Mario Puzo, con El Padrino
Omertà 2014 Éste era, a su juicio, uno de los grandes misterios de la vida, el hecho de que un hombre hiciera lo que considerara oportuno hacer cualesquiera que fueran las consecuencias. Mario Puzo / Omertà Erwin Macario Mario Puzo, con El Padrino —uno de los libros para epígrafes en esta columna—, El siciliano y […]
30 de junio de 2014

Omertà 2014
Éste era, a su juicio, uno de los
grandes misterios de la vida, el
hecho de que un hombre hiciera
lo que considerara oportuno hacer
cualesquiera que fueran las
consecuencias. Mario Puzo / Omertà

Erwin Macario

Mario Puzo, con El Padrino —uno de los libros para epígrafes en esta columna—, El siciliano y El último Don, ya leídos, faltando Los tontos mueren, La cuarta K, The Dark Arena y The Fortunate Pilgrim, estas dos últimas sus primeras obras, es siempre buena lectura.

Estos días de asueto en Mérida, dentro de la vorágine futbolista que ayer domingo tuvo su clímax para un México robado hasta en eso, regresan algunas páginas del último libro que escribió, Omertá, que publicó, en junio 2000, Ediciones BSA, de Barcelona, España.

Permítase, culto lector,  traer a este espacio periodístico algo de esas lecturas. Con todo respeto. Y tutta proportión gardeè:

Una noche Tommy le rompió la nariz y unos cuantos dientes a su mujer, lo cual exigió una costosa intervención quirúrgica. Liza no se atrevió a pedir protección a la esposa de Don Aprile, pues probablemente tal petición la habría convertido en viuda, y ella amaba a su marido a pesar de todo.

Don Aprile no deseaba entremeterse en las riñas domésticas de sus subordinados. Tales asuntos jamás se podían resolver. A él le habría dado igual que el marido hubiera matado a su mujer, pero las agresiones suponían un peligro para sus relaciones en el mundo de los negocios. Una esposa furiosa podía hacer ciertas declaraciones y facilitar información perjudicial…

Por consiguiente, Don Aprile mandó comparecer al marido ante su presencia y le hizo saber con la máxima cortesía que sólo se inmiscuía en su vida personal porque ello afectaba a su negocio. Aconsejó al hombre que matara inmediatamente a su mujer o se divorciara de ella, o que jamás la volviera a maltratar. El marido le aseguró que nunca lo volvería hacer.

Pero el Don no se fiaba. Había observado en los ojos del hombre un cierto fulgor, el fulgor de su soberana voluntad. Éste era, a su juicio, uno de los grandes misterios de la vida, el hecho de que un hombre hiciera lo que considerara oportuno hacer cualesquiera que fueran las consecuencias. Los malvados se entregan a la satisfacción de sus más pequeños caprichos y aceptan el destino de arder en el infierno.

Y eso fue lo que ocurrió con Tommy Liotti. Trascurrió casi un año y la lengua de Liza se mostraba cada vez más afilada con el vicio de su marido. A pesar de la advertencia del Don y del amor que sentía por su mujer y sus hijos, Tommy le pegó una brutal paliza. La mujer acabó en el hospital con las costillas rotas y un pulmón perforado.

El marido era rico, tenía conexiones políticas y compró a uno de los jueces corruptos del Don con un elevado soborno. Después convenció a su mujer de que regresara a su lado.

Don Aprile observó todo aquello con cierta cólera y tomó cartas en el asunto muy a su pesar. Primero resolvió los aspectos prácticos de la cuestión. Obtuvo una copia del testamento del marido y averiguó que, como buen padre de familia que era, dejaba todos sus bienes terrenales a su mujer y a sus hijos. La mujer se convertiría en una acaudalada viuda.

Después envió un equipo especial con instrucciones también especiales. Una semana después el juez recibió una alargada caja con papel de envolver y lazos, en cuyo interior había un par de costosos guantes largos de seda que cubrían los dos poderosos antebrazos del marido, uno de ellos luciendo en la muñeca el caro reloj Rolex que el Don le había regalado años atrás en prueba de su aprecio. Al día siguiente el cadáver fue descubierto flotando en el agua alrededor del Puente de Verrazano.

CAMELOT

Toda proporción guardada, se ha dicho. Se insiste.

En la novela, el personaje principal, Raymonde Aprile, “que luchaba por el poder no le quedaba otro recurso. Cierto que a veces uno intentaba convencer —dice Puzo— o hacer concesiones en interés de otro hombre. Era razonable que así lo hiciera. Pero cuando todo fracasaba, sólo quedaba el castigo de la muerte. Jamás amenazas de otras modalidades de castigo que pudieran dar lugar a represalias. Simplemente que desapareciera del globo terráqueo para que ya no se le tuviera que tomar en consideración”.

Para el Don, advierte otra parte: “la traición era la mayor ofensa. La familia del traidor sufriría las consecuencias; su círculo de amistades y todo su mundo serían destruidos. Hay muchos hombres orgullosos y valientes dispuestos a jugarse la vida a cambio de un beneficio, pero muchos se lo piensan dos veces antes de poner en peligro a sus seres queridos”.

Toda proporción guardada, se insiste.

EXCALIBUR
El marido, en ese pasaje del libro, jamás alegó haber actuado por amor. Ni se sabe del destino de las personas implicadas. No es un cuento de hadas ni una historia con final feliz. Es bueno, empero, crear otros mundos, menos duros, a  la realidad.

Compartir: