Heberto Taracena Ruiz
El desorden
nos sorbió
trago a trago,
hasta embriagarnos;
además,
fue blindado
por principios legales
bajo pretexto
de envolver
realidades
en tela de dudas.
Tuvo, el desorden,
expresiones
diversas:
ya ligeras,
ya de pesos y peso,
ya dispersas.
Contarlas
vomitaría una lista
congestionada
de explicaciones
injustificadas.
Fue como una epidemia
nacional,
que permeó a municipios,
estados,
federación.
Lo ilegal
se hizo lícito,
en formatos
convenencieros;
arguyendo avistar
clandestinos
que al pronto
se reprodujeron
como hidra mitológica.
Dentro de las ofertas,
adolescentes
fueron atrapados;
por si ello fuera poco
a ciencia y paciencia
de progenitores.
De suerte
que si preguntamos
a estudiantes
de 13 ó 14 años
sobre antros,
marcado porcentaje
al dar su anuencia
alegaría tratarse
de centros recreativos.
Pasa que cuando
la emergencia exige
confinarse,
el sentir en contrario,
casi general
no se hace esperar:
abogando,
sediento,
la vuelta al desorden,
ya que la esquela
legal
lo mandata.
¿No será esta pandemia
oportunidad,
sin extremos,
de reformar y reducir
horarios?
Si no ahora, ¿cuándo?
Cunduacán, Tab., a 31 de mayo de 2020