Mascarriel
*Del imposible ideal del votante: conocer a su candidato… *Inteligencia y poder; de Echeverría hasta Adán, Marcelo, Claudia, Monreal… Mario Ibarra Acaba de morir el expresidente Luis Echeverría a los 100 años de edad. En sus tiempos de emperador sexenal, fueron famosas sus reuniones de trabajo a las 3 de la mañana en Los Pinos. […]
18 de julio de 2022

*Del imposible ideal del votante: conocer a su candidato…
*Inteligencia y poder; de Echeverría hasta Adán, Marcelo, Claudia, Monreal…

Mario Ibarra
Acaba de morir el expresidente Luis Echeverría a los 100 años de edad.
En sus tiempos de emperador sexenal, fueron famosas sus reuniones de trabajo a las 3 de la mañana en Los Pinos.
Apuraba jornadas de 20 horas de trajín de lunes a domingo.
Frugal y simple en el comer y más aún en el beber.
Incansable. Imparable. Incesante.
Era un remolino el hombre.
Arrastraba todo lo que le oponía con la fuerza de un brazo de mar.
Total qué: era todo poderoso… o casi.
Pero sí: ejercía el inmenso poder de los tlatoanis del antiguo régimen emanado de la revolución.
En el periodo clásico tardío de la era priísta (1970-1982), ese poder sin contrapesos ni barreras se ejerció de forma tremendamente irresponsable durante la “docena trágica” sumada por los gobiernos consecutivos de Luis Echeverría y José López Portillo.
Dice Juan Villoro que la vitalidad de Echeverría, que impresionaba a los políticos extranjeros y agobiaba a todos sus colaboradores, era “una vitalidad disgregada, sin brújula”.
Y la prueba de ello es lo que hizo del México que le entregó Gustavo Díaz Ordaz.
Aunque Echeverria creó instituciones hoy fundamentales, como el Infonavit y el Conacyt, aunque durante su gobierno nacieron los proyectos de lo que hoy son los emporios turísticos de Quintana Roo, de la Riviera nayarita y de Baja California, en la suma objetiva de los resultados de su sexenio, los negativos superan ampliamente a los saldos positivos.
La docena trágica de los gobiernos de Echeverría y López Portillo fue en gran medida desastrosa para el país, y no se pueden entender las dificultades enormes que hoy enfrentamos, si no encuadramos nuestra actualidad dentro del proceso histórico de hitos y transformaciones que arranca precisamente con Luis Echeverria…

EL ÍMPETUO Y LA BRÚJULA…
Hiperactivo, desorbitado muchas veces, contradictorio, desmesurado, los modos de ejercer el poder de Echeverría contrastaban tanto con la discreción, la contención y la coherencia de antecesores suyos como Díaz Ordaz o Ruiz Cortines, que motivaron que una de las mentes más lúcidas del siglo pasado, la de don Daniel Cossío Villegas, escribiera un libro sobre el asunto, al que tituló “El estilo personal de gobernar”.
De su lectura resultaba inevitable deducir que Luis Echeverría carecía de la estructura mental y de la capacidad intelectual para conducir con bien, correctamente, constructivamente, a un país como el nuestro.
Luis Villoro afirma que la mente de Echeverría estaba “marcada por el dinamismo y el desorden”.
Apunta el mismo Villoro: “Su energía transformadora sometió a sus colaboradores a jornadas extenuantes. Su secretario particular, Juan José Bremer, se acostumbró a dormir de pie en los elevadores. En esos breves trayectos recuperaba la lucidez para llevar una agenda que se desplegaba como un torbellino”.
Si, pero “una vitalidad disgregada, sin brújula”, como señala Villoro, no puede llevar a un país por rumbos de crecimiento sustentado, de serenidad en la marcha y vigor bien encaminado…

EL VOTO Y LA MENTE…
Lo anterior nos mueve a reflexión a propósito de los tiempos que corren.
Dentro de dos años iremos, casi 100 millones de electores mexicanos, a elegir a nuestro próximo presidente de la república.
¿Qué debería ser lo más importante a considerar al ir definiendo a quien entregaremos nuestro voto?
Porque eso es lo que debe hacer todo ciudadano responsable: definir su voto en base al mejor conocimiento posible de los candidatos.
El ideal imposible es que tuviésemos acceso a sus mentes, que conociésemos a fondo su pensamiento, sus ideas, sus convicciones, sus filias y sus fobias, sus sueños y sus traumas, sus fantasías y sus visiones.
Lo ideal sería que contáramos con su ficha sicológica y siquiátrica, con su radiografía moral y su acerbo ético, con su imagen completa como seres humanos.
En vista de que ello es imposible, hemos de constreñirnos a sus biografías políticas, a sus currículums, a la relación de sus acciones como políticos y como funcionarios, a sus gestos públicos, a la imagen que cuidadosa, elaborada y diligentemente deciden proyectar de ellos mismos sobre nosotros.
Y con ello debemos contestarnos la pregunta fundamental ¿quién es el mejor o la mejor para conducir al país que le entregará el 1 de septiembre del 2024 el presidente López Obrador…?
Mirado con detenimiento, podemos pensar que tenemos un fichero bastante sólido, prometedor y confiable para elegir al candidato que más nos convenza.
Adán Augusto López Hernández, Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum, y Ricardo Monreal (no se puede descartar a Monreal, por razones que iremos viendo en las próximas semanas y meses) constituyen un cuarteto de posibles presidentes de la república muy interesante.
Se trata de políticos profesionales, de sólidas carreras, de perfiles atractivos.
Monreal es un político de capacidad probada, de enorme experiencia alcanzada como gobernador, senador y diputado federal.
Es hombre profundamente conocedor del sistema político mexicano, del entramado del poder y de la complejidad enorme del país.
Marcelo Ebrard lo mismo. Lleva más de 30 años insertado en el mero meollo del poder, de la política y del gobierno.
Suma experiencia, conocimiento, inteligencia; posee sagacidad, pericia y paciencia.
Lo mismo que Monreal.
Personalidades muy diferentes, son sin embargo equiparables en sus capacidades, conocimientos y experiencia.
Comparada con ellos, Claudia Sheinbaum, se percibe, en la calificación política (que incluye todos los atributos mencionados) de menor estatura, sí, pero que no la descalifica, de ninguna manera, para disputarle la candidatura a Monreal y a Ebrard, emparejándola en sus posibilidades su cercanía con el Presidente, azas la estimación y la confianza que este le dispensa…

CONOCER, CONFIAR…
Adán Augusto se convirtió en precandidato presidencial en el momento en que AMLO lo integró a su gabinete, confiándole, nada menos que la secretaría de Gobernación.
A quienes no lo conocían -una gran mayoría, es verdad- los ha sorprendido la capacidad mostrada, los resultados palpables cada día y la “naturalidad” con la que se desempeña como responsable de la política interna del país, como si llevara años en el cargo.
Al igual que Monreal y Ebrard, el currículum de Adán Augusto es impresionante.
Subsecretario de gobierno en Tabasco, diputado local allá mismo, diputado federal, senador y gobernador -todos esos puestos ganados en las urnas-, posee tambien una solida formación académica: licenciado en derecho por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco; estudios en el Instituto de derecho Comparado de Paris; Maestro en ciencias políticas por la Universidad Sorbona Nueva-Paris 3; Diplomado en Derecho Notarial por la UNAM.
Lo he comentado en este espacio: ejercí durante 30 años el oficio de periodista en Tabasco.
Tuve oportunidad de conocer relativamente bien a Adán Augusto.
Desde un principio, digamos a mediados de los noventa, al coincidir como invitados a reuniones pozoleras (se disfrutaba allí de un pozole verde memorable) en la hospitalaria casa de la familia Paniagua, tuve oportunidad de observar de cerca y en un ambiente relajado al entonces joven Adán Augusto.
Reservado, circunspecto incluso, se destacaba de inmediato en él una mirada penetrante, aguda, no obstante la palpable distancia, una especie de barrera etérea, que interponía hacia su exterior.
Percibí una inteligencia incisiva y alerta pero introspectiva.
Esa distancia que da la introspección le facilita el análisis intelectual de situaciones y personas.
Aunque nunca cultivamos lo que se diría “una amistad personal” pude, en los siguientes años, reafirmar esas impresiones sobre su persona.
O sea: como votante potencial, conozco mucho más a Adán que a Monreal, Claudia y Ebrard.
Como elector, sé porqué le daría mi voto para presidente de la república: porque lo sé capacitado, preparado y en el pleno dominio de sus facultades para el cargo.
Porque ese conocimiento me da confianza y me crea expectativas favorables para el país.
Pero mi caso es uno entre decenas de millones.
Como decíamos, es imposible conocer a fondo -o al menos en lo necesario- al candidato por el que votaríamos.
Así que, en realidad, el de la inmensa mayoría es, un voto emocional…

“Y, al final ¿Qué es el éxito? Voluntad, una voluntad incontenible que abraza todo y a todos los que se le acercan”.
Sándor Márai

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