Guayabazo
La verdadera Independencia de México Manuel García Javier guayabazo@hotmail.com – guayabazo@gmail.com En letras cursivas y con una lacrada águila azteca del gobierno porfirista, se giraron las invitaciones que tenían como referencia: “EL BAILE DEL CENTENARIO”; y como texto principal: “El Presidente de la República tiene el gusto de invitar a Ud. para el Baile que […]
27 de septiembre de 2021

La verdadera Independencia de México

Manuel García Javier
guayabazo@hotmail.com – guayabazo@gmail.com
En letras cursivas y con una lacrada águila azteca del gobierno porfirista, se giraron las invitaciones que tenían como referencia: “EL BAILE DEL CENTENARIO”; y como texto principal: “El Presidente de la República tiene el gusto de invitar a Ud. para el Baile que en celebración del primer Centenario de la Independencia, ofrecerá a la Sociedad Mexicana en el Palacio Nacional el 23 de Septiembre próximo. México, Agosto de 1910. (Firma personal de Porfirio Díaz)”.

Este lunes 27 de diciembre, recordamos un importante acontecimiento, el 200 Aniversario de la Consumación de la Independencia de México, que hace un siglo se festejó con la cena más fastuosa que se haya registrado en la historia del país: el ‘Baile de 100 años’ al que convocó el presidente Porfirio Díaz Mori, para celebrar en grande la independencia, evento al que se sumaron inauguraciones, desfiles, procesiones, cohetes, repiques, cañonazos, músicas, luces, verbenas, serenatas, exposiciones y borracheras a lo largo de un mes.

Hace 121 años, Porfirio Díaz usó como pretexto las fiestas de independencia para mostrar lo positivo de su caduco régimen y colocar a México ante el mundo como un país en vías de desarrollo, donde las comunicaciones, la inversión extranjera, la modernidad y las «buenas costumbres» europeas, eran parte de una sociedad condenada al progreso. Y más bien, para limpiar el desgaste político en el negro final de su decadencia, a escasos meses de su estrepitosa caída en el poder.

La fiesta del porfirismo argumentó el ‘Baile del Centenario’ como acto principal, porque hubo eventos como la develación del Monumento a la Independencia, la llegada de las reliquias de José María Morelos al país, la inauguración de la Universidad Nacional de México y la circulación de nuevos pesos, entre otros. La idea era superar las ‘cenas de lujo’ anteriores, donde se invitaba a lo más notable de la sociedad, pero principalmente a todos aquellos países que tuvieran relaciones amistosas y diplomáticas con México, como Estados Unidos y los centros de poder europeos.

Pero, volviendo a la centenaria cena, el banquete reunió a más de 10 mil comensales en distintos salones de Palacio Nacional, que se vistió de gala con la instalación de 30 mil lámparas eléctricas, esculturas, gobelinos y espejos por orden expresa de Porfirio Díaz. La ambientación corrió a cargo de más de 150 músicos que interpretaron valses austriacos y otros temas de la vanguardia europea.

En punto de las 8:30 de la noche, apareció doña Carmencita Romero Rubio de Díaz de la mano del presidente de México, agradeciendo a los invitados por su asistencia y dando inicio al banquete. Acto seguido, apareció un ejército de meseros con cada uno de los doce tiempos que el menú oficial, totalmente escrito en francés, prometió a los presentes.

El buffet fue servido, a partir de las 10:00 de la noche, por el gourmet francés Sylvain Daumont, el cual consistía en: Consommé Riche, Petits Patés á la Russe, Escaloppes de Dorades á la Parisienne, Noisettes de Chevreuil Purée de Champignons, Foie Gras de Strasbourg en Croutes, Filets de Drinde en Chaud Froid, Paupiettes de Veau a l’Ambassadrice, Salade Charbonniére, Brioches Mousseline Sauces Groseilles et Abricots, Glace Dame Blanche Desserts, Café-Thé, Jerez Fino Gaditano. Chablis Moutonne, Mouton Rothschild 1889, G.G. Mumm & Co. Cordon Rouge.

Fue el mayor absurdo de lujo y despilfarro de la historia de México, donde las élites porfirianas, cuya xenofilia y trato preferente al extranjero era confundida con un espíritu de cosmopolitismo, y qué mejor oportunidad para presumir los finos trapos de la moda parisiense, petulantes deseos de las damas de sociedad. Fue la fiesta de los ricos, de los diplomáticos que, encerrados en las paredes del palacio presidencial, disfrutaban de los más finos platillos; porque la de los pobres se había desarrollado días antes, el 15 de septiembre de 1910, con un zócalo repleto de personas que ya no creían en su presidente y que, peligrosamente, se acercaba a su fin.

De la celebración de la independencia mexicana, no ha habido otra con tanta fastuosidad como la porfirista; incluso en la actualidad, sólo se escuchan vivas a Hidalgo, Allende, Morelos y la Corregidora Josefa Ortiz, como los héroes que nos dieron patria y libertad. Raramente en las arengas algún despistado político refiere de la figura de Agustín de Iturbide, a quien algunos historiadores consideran auténtico ‘padre de la patria’, porque es el verdadero consumador de la independencia. Además, es el hombre que dio escudo y bandera al México independiente.

Aquel 27 de septiembre de 1821, entró a la ciudad de México el ‘ejército Trigarante’ encabezado por un Iturbide –que ese día cumplía 38 años–, al que le dolía una pierna, pero que iba elegantemente vestido de frac verde y montado en un caballo prieto. Cerca de sesenta mil espectadores presenciaron y vitorearon esa marcha del mayor ejército que se había visto en la capital. En fin, “fue el día más fausto que pudiera ver la nación mexicana», como lo reconociera el escritor Carlos María de Bustamante. Luego entonces, ¿Por qué reconocer como libertador a Hidalgo y relegar a Iturbide?.

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