Guayabazo
Juárez, el inmortal En reconocimiento al líder social, consumado juarista y guía cívico de cientos de generaciones de estudiantes: profesor Rodolfo Lara Lagunas. Manuel García Javier guayabazo@hotmail.com El homenaje del 148 aniversario luctuoso del ‘Presidente vitalicio’ de México, Benito Pablo Juárez García, nos trae recuerdos de nuestra época primaria de educación. Eran los años 50s […]
20 de julio de 2020

Juárez, el inmortal

En reconocimiento al líder social, consumado juarista y guía cívico de cientos de generaciones de estudiantes: profesor Rodolfo Lara Lagunas.

Manuel García Javier
guayabazo@hotmail.com
El homenaje del 148 aniversario luctuoso del ‘Presidente vitalicio’ de México, Benito Pablo Juárez García, nos trae recuerdos de nuestra época primaria de educación. Eran los años 50s del siglo pasado, tiempos en que obligatoriamente nos levantábamos muy temprano para izar bandera en la plaza principal de mi querido Jalpa de Méndez, acudir al acto cívico conmemorativo y, en punto de las 6 de la tarde, arriar nuestra Enseña Patria.

Bastaron 12 horas de intenso dolor para que la vida de uno de los grandes próceres del país que luchó permanentemente contra las injusticias y el abuso de los ricos y poderosos, se apagara y, a partir de ese momento, su inerte cuerpo quedara sepultado bajo el mármol de una tumba que lo guarda a perpetuidad.

En su libro ‘Estampas Juaristas’, el maestro Rodolfo Lara Lagunas, nos ilustra acerca de las últimas horas del Benemérito, aquel funesto 18 de julio de 1872, y narra lo que el médico escribió:
El presidente Juárez comenzó sentir fuerte opresión en el corazón, algo que sus allegados confirmaron como un asunto reumático, y, ya para las 9:00 de la mañana, bajo la vigilancia del doctor Ignacio Alvarado, arreciaron los repentinos dolores en forma más aguda. “Los veía yo, más bien los adivinaba en la palidez de su semblante… Y tal parece que ya está salvado, cuando vuelve un nuevo ataque, y un nuevo alivio, y en estas alternativas transcurren 4 o 5 largas horas, en que mil veces hemos creído cantar una victoria o llorar una muerte”.

Y continúa el doctor Alvarado explicando: Serían las once de la mañana de aquel luctuoso día cuando un nuevo calambre dolorosísimo del corazón lo obligó arrojare rápidamente al lecho; “no se movía ya su pulso, el corazón latía débilmente; su semblante se demudó, cubriéndose de las sombras precursoras de la muerte, y en el lance tan supremo tuve que acudir, contra mi voluntad, a aplicarle un remedio muy cruel, pero eficaz: el agua hirviendo sobre la región del corazón. El señor Juárez se incorporó violentamente al sentir tan vivo dolor, y me dijo, con el aire de hacer notar a otro una torpeza:
¡Me está usted quemando!

Es intencional, señor; así lo necesita usted.
El remedio produjo felizmente un efecto rápido, haciendo que el corazón tuviera energía para latir, y el que 10 minutos antes era casi un cadáver, volvió a ser lo que habitualmente: el caballero bien educado, el hombre amable y a la vez enérgico”.

El alivio fue grande y prolongado que transcurrieron cerca de dos horas sin que volviera el dolor. La familia se retiró al comedor y quedando solo con su doctor, le comenzó a relatar acerca de su niñez… y cuando el galeno estaba más pendiente de sus labios, Juárez clavó su mirada para decirle de modo imperativo:

¿Es mortal mi enfermedad?
¿Qué contestar al amigo, al padre de familia, al jefe de Estado? Pues la verdad, nada más que la verdad; y procurando disminuirle la crueldad de mi respuesta, le contesté, con la vacilación siguiente a lo imprevisto de la pregunta: No es mortal en el sentido de que ya no tenga usted remedio.

Juárez comprendió en el acto la terrible respuesta y sin inmutarse vaciló en sus palabras con un asombroso dominio a sí mismo… Acababa de saber que estaba a punto de caer dentro del sepulcro, dejando en sus bordes seres muy queridos de su corazón.

La interesante compilación del maestro Lara Lagunas, digno de ser distribuida como texto gratuito en el sector educativo, dice que aquella calma de tres horas pronto desapareció y un nuevo ataque más prolongado que el de la mañana vino a perturbar la reciente tranquilidad. El doctor Alvarado le anunció que tendría que repetir el remedio… “Se tendió en el lecho, él mismo se descubrió el pecho sin precipitación y esperó sin moverse aquel bárbaro remedio. Y en la segunda ocasión, en que ya estaba prevenido para el dolor, no quiso mover el cuerpo y no lo movió; no quiso expresar el dolor en su semblante y no lo expresó, quedándose impasible, como si su cuerpo fuese ajeno y no el suyo propio”.

El presidente tuvo un ligero alivio y hasta permitió que uno de sus ministros, Sebastián Lerdo de Tejada y dos de sus generales (que pensaron que era un asunto reumático) acordaran con él sin inmutarse que el jefe máximo del país estaba moribundo, ya que éste se cubrió con una capa, arregló su corbata y se sentó tranquilamente en un sillón para discutir negocios graves de estado.
Poco antes de las once de la noche el presidente llamó a su sirviente, Camilo, oriundo de la sierra de Ixtlán, a quien dijo le comprimiera con la mano el lugar donde sentía fuerte dolor. El indígena lloroso obedeció; el presidente se acostó y a las 23:30 en punto, sin agonía, sin padecimiento aparente, exhaló el último suspiro… Trágica nota, nos leemos en la próxima.

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