Mascarriel
*Anatema del bicho y encomio de los hombres… *Acostumbrarse a la verdad y comprender la ignorancia… Mario Ibarra mibarra17@hotmail.com Se va el año de la sobrevivencia. Bien que mal, aquellos que tengamos la invaluable alegría de repartir saludos, abrazos y parabienes así sea de forma virtual y a la distancia, seremos todos sobrevivientes. Nuestra sola […]
21 de diciembre de 2020

*Anatema del bicho y encomio de los hombres…
*Acostumbrarse a la verdad y comprender la ignorancia…

Mario Ibarra
mibarra17@hotmail.com
Se va el año de la sobrevivencia.
Bien que mal, aquellos que tengamos la invaluable alegría de repartir saludos, abrazos y parabienes así sea de forma virtual y a la distancia, seremos todos sobrevivientes.
Nuestra sola existencia nos da calidad de vencedores: el maldecido coronavid no pudo con nosotros,
(Quien esto escribe fue una víctima más del maldecido bicho, aunque en mi caso se portó bastante decente el grandísimo cabrón; nuestros síntomas fueron más bien leves y la cuarentena terapéutica sin el menor sobresalto).
Sin embargo, hubo dos decesos en nuestra extensa familia (por la parte tabasqueña) y media docena más de contagios, quienes, por fortuna, igualmente la libraron.
Como nos ha sucedido a todos, no hay amigo que no haya tenido uno o varios contagiados entre sus familiares.
Con lo anterior lo que queremos decir es que, de una manera u otra, nadie estuvo exento de los efectos directos y maléficos de la pandemia, nadie pudo evitar, a través de un familiar o amigo, un contacto cercano con la fatídica enfermedad.
De ahí la calidad de ‘sobrevivientes’ que, creo, debemos todos asumir.
Ahora, que los llamados “efectos colaterales” manifiestos más que nada en nuestras economías, en nuestros hábitos de vida y en nuestros niveles anímicos, en nuestra estabilidad psicológica (los índices de estrés se dispararon, por ejemplo), son evidentes, patentes, inocultables.
Le vemos fin al año en que hemos vivido en peligro; si, llegamos al término de la cuenta calendárica, pero ni el peligro, los riesgos y las consecuencias que se desprenden de la pandemia, terminan.
No; preparémonos para un 2021 más difícil que este año que despedimos, sobre todo en los atroces efectos de la economía.
Quien piense que se ve la luz al final del túnel se equivoca -o alguien le está enviando señales falsas y alevosas …

“LA VIEJA NORMALIDAD…”
Prepararnos para lo peor no es pecar de pesimistas, sino ser conscientemente realistas, responsablemente objetivos, diligentemente previsores.
Estamos muy lejos de poder echar las campanas a vuelo y de tronar cohetes y hacer sonar los platillos.
Cierto, probablemente, hacia finales del próximo año -más o menos por estas fechas-, estaremos cantando victoria, ya vacunados todos, regresando a la vieja normalidad -a la única que hay: la que nos permite movernos como queramos, abrazarnos y besarnos cuanto deseemos y podamos con quienes queremos o amamos.
La normalidad que nos da espacio para la acción individual y la interacción con todos, la que nos brinda el tiempo para planear y prevenir a futuro con ilusión, con alegría, con entusiasmo.
Hasta entonces, hasta dentro de un año, digamos, estaremos enterrando -ojalá que por mucho tiempo, las miserias, las penas, las frustraciones, los corajes, las desdichas, los dolores luctuosos, el pesimismo, el encabronamiento que nos producía permanentemente eso que nos quisieron vender o imponer como una “nueva normalidad”.
Intentar llamarle “normalidad” a la más aviesa y traicionera anomalía que pueden enfrentar el individuo y la sociedad: ¡una pandemia!, era querer llamarle salud a la enfermedad, fortaleza al padecimiento, frescura a la fiebre, lozanía a la perturbación, conveniente a lo nocivo, sano a lo insalubre, saludable a lo dañino…

LA IMPOSTURA Y LA MÁSCARA…
Desde un principio en este espacio rechazamos tajantemente el terminajo ese de “nueva normalidad” inventado por el inverosímil doctor López-Gatell, porque intentaba hacernos aceptar lo inaceptable.
Nombrar las cosas con su antónimo equivale a ocultar la realidad, a enmascarar la verdad, a engañar a la gente deliberada, alevosamente.
Parte de esa impostura la estamos viendo hoy: el incremento brutal de contagios, saturación de hospitales y decesos a causa del covid-19 (CDMX y EDOMEX decretando semáforo rojo de aplicación drástica, por ejemplo), no puede verse sino como resultado de la equivocada estrategia implementada por el inverecundo doctor LG, que en vez de enfrentar debidamente la pandemia, intentó siempre ocultar su gravedad, enmascararla, negarla.
Las consecuencias resultarán en costos humanos y económicos incalculables…

ACOSTUMBRARSE A LA VERDAD…
De la necesaria, imprescindible relectura de “La Peste”, de Albert Camus (lamentablemente, nadie se la ha dado a leer al improbable doctor LG), se desprende con claridad que una pandemia sólo se puede enfrentar con humildad, honestidad, eficacia, clarividencia y verdad.
En el epilogo de la novela, cuando la ciudad se apresta a celebrar su triunfo sobre la peste, el doctor Rieux, jefe del equipo sanitario que la enfrentó, recuerda que el primer aprendizaje que impone una pandemia es el de la verdad.
“En el momento de la desgracia se acostumbra uno a la verdad”, fue la inicial introspección de Rieux cuando se declaró la pandemia. Narrador en la novela, el doctor escucha y contempla su ciudad:
“El sonido de la ciudad llegaba hasta las terrazas con un ruido de ola.
En la noche ahora libre, el deseo bramaba sin frenos y era un rugido lo que llegaba hasta Rieux.
“Desde el puerto oscuro subieron los primeros cohetes de los festejos oficiales. La ciudad los recibió con una larga y sorda exclamación.
Aquellos y aquella que Rieux amó y perdió, todos muertos o culpables, eran ahora olvidados.
“El viejo tenía razón, los hombres eran siempre los mismos. Pero esa era su fuerza y su inocencia y era en eso por lo que, por encima de todo su dolor, Rieux sentía que le unía a ellos.
“En medio de los gritos que redoblaban su fuerza y su duración, que repercutían hasta el pie de la terraza, a medida que los ramilletes de muchos colores de elevaban por el cielo, el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, pues no es de los que callan, para dar testimonio a favor de los infectados por la peste, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y la violencia que les fue hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas que admirar que despreciar…
“Pero él sabía que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. Sólo puede ser el testimonio de los que fue necesario hacer y que, sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma incansable, a pesar de su angustia personal, todos los hombres que, por no ser sensatos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos…
“Cuando oía los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux era consciente de que esta alegría está siempre bajo amenaza. Pues él sabía que esta multitud alegre ignoraba lo que se puede leer en los libros, que la bacteria de la peste no muere, ni jamás desaparece; que pude permanecer durante decenas de años dormida en los muebles, en la ropa; que espera pacientemente en las habitaciones, en las bodegas, en las maletas, en los pañuelos y en los papeles, y que llegaría un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa…”

LAS ENSEÑANANZAS…
Si, muy posiblemente dentro de un año estaremos tronando cohetes y festejando sin el freno del temor a la enfermedad, el fin del 2021 y dándole la bienvenida al 2022, pero la lección que nos habrán dejado el 2020 y el 2021 (que, insistimos, será un año más difícil aún que este que fenece) resultará imborrable, dejará huellas profundas, dolorosas muchas, irremediables otras.
Lo que la lectura de La Peste nos deja es la certeza de que el hombre, los hombres, los pueblos, la humanidad, son capaces de atravesar por hecatombes tales como una pandemia, y que, al cabo, con sufrimientos sin medida ni consuelo, con la amargura de constatar una vez más lo que de vileza, cobardía y maldad hay en la condición humana, al final, sabremos una vez más que “hay en los hombres mucho más que admirar que despreciar”, como sostiene el doctor Rieux…
Al final, la fuerza vital y el instinto de conservación de la colectividad, se sobrepone a la mezquindad, la incuria y la vileza individuales…

“CUANDO CANTEN LAS CAMPANAS…”
No podemos en este momento intentar ningún balance serio, objetivo, inobjetable.
Podemos, sí, provisionalmente, contar los muertos y cuantificar los contagios.
Y eso apenas medianamente, pues el propio gobierno asume que las cifras oficiales de decesos y de personas contagiadas, son parciales.
Las ultimas mediciones sobre el llamado “exceso de muertes” realizado por instituciones y organismos acreditados, sostienen que el número real de muertes por covid-19 en México, debe rebasar actualmente la cifra de los 300 mil.
El arqueo definitivo, definitorio e irrebatible vendrá al final, cuando canten las campanas, truenen los cohetes y el bicho haya sido arrinconado en sus invernaderos por un buen tiempo, esperemos que muy largo.
Cuando el deseo por fin “ladre sin frenos en la noche libre (liberada de la peste) rugiendo como el golpear imparable de las olas”.
En tanto, atengámonos a lo que tenemos…

EL CAVERNARIO Y LA ESPERANZA
¿Y qué tenemos…?
La vida.
Somos sobrevivientes.
Vencedores hasta ahora que lo estamos contando.
No está el horno para bollos, pero navidad y año nuevo deben ser para nosotros reafirmación de vida y manantial de esperanza.
¿Esperanza?
Si. Sin ese sentimiento que impulsa a la horda humana desde el inicio de sus tiempos -el ‘tiempo humano’, el tiempo mensurable en calendarios lunares o solares, el tiempo en cifras circulares urdidas por sumerios, griegos y mayas; sin ese sentimiento que hizo caminar al cavernario hasta remontar el vuelo hacia la luna, hasta ponerle en la palma de la mano al niño el mundo entero en un teléfono celular, sin ese sentimiento, la esperanza, que significa que mañana será un día menos pinche que el de hoy, sin ese sentimiento no vamos a ningún lado, erramos invidentes, nos precipitamos al abismo en sombra.
Es la condición humana: el ser humano es hijo de su esperanza…

LOS SOBREVIVIENTES…
¿Celebrar…?
Hoy más que nunca, posiblemente.
A la mitad del túnel ¿celebrar…?
La celebración es la fiesta de la existencia, el goce de la vida.
No que en esta ocasión hagamos fandango.
No que nos tiremos a la francachela estúpida, a la pachanga beoda.
La celebración en paz, en calma, en serenidad y sin estridencias, puede ser incluso más profunda, más enriquecedora, más nuestra.
A pesar de lo que padecemos, podemos entrar en comunión con el mundo y con la vida.
Ahí, en casa, con los pocos que podemos estar juntos.
Los sobrevivientes no precisan de más para celebrar las paces con la vida y con el mundo…

DE CULPAS Y HEROISMOS…
Por supuesto, no se trata de ignorar la atroz realidad que nos atosiga.
Es sólo abrir una pausa.
Mañana, entrando el amenazante 2021, volveremos a la brega.
Y con mayor fuerza y más confianza y con esperanza renovada, infatigable.
Que le vamos a ganar el pleito al maldecido bicho, no hay duda.
Que nos va a costar aun sangre, dolor y lágrimas, tampoco hay duda.
Pero, como en la novela de Camus, cuando al final de la peste hagamos el inevitable balance del que se desprenderán irremediablemente responsabilidades y méritos, culpas y heroísmos, hemos de ser ¡pluguiese a lo dioses! justos, mesurados, ecuánimes, escrupulosos y clarividentes.
No nos elevaremos en un tribunal parecido a un patíbulo para repartir premios y castigos, no.
No es con ese ánimo ni con esa visión como podemos aspirar a ordenar los hechos para comprenderlos, para ponderarlos y dejar las cuentas claras para las generaciones por venir.
Haber atravesado por la peste del coronavid será una experiencia que iremos asimilando con el paso de los años.
Dentro de 20, 30 años, nuestros nietos seguirán encontrando valiosas enseñanzas de lo que la pandemia hizo con nosotros y nosotros con ella.
De ahí la necesidad de dejarles números ciertos, testimonios honestos y cuentas claras.
Concluyamos con estos párrafos iluminadores de la novela de Albert Camus, La Peste…

LES DESASTRES DE LA IGNORANCIA…
“Cuando la peste se convirtió en el deber de unos cuantos, se la llegó a ver como lo que era, esto es, asunto de todos…
“Al dar demasiada importancia a las bellas acciones, se rinde un homenaje directo y poderoso al mal.
“Pues se da a entender de ese modo que las bellas acciones sólo tienen tanto valor porque son escasas y que la maldad y la indiferencia son motores mucho más frecuentes en los actos de los hombres.
“Esta es una idea que el narrador no comparte. El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia ocasiona a veces tantos desastres como la maldad.
“Los hombres son más buenos que malos, y, a decir verdad, no es esta la cuestión. Sólo que ignoran, más o menos, y a esto se le llama virtud o vicio, ya que el vicio más desesperado es el vicio de la ignorancia que cree saberlo todo y se permite entonces matar.
“El alma del que mata es ciega y no hay verdadera bondad ni amor verdadero sin toda la clarividencia posible…”

UNA PAUSA…
Con esta entrega, el equipo de MASCARRIEL abre la pausa de navidad y año nuevo.
Ánimo Oh Magníficos…
Temple y grandeza Oh Eminentes…
Coraje y compasión, Oh Espléndidos…
Tenacidad, fuerza y generosidad, Oh Notables.
Con la venia de las Altas Deidades no rencontramos en este espacio el lunes 11 de enero.
Saludos y que, aparte de todo, colmados seáis de parabienes…

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