Heberto Taracena Ruiz
Rondan sonidos,
palpitantes,
sobre entablado teatro
de la noche:
grillos, cocuyos,
batracios, camaleones…
El agua se apodera
de armonías enlutadas:
en alta voz absorbe
voces diferenciadas
minutos antes…
El coro numeroso
ha dejado de serlo,
por aullidos del agua…
Y líquido creciente
estalla en los tejados,
paredes, ventanales;
sin dar tregua
a ligeros resquicios,
por causa de briosas
efusiones
verticales, oblicuas,
que, absolutas, dominan
el teatro de las rondas.
Los ojos cierran y abren
puertas al par,
y oídos no se dan
abasto
bajo el inflado tono
de estiladas goteras.
El agua de la noche
carece de color:
si acaso es renegrida
como si el mimetismo
uniformara.
Los árboles, las aves
y demás seres,
hacen las veces de cubierta
del agua nocturna;
para permanecer,
temblando, en duermevela,
a espera que levante
pronto el amanecer.
Por fin el agua cesa…
Lo que habíase movido
retorna a su lugar
de cuna milenaria;
el hombre a la cabeza
verificando que,
sosegada la lluvia,
la tierra resucite,
y vuelva en sí…
Cunduacán, Tab., a 25 de octubre de 2021