Mascarriel
*AMLO, la 4T y la comezón del séptimo año… *Del cardenismo al proyecto obradorista… Mario Ibarra “¿Cuál es el año más difícil del sexenio para un presidente”?, le preguntó el periodista a don Adolfo Ruiz Cortínez, algún tiempo después de que este le había ceñido la banda presidencial a López Mateos. -Estamos en Veracruz. Se […]
14 de noviembre de 2022

*AMLO, la 4T y la comezón del séptimo año…
*Del cardenismo al proyecto obradorista…

Mario Ibarra
“¿Cuál es el año más difícil del sexenio para un presidente”?, le preguntó el periodista a don Adolfo Ruiz Cortínez, algún tiempo después de que este le había ceñido la banda presidencial a López Mateos.
-Estamos en Veracruz. Se había abierto una pausa en la partida habitual de dominó. Declinaba la tarde y la brisa marina beneficiaba al puerto con sus ondas de frescura que llegaban hasta los portales.
“El séptimo es, sin duda, el año más difícil del sexenio para cualquier presidente”, contestó don Adolfo.
Corrían los tiempos dorados del priísmo.
La institución del dedazo estaba ya firmemente cimentada.
La expresión más elocuente del incontestable poder presidencial la constituía el prurito de designar al heredero de ese poder y sentarlo en la Silla del Águila.
Hasta la muerte del dedazo en el sexenio de Ernesto Zedillo, esa decisión era vista como la más importante del monarca sexenal saliente.
Y su primer año como ex mandatario era la etapa para verificar si se había, o no, equivocado en su elección.
Era el lapso de prueba para constatar que había dejado la conducción de la República en buenas manos.
Pero también era la etapa de la melancolía del poder: el tener que acostumbrarse a ser un mortal, un ser de carne y hueso, un ciudadano común, después de haber sido un emperador cuyo poder rayaba en la omnipotencia terrenal.
El “séptimo año del sexenio” era tambien el de la entrada a la historia.
Sin excepción y desde que el mundo es mundo y la historia se escribe, todos los hombres de poder, todos los que han ejercido el mando en pueblos y naciones, aspiran a ser juzgados por sus elevadas intenciones, por sus grandes propósitos.
Pero la historia registrará sus acciones y los juzgará por sus resultados.
Así, en el “séptimo año del sexenio”, el expresidente mexicano del caso, empezará a percibir y a mesurar cómo será evaluado por la historia, si esta lo colocará en su galería de prohombres o lo enviará al basurero de los villanos.
De ahí la riqueza del apotegma de Ruiz Cortínez: “el año más difícil del sexenio es el séptimo…”

LOS PATRIOTAS…
De Lázaro Cárdenas para acá (para hablar sólo del periodo del PRI-Gobierno) todos los presidentes han sido buenos mexicanos, indudables patriotas.
Todos han tenido buenas intenciones.
Ninguno ha querido deliberadamente dañar a la nación.
Al contario, siempre actuaron absolutamente convencidos de que sus decisiones eran las más benéficas para el país.
Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Adolfo Ruiz Cortínez, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, quisieron, anhelaron, soñaron pasar a la historia como Grandes Presidentes, como epónimos benefactores de la Nación, como grandiosos Estadistas.
Y creyeron que cada una de sus decisiones apuntalaba ese anhelo.
En eso, Andrés Manuel López Obrador no es distinto y, como sus antecesores, su aspiración es legítima…

LOS CONTRASTES…
Pero una cosa es el querer y una muy otra es el poder, sobre todo cuando se trata de administrar un Estado, de gobernar un país, de conducir a una nación.
En ese tremendo desafío, una cosa es el anhelar y una muy otra es el lograr.
Una cosa es el soñar y una muy otra el despertar.
Una cosa son los propósitos y una muy otra los resultados.
Si algo nos enseña la historia es eso: que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
En esto tampoco el presidente López Obrador podrá diferenciarse de sus predecesores: a la hora de calibrar intenciones con resultados, se magnificarán los contrastes entre propósitos y efectos.
Y todo esto inicia al otro día de entregar la banda presidencial, arrancando “el séptimo año del sexenio…”

ALTA LA VARA…
Sin embargo, ya desde ahorita podemos anticipar que el “séptimo año” del presidente López Obrador, destacará en diferencias sustanciales respecto a quienes lo antecedieron en el cargo.
Esto así porque, de entrada, el tabasqueño se puso la vara sumamente alta.
No solo quiso que su gobierno fuera radicalmente diferente a los de la etapa que el denomina del “neoliberalismo” (de Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto) sino que fuera, nada menos, que el inicio de un cambio de régimen, es decir: que significara un viraje pronunciado e irreversible en el devenir de la nación.
Sí, un cambio de régimen, un antes y un después, una genuina revolución.
Pero, como en estos tiempos el vocablo revolución está desgastado y devaluado, AMLO designó (acertadamente) a su proyecto hecho gobierno como el de la “cuarta transformación”, equiparándolo a las convulsiones de la Independencia, de la Reforma y de la Revolución maderista…

EL JEFE MÁXIMO…
Después de Madero, ningún presidente mexicano había presentado a su gobierno, programáticamente, como “un cambio de régimen”.
Lázaro Cárdenas entendió el latir de los tiempos y leyó acertadamente la sintomatología de la nación que a duras penas emergía de la convulsa etapa posrevolucionaria.
Plutarco Elías Calles había puesto fin a la incesante trifulca de caudillos y dibujó el “régimen de instituciones”.
Así nació el PNR, partido que aglutinaba a los caudillos y los sometía a un orden institucional.
Con una gran ´pero´: Calles y el PNR eran indistinguibles: el partido y el Jefe Máximo eran la misma cosa. Ya no había caudillos: ahora había un jefe… Máximo…

EL MONARCA SEXENAL…
Cárdenas dio un paso enorme hacia adelante, suprimió al jefe máximo y creó ese entramado genial que primero fue el PRM y luego el PRI: una organización política, social y de Estado sin parangón en el siglo XX.
Un partido autoritario con ropajes republicanos encabezado por un monarca sexenal investido de poderes metaconstitucionales casi ilimitados (y le podemos quitar al “casi”).
Ese fue el régimen PRI-Gobierno…

LA ALTERNANCIA…
El sistema creado por Lázaro Cárdenas empieza a declinar a mediados de los años sesenta, con Gustavo Díaz Ordaz.
Acentúa su caída con Luis Echeverría y colapsa con López Portillo.
El país enfrenta la quiebra financiera en un mundo que cambia aceleradamente.
Necesaria, ineludiblemente, en 1982, Miguel de la Madrid imprime un viraje brusco al sistema político priista, sobre todo en lo económico.
Ahí se da, en buena medida, un cambio de régimen, pues, inevitablemente, el país se abre a las reformas políticas que desembocarán en la creación de instituciones democráticas, en la separación de poderes y en la alternancia del poder en los tres niveles de gobierno: el municipal, el estatal y el presidencial.
Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto acentúan ese régimen…

LA 4T…
Hasta que llega López Obrador con un diagnóstico: ese es un régimen fallido y hay que destruirlo y crear uno nuevo: la cuarta transformación.
En el 2018, 30 millones de mexicanos, el 53% e electorado están de acuerdo con él y arranca el proyecto de cambio de régimen.
Y aquí estamos.
Y aquí está el Presidente López Obrador.
A escasos 22 meses de cumplir su sexenio.
Con el inminente “séptimo año del sexenio” ya tocando la puerta.
¿Cómo lo vislumbra él? ¿Cómo se columbra desde el exterior de Palacio?
Entremos a los vericuetos de la 4T y a los médanos de esos 22 meses que vienen.
Acompáñenos en esa excursión en nuestras próximas entregas.

“Los hombres no aprenden de la historia y ni siquiera la conocen. O la olvidan”.
Enrique Krause.

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