Mascarriel
Mario Ibarra *AMLO y el 2024: no se admiten reclamaciones… *El dilema de la sucesión: ¿Adán Augusto o Claudia…? No hay hombres providenciales. Nunca un ser humano ha sido fruto de una Inmaculada Concepción. Nunca hubo una madre virgen fertilizada por el Espíritu Santo. Esto no es una opinión personal, sino una verdad científica (y […]
15 de agosto de 2022

Mario Ibarra

*AMLO y el 2024: no se admiten reclamaciones…

*El dilema de la sucesión: ¿Adán Augusto o Claudia…?

No hay hombres providenciales.
Nunca un ser humano ha sido fruto de una Inmaculada Concepción.
Nunca hubo una madre virgen fertilizada por el Espíritu Santo.
Esto no es una opinión personal, sino una verdad científica (y no hay más verdad que la ciencia).
Jesús el Cristo, Siddhartha Gautama el Buda, Mahoma… fueron seres humanos, deificados luego por quienes convirtieron sus enseñanzas en doctrinas.
La lectura de Heródoto, de Tácito, de Suetonio y de su larga y fecunda descendencia de historiadores, nos enseña que los grandes personajes de la historia -de Julio Cesar a Hitler, de Trajano a Stalin, de Carlo Magno a Churchill, de Carlos V a Gorbachov, de San Agustín a Marx – fueron hombres de su tiempo, es decir criaturas de la Historia.
Sus talentos personales, su genialidad en muchos casos, los impulsaron a ser las grandes figuras de la historia que ahora son.
Su enorme mérito radicó en entender, como nadie en su época, el carácter, las entrañas, la sustancia y la esencia de los tiempos que les tocó vivir…

“YO SOY YO Y…”
2 mil 400 años después de Heródoto, el filosofo español José Ortega y Gasset resumió brillante e irrefutablemente esta verdad en su insuperable axioma: “Yo soy yo y mis circunstancias”.
Los grandes hombres de la historia -héroes o villanos-, aquellos que han marcado con su impronta indeleble la época histórica que les tocó vivir, aquellos que incluso le impusieron un rumbo nuevo a la historia de sus pueblos, han sido y son hijos de sus circunstancias históricas, han sido sólo hombres, seres humanos de carne y hueso, individuos hechos de luces y de sombras, de virtudes y defectos, con fuerzas y debilidades, como todos.
No hay hombres providenciales.
Los seres humanos no hacen milagros.
Estamos hablando, ya lo entendió usted, de los hombres de gran poder que marcaron hitos históricos…

EL TIGRE…
De historia, de política y poder y de individuos poderosos, de eso hablamos.
Y del azar, de la suerte, de la buena fortuna que, siempre y sin excepción, ha favorecido a los que escalan las cimas más elevadas del poder político.
Para alcanzar el poder -para concentrar Todo el Poder, llegado el caso- primero hay que tener eso: la Voluntad de Poder (bien definida por Schopenhauer, por Lenin, por Elías Canetti).
En su origen es congénita. Se manifiesta en el temperamento del infante, es ya una pulsión en el adolescente, se advierte luego en el carácter primerizo del joven. Se levanta como Voluntad de Poder conforme se avanza en la madurez.
Entonces, el tigre ya está listo y al acecho.
Pero no agazapado, no: está en movimiento.
Cuando en política se entretejen la voluntad de poder, la buena suerte, el azar y las condiciones históricas, ¡ahí está!… ¡ahí salta la oportunidad!… La presa -llamémosle una muchedumbre desesperada, llamémosle una clase social que se revela (Marx díxit), llamémosle una nación enferma-, se entrega a su “salvador…”

LA CONFUSIÓN…
Y ahí la grey, la masa, llamémosle “el pueblo”, urde su primera confusión: le atribuye al líder, al guía, poderes milagrosos.
Y bueno, si la condición humana es capaz de imaginar dioses y creer en ellos ¡por que no ha de ungir de capacidades portentosas a quien reconoce como su caudillo, su redentor, su salvador…?
Asumamos que la necesidad de la masa de creer en dioses protectores y en adalides redentores, le es congénita e incurable.
Leer las biografías de Julio Cesar, de Hernán Cortez, de Lenin, de Mao, de Fidel Castro, por ejemplo…

CORAZÓN DE PÓPULO…
Guardando, por supuesto, las debidas proporciones con los nombres arriba mencionados, digamos que en México tenemos un adalid político al que sus seguidores -millones de creyentes, la mitad de los 120 millones de mexicanos cuando menos-, han investido de potencias providenciales, es decir: supra humanas.
(Confusión inevitable en el corazón del pópulo, ya lo vimos, pero confusión a fin de cuentas)
Andrés Manuel López Obrador es un hombre. Nada más. No puede obrar milagros.
Es un individuo con instinto de mando (“macho alfa” les llaman los etólogos), un sujeto con vocación de liderazgo, un político con voluntad de poder.
Y extraordinariamente dotado para la política… a la mexicana (“yo soy yo y mis circunstancias”).
Si sus millones de fieles seguidores, auténticos creyentes, le atribuyen dotes portentosas, la perturbación es de ellos, no de AMLO…

CIELO Y PURGATORIO…
Si, porque aun siendo AMLO el líder político y social más importante del país en los últimos 80 años, es un hombre, un ser humano. No puede obrar milagros.
Entendemos que, desde que se inventó, la política “es el arte de prometer el cielo, entregar el purgatorio y exigir que lo llamen a uno “héroe” por haber salvado a su país del infierno” (Bengambiki Habiyariamana, escritor y activista ruandés).
AMLO es un político con rasgos de genialidad frecuentes.
Su enorme talento para establecer una relación de confianza y, y más aún, de fe, entre él y sus creyentes, es reconocida hasta por sus más recalcitrantes adversarios.
Si el hoy Presidente convenció a más de 30 millones de mexicanos de que podía transformar a este país en 6 años, es porque él mismo estaba absolutamente convencido de que podía hacerlo.
(Por supuesto, la calidad, la bondad y el horizonte de esa transformación es el gran tema de la discusión pública nacional, pero esa es harina de otro costal, que a su tiempo discerniremos).
Obrador nunca ha tratado de engañar a su inmensa feligresía: está totalmente convencido de la factibilidad de su proyecto y de su capacidad para realizarlo…

EL TORBELLINO…
AMLO es, sin duda, el más poderoso presidente mexicano de los últimos 50 años.
Su ímpetu transformador avanza como un torbellino en el rediseño estructural, político, jurídico y operativo del Estado.
Sin embargo, en lo que atañe a las necesidades ingentes y perentorias de la nación -pobreza, salud, educación, crecimiento económico, justicia, impunidad, violencia- las cifras, las estadísticas, no le son aún favorables a la 4T. Negarlo es no sólo inútil: es contraproducente.
Todo poder político -así sea absoluto, que no es el caso-, tiene límites: la realidad y el tiempo.
Es esa la enseñanza apodíctica de la historia.
El sexenio de AMLO se termina dentro de 2 años.
Quienes creyeron que AMLO pudiera obrar milagros en 6 años, no tienen derecho a reclamar por los pendientes que quedan.
La primera obligación del votante es estar consciente de que va a votar por las promesas de un político profesional, que es un ser humano, limitado como todos.
Ahora, si ese votante quiere creer que su candidato, convertido en presidente, puede obrar milagros, pues allá él y su ignorancia y sus ganas de creer que los políticos son encarnación de la divina providencia…

EL DILEMA…
Al final, AMLO habrá hecho todo lo que pudo.
En eso no les habrá fallado a sus millones de creyentes.
Pero sabe que la 4T apenas supera la etapa de su cimentación.
De ahí su dilema: ¿Quién le garantiza que la edificación sigue después del 1 de septiembre del 2024? ¿Adán Augusto o Claudia?
En Tabasco y en todo el sureste están seguros que será Adán.
Esgrimen razones de peso que analizamos en nuestra próxima entrega…

“La ignorancia crea certezas, el conocimiento las pone en duda”.
Raymundo Lulio

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