Mascarriel
Mario Ibarra *El hilo de Ariadna… *Feminicidio y crisis humanitaria… Imposible huirle del tema. Es un azote sobre la sociedad y tiene al gobierno en un grave aprieto. El bestial aumento en el asesinato de mujeres -sean calificados como feminicidios o como simples homicidios agravados, ha llegado a un grado tal de incalificable magnitud que, […]
24 de febrero de 2020

Mario Ibarra

*El hilo de Ariadna…

*Feminicidio y crisis humanitaria…

Imposible huirle del tema.
Es un azote sobre la sociedad y tiene al gobierno en un grave aprieto.
El bestial aumento en el asesinato de mujeres -sean calificados como feminicidios o como simples homicidios agravados, ha llegado a un grado tal de incalificable magnitud que, para los especialistas, no hay duda de que estamos frente a una crisis humanitaria.

Los brutales asesinatos de Ingrid y de Fátima han suscitado una reacción masiva.
Son la gota que derramó el océano.
La chispa en el polvorín.

Se ha desatado una especie de tsunami virulento y clamoroso que va de la condena fulminante al gobierno a la estupefacción adolorida; del lamento acongojado ante el horror a la búsqueda iracunda de culpables.

Una gritería social que, por un lado, puede decirse saludable: expresa el asco unánime de la multitud ante una realidad monstruosa e intolerable, asaz la exigencia airada de una solución efectiva e inmediata…

LA CONDENA…
Pero, por otro lado, la estridencia mediática, el motín callejero, la comprensible, incontenible manifestación desbordada y rijosa de colectivos de mujeres plenas de ira y desesperadas, parece inducir a las autoridades al pasmo, a la respuesta fácil, demagógica y torpe por parte del Estado, como la que han dado, por ejemplo, los diputados. (Normal en ellos).

La sociedad entera se pregunta: ¿cómo, por qué, en qué momento nos cayó esta maldición? ¿Qué nos sucedió como nación? ¿Qué hicimos para merecer esta condena?
En (el intento de) dar con la respuesta a estas interrogantes reside la clave para buscar la salida al sangriento laberinto…

EL DÉDALO…
Laberinto tenebroso. Un dédalo con muros de maldad y baldosas ensangrentadas; laberinto de muerte absolutamente incomprensible, de crueldad demoniaca, inhumana.

Los números no son fríos: son infernales: 11 mujeres asesinadas cada día; 3 mil 472 asesinatos de mujeres en 2019 -sólo 976 de ellos calificados como feminicidios; del total de asesinatos de mujeres, apenas el 4% alcanzaron la sentencia penal; 66% de las mujeres mexicanas mayores de 15 años denuncian algún tipo de violencia ejercida contra ellas ¡dos de cada tres!; 9.4 millones de mujeres acosadas o víctimas de agresión sexual en algún grado en sus propias comunidades; la numerología siniestra puede desplegarse hasta borrar el laberinto; no tiene caso; lo que se precisa es contestarnos los ¿cómo?, los ¿cuándo’, los ¿por qué? Nada podemos intentar contra lo que no entendemos, contra lo que nos abruma y nos pasma en la imposibilidad de comprenderlo…

LAS MUERTAS…
Vean: hay allí dos historias paralelas y luego entrecruzadas en una espiral doble: la violencia generalizada que arranca en 2006 con la declaratoria de guerra de Calderón y la de los feminicidios, que viene desde 1993, con epicentro de Ciudad Juárez.

Importante: primero fue la tragedia horrorosa a la que hoy nos referimos como “Las muertas de Juárez”: 1 mil 200 mujeres violadas, asesinadas y enterradas en el desierto. (Con un 99% de impunidad hasta hoy, subráyese).

Luego, al declinar esta matanza en los primeros años del siglo, con la llamada “guerra de Calderón” (continuada por Peña Nieto), se soltó la violencia inaudita y nunca vista: 300 mil asesinatos violentos del 2006 a diciembre del 2019; 61 mil desaparecidos en el mismo lapso.

Y lo más brutal e inclemente: en el mismo periodo 14 mil asesinatos de menores; 1 mil 463 en 2018; 1 mil 472 en 2019, en el informe anual de la Red Nacional por los Derechos de la Infancia (REDIM); 96% de todos estos crímenes sin castigo. Y es en esta vorágine de violencia implacable y demencial en la que, sobre todo a partir del 2015, el fenómeno del feminicidio de manifiesta de manera bestial. Como las ondas del agua en el estanque: la una inseparable de la otra…

EL GÉNERO…
Pero ¿qué debemos entender por feminicidio? Esta palabra es ya un término jurídico en la totalidad de regímenes democráticos de la ONU.

Se califica feminicidio al “asesinato misógino de una mujer realizado por un(os) hombre(s).
O sea; la causa esencial del feminicidio es el Ser Mujer.
El individuo(s) del género macho asesinando al individuo(s) del género femenino por eso: por razón de género.

Se empleó el término por vez primera en un congreso feminista en Bruselas en 1979.
La escritora y activista norteamericana Diana D.H. Russel le dio rango de sustantivo y difusión a través de su obra desde 1992.

En México, fue la doctora Maricela Lagarde y de los Ríos quien, desde finales de los años noventa señaló, insistió, sostuvo, que los de Ciudad Juárez eran todos feminicidios…

EL ESPEJO NEGRO…
Bien, tenemos los hechos, la materia, el fenómeno.
Una desgracia inenarrable. Una crisis humanitaria, sin duda. Una sociedad con indudables síntomas de morbidez criminal. Un país pasmado ante su propio reflejo en el espejo negro de Tezcatipotla.

Pero ¿cómo, por qué, cuando? ¿qué hicimos mal, qué nos ha sucedido…?
Por supuesto que sobre el fenómeno del feminicidio en México en el presente siglo se han hecho estudios serios por especialistas reconocidos; hay tesis académicas, investigaciones arduas, ensayos publicados. (Todos, por cierto, miserablemente ignorados por el gobierno, de Calderón a la 4T).

Lo mismo sobre su antecedente, las más de mil sacrificadas entre 1993 y 2003, las muertas de Juárez, hay investigación académica y especializada y ensayística y cultural.
(Incluso, dos grandes novelistas en nuestra lengua, Roberto Bolaño y Javier Marías, que sin duda serán leídos en los siglos venideros, han reparado, en sus novelas, en la monstruosa singularidad de “las muertas de Juárez”).

Pero ¿podemos contestar esos cómos, esos qués, cuándos, porqués? No…

LA MADRE…
Se trata de un fenómeno complicado, “polimorfo y perverso”, diría Freud.
Su estudio y elucidación, le llevaría cuando menos un quinquenio al Colegio de México, por ejemplo.

Un Erick Fromm, un Norman O. Brown se remontarían a nuestro doble pasado azteca e hispánico (con su vertiente arábiga); luego a la fusión violenta de ambos, a los 3 siglos de la colonia, a los dos siglos del México independiente hasta llegar a nuestros días.
Estudiarían el caso de doña Marina (ya nunca más “malinche”), raptada por los aztecas en Coatzacoalcos, regalada por estos al cacique de Tabasco, entregada a su vez por este último a Hernán Cortez. (Doña Marina, el arquetipo de la chingada mexicana: la abierta, la violada, según Octavio Paz).

Si, pero al final la madre verdadera de la nueva nación mestiza y mexicana.
En fin: por la parte hispánica (con su herencia árabe) y por la parte india y por la historia y por la civilización y por la cultura y por todo, somos una sociedad, una nación machista desde nuestro origen.

Como la mayoría de los pueblos de la tierra, salvo milagrosas excepciones.
Pero somos una especie especial de machistas: machistas mexicanos…

EL FRACASO…
Estamos pues ante un fenómeno histórico, cultural, político, social, educativo, cívico, de crisis de valores, de degradación humana, de desigualdad económica y social.

Un fenómeno complejo, profundo, extenso, erizado.
Partamos de nuestro fracaso educativo.

A partir de los años setenta, nuestro sistema de educación básica sufrió reformas en su diseño y estructura, que resultaron negativas.
Hasta entonces el sistema se enfocaba en la formación de buenos ciudadanos, de niños y jóvenes que, en el proceso de aprendizaje general y elemental de ciencias y humanidades, adquirían una conciencia cívica robusta, un sentido de la comunidad como espacio de solidaridad y una identidad compartida, donde el concepto de prójimo y de compatriota conducía al niño y al joven a la visión de un destino coincidente del cual éramos todos responsables y beneficiarios…

EL QUIEBRE…
Esa educación era también una idiosincrasia que se levantaba y se extendía del hogar a la escuela, del barrio a la plaza pública, de lo particular a lo multitudinario, de lo moral a lo ético.

Con las reformas al sistema educativo de los setentas empezó el quiebre.
Se decidió preparar “estudiantes eficaces” y no futuros ciudadanos.

Potenciales técnicos para la modernidad y no generaciones solidarias.
Individuos para la competitividad y el éxito personal y no ciudadanos para el esfuerzo y la productividad compartidas.

Una de las causas determinantes de nuestra tragedia es el fracaso de nuestro sistema educativo.
(Del que nada bueno podemos esperar a partir de su actual contra diseño).

Si hace 40 años hubiésemos estructurado una educación como la coreana, la danesa, la canadiense o la australiana, no estaríamos en medio de este desgarrador padecimiento…

EL ESTADO…
Pero son tantos y tantos los factores…
En 1970 éramos 60 millones de mexicanos; hoy somos más el doble. Eso también cuenta.

Pero junto con el factor educativo, otra de las causas mayores es la debilidad del Estado.
El deterioro del Estado inició en Tlatelolco en 1968, y desde entonces no ha parado.
Del 2000 a la fecha, su debilidad, decadencia y postración son patentes.

La medular razón de ser del Estado es garantizar la soberanía, la seguridad de bienes y personas, la educación, la salud, la paz, la armonía social sin demérito de la pluralidad y la libertad.

El Estado debe encausar los propósitos políticos, espirituales, morales y culturales de la nación.

Su instrumento principal es la ley, y la Constitución su regla inviolable.
Su fin supremo el Estado de Derecho.
El Estado mexicano es terriblemente ineficaz y endeble en el cumplimiento de su misión.

Esta debilidad extrema explica en buena parte la corrupción, la impunidad y su ineptitud, cuya máxima expresión es la violencia criminal y, dentro de esa onda expansiva, la matanza de mujeres, de adolescentes, de niños, de niñas.
Padecemos de ausencia de Estado…

EL AVESTRUZ…
Lo peor es la política del avestruz, en la que ha incurrido el Senador morenista Martí Batres.
Decir que las muertas de Juárez y la carnicería desatada del 2006 a la fecha se explica por las políticas neoliberales de los últimos 30 años, no es una barbaridad: es una mentira deliberada y una manera de no asumir responsabilidades.

Si así fuera en decenas de países asesinarían a 10 mujeres diariamente.
Finlandia, Noruega, Suiza, Dinamarca, Suecia, Nueva Zelanda, Canadá, Holanda, Austria y Japón son los 10 países con más amplio Estado de Derecho; su índice GINI de desigualdad es el más equitativo del mundo; las obligaciones del Estado: salud, educación, seguridad, infraestructura, libertad, derechos humanos, desarrollo humano, bienestar, son lo más elevados del orbe; encabezan las mediciones de satisfacción y felicidad declarada por sus habitantes.

Todos son regímenes democráticos y su modelo económico es neoliberal.
Con una gigantesca salvedad: sus gobiernos recaudan fiscalmente entre el 30% y el 45% de PIB nacional.

Y el 99% de los pocos asesinatos son resueltos y los asesinos debidamente castigados.
Qué fácil, Senador Batres, resolverlo todo con un “es culpa del neoliberalismo”.

Es qué deveras….

EL RECLAMO…
El Senador parte de un malentendido morboso: asume que se quiere culpar al actual gobierno de la violencia criminal y de la ola creciente de feminicidios.
Nada más falso.

Nadie, nadie, ni los más encendidos colectivos de mujeres encolerizadas responsabilizan al gobierno de AMLO de la situación que padecemos.
Sería algo absurdo, vil e insostenible.

Todos sabemos que la enfermedad viene de años atrás, como ha querido demostrase líneas arriba.
¿Qué le piden las mujeres al gobierno?

Le reclaman actitud, disposición, reflejos, arrojo, planes, estrategias, solidaridad, acompañamiento, marchar al frente…

LAS MAGNÍFICAS…
De todo esto ha surgido ex abrupto el ¡basta ya! del mujerío.
Bien sea. Que nada detenga vuestro ímpetu justiciero, oh magníficas.

La mujer mexicana ha decidido tomar su destino en sus manos. Que nada las detenga.
Estamos -podríamos estar- en el umbral de un salto histórico.

Si nuestras mujeres triunfan en su decisión parirían un México Nuevo.
Todo indica que le han tomado la palabra a la 4T y están puestas a hacer historia.

Que su fuerza fertilice la tierra mexicana…
Y que dejen atrás, para siempre, la sentencia de la madre de Beethoven, María M. Kaverich: “Una debería llorar cuando llega al mundo una niña”.

PD: La ecuanimidad es obligación: la calamidad, engendrada en decenios -y más bien en siglos-, no se abatirá por un giro milagroso. Nos llevará años. Sólo el hilo de Ariadna -la mujer, las mujeres- nos sacará del laberinto.

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