Heberto Taracena Ruiz
La memoria del día
te visita
y tú le correspondes.
El ánimo está vivo
pese a que
ha más de medio siglo
te entregamos,
a hombros de vecinos,
al campo santo.
Joven,
pero muy realizada.
De tanto que tenías
eras el epicentro
de la grande familia;
así de parte tuya
como la de mi padre:
para todos,
el milagro de panes
y de peces
concelebraste
sin regateo.
El amor lo entendí
a partir de tu amor,
mamá.
Fuiste lección puntual:
a veces enérgica,
siempre flexible,
humana.
Lección que a pocos días
antes de tu muerte,
-doce de enero
de 1964,
domingo por la tarde-,
recomendaste,
convencida de estar
consumando
tu ciclo vital:
-Estén juntos,
-Apóyense,
-Dense la mano.
Lección, pues,
que guardamos
en plegaria gozosa;
porque tú bien mereces,
mamá,
laudes de alegría.
Ahora, no
visitaremos
el panteón,
frente al nicho
donde compartes
huesos y amor
con mi padre.
Esta pandemia,
sin embargo,
no lapida
el sentir y pensar
que del diario
aprendimos de ti,
mamá.
Cunduacán, Tab. a 5 de mayo de 2020