Mascarriel
*A recoger las varas: la 4T bajo el prisma del “alazán tostado”. *Escenarios españoles para la sucesión del 2024 en México… Mario Ibarra “Los presidentes (mexicanos) tienen tres años para tronar los cohetes, dos años para recoger las varas y uno para santificar la precesión”, formulaba el legendario Gonzalo N. Santos, quien personificaba la sabiduría […]
9 de agosto de 2021

*A recoger las varas: la 4T bajo el prisma del “alazán tostado”.
*Escenarios españoles para la sucesión del 2024 en México…

Mario Ibarra
“Los presidentes (mexicanos) tienen tres años para tronar los cohetes, dos años para recoger las varas y uno para santificar la precesión”, formulaba el legendario Gonzalo N. Santos, quien personificaba la sabiduría política que el régimen emanado de la revolución había acumulado sobre sí mismo.
Arquetipo del cacique del sistema PRI-gobierno, Gonzalo N. Santos, fue una de sus piezas esenciales de 1920 a 1970, de ahí que entre la nomenklatura del priísmo clásico se le considerara punto menos que un pontífice sobre la teoría y práctica del sistema presidencialista mexicano.
Con la excepción de Lázaro Cárdenas, el “alazán tostado”, como le decían, tuvo cercanía con todos los presidentes mexicanos, de Álvaro Obregón a Gustavo Díaz Ordaz, y operó para ellos.
Sabía muy bien de lo que hablaba cuando decía que “en política las ideas no importan, lo que importa es llegar al poder y que no te lo quiten”, para lo cual, el Poder (así, con mayúscula) no debe andarse con miramientos como, por ejemplo, las consideraciones éticas o morales pues, sostenía Gonzalo N. Santos, “en política, la moral es un árbol que da moras”.

LA ‘DICTABLANDA’ SEXENAL…
Para rematar las inmerecidas pero muy sabrosas vacaciones que nos tomamos, releí por enésima ocasión la autobiografía del legendario político potosino, ejercicio que recomiendo mucho a quienes quieran -o estén obligados- a resumir los 3 primeros años del gobierno de López Obrador y, luego, sobre esa base, entrever en lo posible el horizonte de los 3 años que vienen.
Cierto, aquello de los 3 años para tronar los cohetes, 2 para levantar las varas y el último para encabezar la procesión, aplicaba con precisión para los sexenios de la ‘dictadablanda’ presidencial priísta, durante los cuales, en efecto, en sus 3 primeros años, el monarca sexenal le imprimía al gobierno su sello personal, su proyecto político, su programa administrativo y el rumbo ideológico e “histórico”, por decirlo así.
Luego del tercer informe de gobierno y la elección intermedia, los dos años siguientes eran para “recoger las varas”, es decir, para cosechar lo bien sembrado, pero, al mismo tiempo, ir contabilizando los cohetes que no tronaron (los proyectos que no pudieron ser, por decirlo así).
El sexto año era para “encabezar la procesión”: preparar la sucesión con toda la pompa y brillo que la circunstancia reclamara.
La fórmula funcionó como reloj AP hasta Luis Echeverría.
Este sencillamente la destrozó, dinamitando así uno de los cimientos del régimen, que con él empezó a derrumbarse…

EL TSUNAMI DE JLP…
José López Portillo, que se proponía reconstruir todo lo demolido por Echeverría, se planteó un sexenio de 3 bienios bien definidos: 2 años de rectificación y arranque, 2 para la consolidación del proyecto y los 2 finales para el crecimiento en alta sobre bases sólidas (“aprender a administrar nuestra riqueza”, nos conminaba).
Los 2 primeros años fueron un gran éxito, aunque demasiado caro, se vería después.
Para el segundo bienio, López Portillo dobló la apuesta, pero la locomotora estatal empezó a cascabelear, como oportunamente lo advirtiera Gabriel Zaid.
Los dos últimos años nos sepultó el tsumani económico propiciado por la necedad y la frivolidad del Presidente…

UN SEXENIO DE 12 AÑOS…
Miguel de la Madrid (1982-1988) supo desde un primer momento que seis años no le alcanzarían para la recuperación de la economía, el control de la inflación y la estabilidad financiera.
Por eso planeó un sexenio de 12 años, cuando menos.
Carlos Salinas (1988-1994), elegido por de la Madrid para continuar la tarea, entendió que el contexto de la política y la economía mundial había cambiado y que el azar le regalaba la oportunidad de encabezar un cambio de régimen. Lo hizo, pero incompleto: privilegió la transformación económica y pospuso la renovación política. Así le fue y así nos fue.
Ernesto Zedillo (1994-2000) igual que de la Madrid, asumió que el sexenio apenas le alcanzaría para corregir el “error de diciembre” y consolidar la nueva política económica del Estado Mexicano. Al iniciar su cuarto año de gobierno ya había decidido ser el presidente de la transición democrática y pactar la entrega de poder con el PAN.
Pero como sea, tanto Salinas como Zedillo y sus sucesores, Fox, Calderón y Peña tuvieron, al arrancar su cuarto año de gobierno, una panorámica bastante clara de los alcances de su sexenio: de lo que podrían hacer en los 3 años restantes y, sobre todo -y esto es lo importante: de lo que NO podrían hacer. (En el caso de la 4T esto último es importantísimo).
En este sentido, la fórmula del alazán tostado sigue funcionando: 3 años para tronar los cohetes, 2 para recoger las varas y el último para encabezar la procesión.
El Presidente Obrador y su 4T han llegado al quiebre temporal: a la hora de empezar a recoger las varas…

30 MILLONES DE VOTOS…
En condiciones extremadamente singulares.
Y no podía ser de otra manera.
Debemos tener presente en todo momento, como hipótesis de trabajo, que la 4T se planteó como un Cambio de Régimen (obligadamente con mayúsculas).
Cuando, en un documental filmado en Palacio Nacional, Epigmenio Ibarra le pregunta al Presidente cual es la diferencia entre transformación y revolución, este le contesta que “transformar es revolucionar”.
Y hacer la revolución significa, antes que nada, el cambio de régimen.
La forma más expedita y radical para el cambio de régimen es la revolución violenta, que niega, condena y trata de sepultar el pasado totalmente para empezar a partir de cero.
La 4T interpretó sus 30 millones de votos del 1 de julio de 2018 como un aval para el cambio de régimen, para la revolución política, económica y social…bajo reglas democráticas.
Y sin duda ha empeñado todos sus talentos y todas sus capacidades en la realización de este cambio de régimen, con lo resultados vistos hasta hoy.
De ahí lo tan especial de este momento -histórico, sí-, para el gobierno que encabeza López Obrador: las condiciones nacionales e internacionales, a la hora de empezar a recoger las varas son muy distintas a la previstas al arranque del actual gobierno…

NÚMEROS Y REALIDADES…
Estamos a 50 días de que finalice la primera mitad del sexenio.
Para efectos prácticos ya ha terminado, luego de la elección intermedia.
Ha menester ahora recoger, enfrentar y confrontar los números de los principales indicadores en economía, finanzas, salud, educación, justicia, seguridad e inseguridad, empleo, cobertura de salud pública etcétera.
Al respeto, los índices entregados por el INEGI y el CONEVAL resultan preocupantes.
La hora de los números es la hora de la verdad.
De la manera en que en Palacio Nacional se analicen las cifras y los índices, de la forma en que se procesen sus derivados y de las decisiones que se adopten en consecuencia, dependerá, en gran medida, la suerte de este gobierno en los siguientes 3 años.
Seguramente los números de la 4T, sus propios índices, sus conclusiones contundentes, le estarán exigiendo un esfuerzo supremo, colosal, diríase humanamente titánico para, al menos, entregar el 1 de octubre del 2024, una 4T lo suficientemente cimentada para que, en teoría, en el 2030 pudiera decirse, ciertamente, que la 4T es un proceso irreversible y que el cambio de régimen está consolidado…

LO POSIBLE Y LO IMPOSIBLE…
Ahora, hablar en estos términos ¿es hablar de las probabilidades de un fracaso?
No, desde luego. (Al margen de que en política no hay éxito asegurado, ni completo ni permanente).
El planteamiento de AMLO y de su gobierno de la 4T, es nada menos que el cambio de régimen de gobierno y la transformación completa de las estructuras económicas, sociales, administrativas y política del país.
Un propósito de tan gigantescas magnitudes, cuando prospera, precisa de no menos de 20 años para decir que ya es irreversible.
México, Rusia, China, Cuba precisaron más de 20 años en el poder para consolidarse y ver de qué iba la cosa.
La 4T no puede ser la excepción.
Y he aquí que ha llegado a su primera aduana, el fin de la mitad del sexenio de AMLO.
Al recoger las varas, la 4T medirá lo andado, aquilatará lo posible y lo inalcanzable de aquí al 2024, y deberá tomar las decisiones pertinentes que le señalarán las circunstancias, con poca capacidad de maniobra y un limitado
abanico de opciones.
En ese sentido, la realidad es insobornable…

ESCENARIOS 2024…
Sin duda bajo este orden de ideas funcionan, maquinan, cavilan e imaginan las mentes de los politólogos que, diríase meritoria pero enfebrecidamente, aspiran a penetrar el pensamiento político y estratégico de AMLO y, así, pronosticar sus decisiones en un contexto dado.
Un ejemplo es el diplomático y analista político español, Bernardo Graue Toissaint, que elabora un escenario político sorprendente, pero no desechable, que podría enfrentar Andrés Manuel a la hora de decidir su sucesión.
Luego de argumentar, no si cierta lógica, porqué AMLO no heredará su cargo ni a la Sheinbaum, ni a Ebrard ni a Monreal, Grau Toissanint nos dice que, encausado por la coyuntura política, el Presidente se verá casi obligado a presentar la candidatura de Beatriz Gutiérrez Müeller, que representaría la única garantía de la continuidad de la 4T.
El analista español argumenta que no hay impedimento legal, que México ya reclama una mujer presidenta, que la señora Gutiérrez Müeller es una académica brillante y una gran conocedora de la realidad nacional, que sólo ella “garantizaría la continuidad, sin desvíos, del proyecto de nación”, que ella “encarna la integridad moral de AMLO” y garantiza “la continuidad de la lucha contra la corrupción y contra la mafia del poder”.

CRUCES ESPAÑOLAS Y CONSULTA…
O sea: hasta en España se hacen cruces ante la expectativa abierta y nada clara del segundo trienio del Presidente Obrador, que inicia, calendáricamente, dentro de 53 días, pero que, en la práctica, arrancó el 7 de julio pasado.
Otra vertiente de lo mismo son las múltiples, variadas y contradictorias interpretaciones sobre los resultados de la consulta popular del pasado 1 de agosto.
Para los adversarios de AMLO fue un completo fracaso.
Para los analistas ecuánimes, fue una experiencia fallida que entraña una enseñanza valiosa.
Para el Presidente y sus seguidores fue un éxito que debe celebrarse.
Si hablamos de votantes, 7 millones son un montón, son muchos.
Ahora, si nos referimos al 9% del padrón electoral, pues vienen siendo pocos, muy pocos.
Y entre esos dos extremos caben miles de lecturas distintas.
Una vez más salta a la vista que el MoReNa sin AMLO es muy poca cosa.
Porque llevar al 40% del padrón electoral a las urnas de la consulta era tarea del partido, no del Presidente.
Obrador sigue con una aprobación cercana al 60%, pero su partido alcanzó sólo 17 millones de votos en la elección intermedia y apenas 7 millones en la consulta.
En la temporada de recoger las varas se verá que los cohetes del MoReNa que no prende Obrador personalmente, con demasiada frecuencia nomás no truenan…

“En política, los odios compartidos son siempre la base de acuerdos contra el rival común”.
Alexis de Tocqueville

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