Heberto Taracena Ruiz
Las manos, si,
no me refiero a aquéllas
que hacen malabarismo
con los números;
ni a las caídas en brazos
de obesa burocracia.
No a las manos reñidas
con la ética
y las buenas costumbres
y que a chaleco cobran
quincenas por segundos
y, con suerte,
heredan la cachaza
a otras manos sanguíneas
por laudos amañados
y logros sindicales.
No a esas manos.
A esas manos no.
No es hora de ellas.
Me dirijo a tus manos
y a las mías;
tan útiles y usadas
en toda diligencia
hasta el exceso
de hacerlas conectoras
reflejantes
del Coronavirus.
A esas manos me atengo.
Manos desamparadas
al punto
de marginar su aseo
riguroso.
¡Benditas manos!
¡Manos bendecidas!
A partir de este día
a más de multi usarlas
prometo,
-la vida de por medio-,
mantenerlas
despercudidas
por veinte segundos,
veinte veces al día;
para estar mano a mano
con las manos.
Cunduacán, Tab., a 23 de abril de 2020