R O M A N C E
III
Heberto Taracena Ruiz
Platicábamos la tarde:
cada segundo caía,
en gotero de palabras,
una noche y una vida.
Sóla cadena de voces
eran tu voz y la mía;
cadena que no apretaba,
a nuestro cuello tendida.
Yo te escuchaba, azorado,
tú me atendías, absorta,
y estirábamos la plática,
jamás larga ni tediosa.
¿Dónde quedaron las tardes
que nos hacen recordar?
En indeleble memoria,
para la inmortalidad.