Los lirios de Carmen de Mora
Agenor González Valencia agenor15@hotmail.com He leído y releído con admiración y cariño la Poesía Reunida de Carmen de Mora. Me imagino, al repasar las páginas de este libro, tener entre mis manos un manojo de lirios en cuyos pétalos están impresos los paisajes estampados en el eterno devenir del río Grijalva; las angustias, las emociones, […]
24 de septiembre de 2014

Agenor González Valencia
agenor15@hotmail.com

He leído y releído con admiración y cariño la Poesía Reunida de Carmen de Mora. Me imagino, al repasar las páginas de este libro, tener entre mis manos un manojo de lirios en cuyos pétalos están impresos los paisajes estampados en el eterno devenir del río Grijalva; las angustias, las emociones, los recuerdos, las brillantes metáforas y la ternura de esta excelente poetisa.

En su libro “Mi voz y el agua” (1948) sobresalen como símbolos el color gris que pinta la soledad y el silencio. Para ella su soledad no tiene llanto y, sin embargo, lloran el gesto y las palabras, sabe que sólo tiene una vida, esa que todos vivimos y que sin darnos cuenta se diluye como el tiempo inadvertido. Y así nos dice:

Sólo tengo una vida
y se me muere
con el silencio gris
con que agonizan
las rosas en la tarde.

El presagio de la muerte le hace vivir un presente de acíbar y un velero recuerdo. Esconde los ojos en los ojos sin sombra de la infancia. Su angustia es manifiesta en el bello poema “Ciudadela del sueño” del cual tocamos los siguientes pétalos:

Voy a cantar a tintas
de paisaje,
con la sencilla música
del niño,
lo que en mi corazón
despierta y sopla
con ágiles alientos removidos.

Voy a sentirme nube,
fuente y río,
voy a morir
de mi presente amargo,
y a desgarrar el vientre
del recuerdo
para volver a ser
mínimo y blando.

Voy a esconder los ojos
en los ojos
sin sombra de la infancia.
Vengo desde el dolor,
voy a los mares
donde mi barco de papel
naufraga.

Cuando haya respirado
mis palomas,
mis lirios y mis valles,
cuando me haya bebido
el amarillo
cauce de las mañanas,
me dejaré flotar
en las azules
sonrisas de mi madre,
seré otra vez gemido
en sus palabras
y lluvia de luceros
en su carne.

Yo no sé el  porqué el color gris aparece con frecuencia en la obra de los poetas tabasqueños. Así lo contemplamos, por ejemplo, en la poesía de  Ramón Galguera Noverola quien manifiesta en uno de sus poemas de Examen de Primer Grado, tener el paisaje gris a piedra y cielo; para la poetisa Alicia Delaval es doloroso el “retorno al gris”  y así denomina a unos de sus poemas. Carmen de Mora en  la intimidad musita:

Mientras la tarde aprieta
los jardines
con sus dedos azules,
casi grises,
yo pienso en ti.

Gris de soledad, gris premonitorio, gris dolor, gris angustia. ¡tánto color brillante que hay en el paisaje de sol y azules en Tabasco! Parece increíble el teñir de gris a la nostalgia. Y sin embargo los pétalos de blancos lirios se humedecen con el llanto de las palabras. Nuestra amada poetisa declara:

Anclada estoy
a tu horizonte amargo,
de cara hacia el martirio
de no saber ni cuándo
germinará en tus ojos
el cristal de mi llanto.

En  “Esquina en el tiempo” (1967) nos hace recordar a Manuel José Othón quien decía que “de tanto pensar en esas cosas / me duele el pensamiento / cuando pienso”. Carmen de Mora hace renacer la herida:

Y ahora,
¿No te darás cuenta?
El pensamiento
es una fina aguja.
La más larga,
La más hiriente.

Estoy segura de que a ti
otra aguja larguísima
te sangra.

Vivimos con la muerte a cuestas. Este vivir es el usar el mismo traje toda la existencia. Se vive en dos tiempos: el pasado que es añoranza y el  presente que es realidad fugaz. Proyectarse al futuro es ahuyentar a la muerte y eso se logra sólo con el amor. La poetisa lo afirma:
Morimos por la falta de amor.
Yo así muero.

Carmen de Mora es una mujer plena de ternura y si bien habla de la muerte, habla del dolor, habla de la soledad, habla de la angustia igualmente vuelca su amor maternal en canciones de cuna. Veamos algunas estrofas de “Trilogía infantil” (1968)

Cervatillo del viento,
rizo de luna,
duérmete que la noche
mueve tu cuna.

La mano de la Virgen
cuide tu gracia,
cordillera de risas
y de fragancias.

Y, no obstante,  asombra la sombra de la muerte:

Yo me ofrezco a la muerte
junto a tu cuna
porque nada te apague,
rayo de luna.

De “Miniaturas” (otoño de 1968) observamos:

Los estanques,
¿no sabes?
toda la noche gimen
por los ríos y los mares.

El gemido es dolor frente a la noche, soledad y silencio. Ella murmura:

Cuando el sol
se levanta
me ayunto con la vida.
Por las noches
me acuesto con la muerte.

“Sonetos” (1972) es constancia de los frutos maduros del árbol poético de Carmen de Mora. Para ella el soneto es un potro salvaje al que domina a la perfección. Leamos:

El potro del soneto se apercibe
de las catorce riendas que lo aguantan.
Todas, a cinta métrica, le imantan
y en dominio de fórmula se exhibe.

Su galope silábico describe
cómo pasión y rima lo amamantan.
Sedosas crines rítmicas levantan
el arco grácil que la ley prescribe.

Anca resuelta, casco alucinado,
tira de la palabra pontificia
sin transigir con término menguado.

Y en la recta final, a la caricia
de saber el trayecto consumado,
suda el último sol de su codicia.

De cara al cielo, firmamento limpio, de alegre sol y viento amigo, Carmen de Mora exclama en un terceto:
¡Qué hambre de azul y verde, sol y viento!
¡Qué dolor por el odio y la mentira!
¡Qué urgencia de limpiar el pensamiento!

Es “Tiempo de fuga” (1975). En sonetos descriptivos pasa revista en singular a  pájaros,  flores,  nubes,  olas, estrellas, árboles, aire, sol, mar y tierra.

Al Grijalva, en 1985, dedica cinco sonetos. En metáforas nos invita a contemplarlo:
Como un rayón entre la niebla espesa,
con sus dos brazos de paleta oscura
cruza el Grijalva, y en su donosura
finge un felino que se despereza.

Por su sencillez y pulcritud de “Otra vez Miniaturas” (1986) recordemos:
Hoy tomé
de tus ojos
lo que salta
en espuma
para lavar
mis playas.

Estamos en la “Recta final” (1994). Aparece de nuevo la sombra de la muerte a quien acusa:
Te acuso, muerte, de invadir mañosa
por músculos y huesos mis andares.
Tus óxidos colmaron los pesares
que conforman mi ruta bochornosa.

“Por los rostros del árbol” (1996) se duele de la ausencia del paisaje. La tala inmoderada provoca desolación. Poco a poco la urbanización se apodera de tierras campesinas. Se nota en las grandes ciudades la ausencia de los árboles. Y ella le dice, por eso, a la casa de oficio pajarero:

Voy a viajar contigo desde un mundo
triste de asfaltos y ágil en acero,
cuando ya de su oficio pajarero
sólo me quedan gracias de un segundo.

La poesía es un instante de infinito. Fugaz como la aurora, transparente como el viento. A ella dedica nuestra poetisa su Collar de Sol, Cenit, Mariposa y otros poemas de “Instantes” (1996) .

Infatigable en su quehacer poético en 1998 escribe “Hacia el estanque” y “En la resaca”.

Finalizo este recuento de pétalos inmarcesibles, pensando que de todos los colores es el azul de lejanías y de misterios el que se encuentra más cerca del alma y el que borra presagios de retornos grises. Ella lo confirma:

Alguna vez los hombres
perdemos el azul en un pedazo del camino,
y desde ese momento,
aunque soles y lunas cumplan con su rutina mágica,
nos falta la suavidad
que redime los atentados grises.

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