Los libros de Teo (2)
¿Cuándo fue entonces la primera lectura de Carlos Fuentes? Fue Chac Mool en una edición vieja de “El Cuento”, la revista que dirigía Edmundo Valadés. Teodosio García Ruiz/ Mi diario con Carlos Fuentes Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com Mientras busco entre un centenar de los primeros libros de la biblioteca de Teo, que salen a la venta […]
17 de julio de 2013

¿Cuándo fue entonces la primera
lectura de Carlos Fuentes? Fue Chac
Mool en una edición vieja de “El Cuento”,
la revista que dirigía Edmundo Valadés.
Teodosio García Ruiz/ Mi diario con
Carlos Fuentes

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
Mientras busco entre un centenar de los primeros libros de la biblioteca de Teo, que salen a la venta en el Tiradero de Lerdo, pienso en que tengo el tema para cumplirle a Juan de Jesús López y evocar al poeta que desde la oscuridad física nos llenó de luz. Escojo algunos libros que me harán recordarlo porque su vista un día agarró la luz de esas letras: Soñé que la nieve ardía, de Antonio Skármeta; Los emisarios, de Álvaro Mutis; Fiorello, de Carlo Coccioli (que me recuerda su Fabricio Luppo); El Diablo, de Giovanni Papini; Narrativa de la revolución cubana, de SeymouMenton; Guía de narradores de la Revolución Mexicana, de Max Aub; La novela en Tabasco, de Gerardo Rivera; Grandes iluminados de la humanidad, de AthanasiusNicholae; Rostros del Chulel, un libro de poemas a Chiapas; Poesía completa, de AlíChumacero; La lluvia desde el puente, de Jorge HumbertoChávez; Placeres como ríos, de José Landa; Mientras que viene el lobro, de Juan de Jesús López; y Mirar de lejos la nostalgia, de Fernando Nieto Cadena, entre novela y poseía.

Y de cuentos: La cifra anónima/ cuatro relatos de prisión, de HiberConteris; Cuentos de El Túnel, antología colombiana; Entre el silencio y la ira, narrativa contemporánea de Yucatán; La sublevación del brujo Jacinto Canek y otras historias violentas, de Roldán peniche Barrera; Cuentos, anécdotas y otras cosas, antología veracruzana; Las esquinas de Campeche, de Enrique Pino Castilla y Relatos del Grijalva, de Bartolo Jiménez Méndez.

Difícil escoger entre tantas obras. Teo las atesoro desde que pudo adquirir libros sin recurrir a las bibliotecas escolares. Lo explica en el texto que publicó en diciembre de 2009 en la revista Presencia: “La biblioteca de la escuela no permitía el acceso y la disponibilidad porque los libros estaban ordenados y bien dispuestos detrás de la profesora habilitada como bibliotecaria, o del intendente que asumía este rol cuando los profesores del plantel, como ocurre en todas las secundarias, faltan. Los alumnos llegábamos sólo a consultar diccionarios, manuales, mapas, enciclopedias. Todo el contacto con los libros se daba a través de lo que el humor, conocimiento y familiaridad con los alumnos tenían los bibliotecarios. Por placer nunca leímos en esa asignatura y en esa escuela.

Me hace recordar mi primera lectura en forma: Martín Fierro, poesía y narrativa de José Hernández, que leí en la biblioteca de la Secundaria Rafael Concha Linares.

Teo se encuentra en espìritu con Fuentes en el cuento ChacMool, que lee en una edición vieja de “El Cuento”, la revista que dirigía Edmundo Valadés. “El ejemplar estaba disperso en un armario en papeles de multas, infracciones de tránsito, boletas de libertad bajo fianza, recortes de papel y fotografías obscenas (de espionaje, supongo, porque aparecían parejas entrando clandestinamente en casas de citas o salían de ella). El cuento me pareció largo pero en ningún momento me despegué de él. Incluso, me pareció interesante que dentro de la historia había otra historia que eran las anotaciones en el cuaderno del personaje muerto.

“Conocía yo el ChacMool de los billetes de veinte pesos. El ChacMool era una escultura maya que sólo estudiamos en la secundaria como un pasaje gris: un sujeto acostado de espaldas recostadas sobre algo invisible, las rodillas juntas y con las plantas de los pies al suelo, eran paralelas al pecho. Sobre el vientre tenía una vasija de barro y una expresión en la cara como de gusto, felicidad o burla. Para mí era un personaje huevón porque estaba comiendo un cuenco con palomitas y miraba con gusto la televisión. Así era para mí la escultura del ChacMool, que, en un curso de historia en la secundaria, me informé que había inspirado algunas obras del inglés Henry Moore.

“El cuento me atrapó porque con el conocimiento previo que tenía de la escultura se me dificultaba entender qué madres podría suceder en la historia. Me llené de terror cuando supe que en el texto había un muerto. Me anticipaba al relato y decía para mí (recordando las películas de Santo el enmascarado de plata, las momias de Guanajuato y otros misterios), que la escultura se levantaría a medianoche, caminaría hasta la recámara del personaje y le apretaría el pescuezo. En dos ocasiones, recuerdo, fui por agua y salí a la puerta para distraerme de no sé qué. No quería que la historia avanzara o no quería que el texto concluyera. Sin embargo, la brisa de la mañana y la hamaca me impusieron el placer de leer acostado y concluí el texto.

“Confieso que mientras leía me sentía bastante bien, gozoso, fresco, alegre, entusiasta. Estaba imbuido o embebido en quién sabe qué atmósfera, que el desayuno de ese domingo estaba pasando de largo. La revista de Edmundo Valadés traía otros cuentos igual o más asombrosos que ChacMool, pero es con este cuento con el que dí mi primer lectura en la obra de Carlos Fuentes. A partir de ese texto, siempre que estoy ante una obra de este autor, cierto regocijo de amenidad o inmersión en un mundo verbal y delirante, me acomete”.
Pero en sus libros, allí en el Tiradero, sólo está, de Fuentes, Tiempo mexicano.

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