomienda.
Cómo pudo haber sido
nuestra convivencia
dentro del agua-madre:
quizás lejanamente
nos preguntemos,
para, si, responder
con balbuceos.
Al nacer, nuestros ojos
lloran líquidas gotas,
desesperantes.
Signo acuoso de vida
en lo que empieza
la nueva vida.
Desde ahí, a veces,
con infantes nalgadas
resollamos.
Nunca viene de más
preguntarse
sobre el hecho que llueva
y nos inundemos.
Cómo sería la primera
lluvia
de la vida exterior
o de la muerte.
Y cómo las demás.
Por qué llueve
más en unos lugares
que otros.
Desde tiempos antiguos
Tales de Mileto,
presocrático,
vio en el agua
fermento de la vida.
Del diario comprobamos
que las plantas con agua
parece que dialogan.
La tierra con el agua
es gigante embarazo
de la naturaleza.
Por qué, entonces,
tanta desavenencia
del tabasqueño
con el agua.
Por qué el aprendizaje
tan falso
que lo inutiliza.
Qué seguirá después
de solventar las cuentas
de estos últimos días.
Cunduacán, Tab., a 15 de octubre de 2020