Mascarriel
Mario Ibarra *El solitario de Palacio en sus altas noches… *Adán, Marcelo y Claudia ante el santo de su devoción… El 24 se decide en el 23.Tal sostienen los que dan por hecho que quien resulte ganador de las encuestas del MoReNa para designar a su candidato presidencial será, fuera de toda duda, el sucesor […]
15 de mayo de 2023

Mario Ibarra

*El solitario de Palacio en sus altas noches…

*Adán, Marcelo y Claudia ante el santo de su devoción…

El 24 se decide en el 23.
Tal sostienen los que dan por hecho que quien resulte ganador de las encuestas del MoReNa para designar a su candidato presidencial será, fuera de toda duda, el sucesor de López Obrador.
O sea: Adán Augusto López Hernández, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard son los tapados destapados (el mote de “corcholatas” se los puso el mismísimo Presidente) a quienes se les queman las habas y, cada uno a su manera y con sus personales estilos, le prende sus veladoras al único santo de su devoción: san Andrés Manuel.
Ese es el tema dominante, principalísimo, de la conversación política nacional: quien de entre Claudia, Marcelo y Adán Augusto recibirá finalmente la unción definitiva, el señalamiento concluyente del poderoso señor de Palacio…

EL PRIATO…
En cuestión de sucesiones presidenciales vivimos tiempos inéditos.
Sucede que AMLO ha diseñado su proceso sucesorio de manera muy peculiar.
Tal proceso guarda, en varios aspectos, similitudes muy marcadas con el legendario juego del tapadismo priísta.
Desde Lázaro Cárdenas hasta Carlos Salinas de Gortari, la decisión de quien sería el candidato del PRI a la presidencia recaía en el presidente en turno.
Era sin duda la decisión más trascendental de su mandato.
Era tambien la clave de la permanencia, de la fuerza y del dominio del sistema creado por el Tata Lázaro y finiquitado por Ernesto Zedillo: el priato: el sorprendente régimen presidencialista mexicano que asombró al mundo durante 60 años consecutivos…

EL MONARCA SEXENAL…
La fórmula del presidencialismo priísta, que en sus mejores momentos pareció invencible, invulnerable y sempiterna, radicaba en la figura presidencial.
El presidente mexicano era, por seis años, un monarca, un tlatoani, un autócrata cuya voluntad era ley y cuyas ideas (si las tenía) eran credo y dogma nacional.
Era un poder casi inconmensurable (elemento de singular importancia, ese ‘casi’, como ya veremos) pero era un poder prestado.
El poder radicaba en una institución: la presidencia de la república.
Y el presidente en turno era su ejecutor, su usufructuario, su personalización.
Este poder presidencial incontestable, iniciaba el periodo de su declinación justo en el momento en que el monarca sexenal en turno designaba a su sucesor…

EL SAINETE…
Conforme se acercaba el momento del destape, el juego acertadamente llamado ‘tapadismo’, se convertía, para todos los mexicanos, en el único tema.
El tapadismo llegó a ser para los mexicanos una pasión, un arrebato, una apuesta angustiosa para los involucrados y sus seguidores; era una festividad de esperanzas y quimeras para los priístas, una feria de conjeturas y de arcanos futuristas para todos.
El sainete empezaba al arranque del quinto año del sexenio, e iba creciendo en intensidad cada día, cada hora, cada instante.
Los votantes menores de 40 años, que habrán de decidir la contienda presidencial del ya inminente 2024, no tienen idea de lo que era aquel entusiasta, fogoso y febril juego del tapadismo.
Ese juego terminó en 1994, cuando Salinas de Gortari no pudo entregarle la presidencia de la república a su elegido, Luis Donaldo Colosio, pues se lo mataron.
Su sucesor, Ernesto Zedillo, decidió pasar a la historia como ‘el Presidente de la transición democrática’, y designó al peor de los candidatos priístas posibles, Francisco Labastida, para facilitarle el triunfo al candidato del PAN, Vicente Fox.
Ahí terminó el juego fastuoso del tapadismo, pues ni Fox, ni Calderón ni Peña Nieto pudieron, por motivos de sobra conocidos, heredarle la presidencia de la república a sus favoritos.
Esto así porque, en el contexto de la transición democrática que vivimos del 2000 al 2018, las elecciones eran competidas, verdaderamente democráticas, organizadas por el Instituto Nacional Electoral y ejecutas por más de un millón de ciudadanos, que reciban y contaban los votos de la masa sufragante…

VIEJOS TIEMPOS…
La esencia del tapadismo era que el candidato designado por el presidente en turno, era, seguro, el presidente siguiente.
Eso, reiterémoslo, se perdió (y muchos mexicanos pensamos que para bien) con Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto.
Ninguno de ellos pudo determinar quién sería su sucesor.
Sin embargo, al cabo de 30 años, los viejos tiempos del tapadismo priísta parecieran estar de regreso.
Pues para todos -y todos es TODOS- no hay la menor duda de que quien decidirá la candidatura presidencial del MoReNa es el presidente Obrador y, para muchísimos, tampoco hay dudas de que el candidato(a) morenista será el próximo presidente(a) de la república….

PODER PRESTADO…
Ahora bien: en el antiguo juego del tapadismo priísta, el mismo día en que el monarca sexenal designaba a su sucesor, ese mismo día inicia la declinación irreversible de su poder.
La atención, la simpatía, el interés, las expectativas, la ilusiones, los proyectos de futuro y las esperanzas renovadas de los mexicanos se traslapaba del presidente saliente al presidente próximo.
Conforme aumentaban la presencia ubicua, el imán y el resplandor de este, disminuían el atractivo y el poder de aquel.
Porque, como lo subrayamos, el poder inconmensurable del monarca sexenal residía en la institución de la presidencia de la república, era un poder prestado.
Y aquí radica la diferencia, enorme y determinante, entre los tlatoanis priístas y López Obrador.
Como aquellos, ha concentrado en la presidencia un poder colosal, pero ese poder no está radicado en la institución, sino en su persona.
No es un poder prestado, sino conquistado, acumulado y agigantado por AMLO.
Lo ha hecho de manera metódica, incesante y ávida.
Y aquí radica la disparidad casi abismal entre el monarca sexenal priísta y el poderosísimo presidente Obrador: aquellos heredaban un poder prestado: este busca el mejor heredero(a) de un poder naciente: el de la 4T. (Ese es su escenario, según lo ve y lo explica el propio AMLO).

EL JEFE NATO…
Los todopoderosos presidentes del priato retrasaban lo más posible la designación porque sabían que en el instante en que se conociera el nombre de su sucesor, su poder menguaba repentina, dramáticamente.
No es el caso de Andrés, que seguirá ejerciendo su poder determinante hasta el momento mismo de entregar la banda presidencial.
El tlatoani priísta eran ‘el jefe nato del PRI’, Obrador no es el jefe nato del MoReNa: AMLO es MoReNa y MoReNa es AMLO.
El PRI era un partido enraizado, un partido de masas corporativista, estructurado, parte de la cultura, la idiosincrasia, el carácter y el imaginario colectivo; era un partido diciplinado y -ojo- institucional.
MoReNa es una cofradía multitudinaria, abigarrada, compleja, frágil y circunstancial reunida en torno al liderazgo carismático de López Obrador.
El Tlatoani priísta aspiraba a un retiro respetable y tranquilo.
AMLO aspira a trepar al pedestal de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas.
En esta y otras cuestiones piensa el solitario de Palacio al recorrer en la alta noche los sombríos corredores de su residencia, devanando los nombres Adán, Marcelo Claudia…

La mente es como un paracaídas: no funciona si no se abre.
Frank Zappa.

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