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¡Oficio político, señores! Juan Ochoa Vidal juan_ochoa45@hotmail.com Desde hace más de cuatro décadas, en un contexto de agotamiento del modelo político pero sobre todo en el avistamiento de la complejidad que ya implicaba la explosión demográfica y la previsible incapacidad gubernamental para atender reclamos sociales, se diagnosticó que el ejercicio de la función pública tendría […]
22 de julio de 2022

¡Oficio político, señores!

Juan Ochoa Vidal
juan_ochoa45@hotmail.com
Desde hace más de cuatro décadas, en un contexto de agotamiento del modelo político pero sobre todo en el avistamiento de la complejidad que ya implicaba la explosión demográfica y la previsible incapacidad gubernamental para atender reclamos sociales, se diagnosticó que el ejercicio de la función pública tendría qué ser cada vez más eficiente, además de receptivo, realizado con profesionalismo y, precisamente, con sensibilidad social.

La tentación de incurrir en expresiones de autoritarismo, como aquello que regímenes dictatoriales de los setentas y ochentas aplicaron como “represión selectiva”, para sentar precedentes, el “buen ejemplo social”, no tienen cabida en ningún tiempo y sobre todo en una época en la cual se supone que todos hemos abierto los ojos, de modo que poseemos conciencia plena de nuestros derechos y obligaciones.

Todos los individuos a quienes la voluntad soberana del pueblo les concedió a través de la elección constitucional de sus jefes la facultad de toma de decisiones y procurar que los problemas se resuelvan mediante el diálogo y jamás por la violencia, debieran revisar, leer o releer no solo la legislación vigente, que incluye tratados internacionales, sino también los documentos básicos del partido en que militan.

No hay que esperar a que una situación delicada derive en hechos de sangre que ojalá jamás se produzcan, para que quienes son responsables de cualquier cargo público actúen con mucho sentido común, con prudencia, anticipándose a cualquier eventualidad, máxime que pudiere ser una de profundas implicaciones para la vida pública de cualquier lugar de la república y que comprometa al proyecto al que se deben.

Si alguien no se siente capaz de así entenderlo, o si de plano se niega a admitirlo porque su soberbia no se lo permite, más vale que se retire de donde está, antes de que haga más daño. Los vedetismos perjudican a todos y a su persona.

No estamos descubriendo el hilo negro al observar que el ejercicio público debe realizarse con un debido proceso, siempre con base en una agenda de riesgos. Para el tema que nos ocupa, hay que prever escenarios y desactivar potenciales conflictos. Para eso se le paga al funcionario público y no para sentirse todopoderoso.

El año pasado tuvimos una plática de aproximadamente una hora con un funcionario que acababa de tomar posesión de su encomienda. Nos preguntó cómo veíamos el panorama de Tabasco.

Le expresamos que no dejaba de sorprendernos el hecho de que en apariencia, solo en apariencia, la cotidianidad se daba como si hubiesen desaparecido las tensiones sociales y demandas ciudadanas que años atrás se expresaban en Plaza de Armas, en cierre de caminos y toma de pozos petroleros.

Y sí: era solo apariencia, porque los viejos problemas están no solo latentes, sino acrecentándose, aun cuando no exista propiamente un activismo oposicionista que los capitalice -como el que sí lo hubo, en diferentes intensidades, hasta 2012- porque ningún gobierno tiene una varita mágica para resolverlos; porque no hay suficiente dinero e inteligencia para abatir, por ejemplo, lo del agua y el drenaje. Ni qué decir del monstruo voraz del crimen.

Hoy, el reto de las actuales autoridades, en todos los niveles, es demostrar oficio político en su actuación. Es ser tolerante, como se le exigía ser a anteriores gobiernos que tanto fueron y son criticados.

Es agotar siempre el diálogo y reservar el uso legítimo de la fuerza solo como ruta extrema, cuando el daño que provoca la expresión de molestia social o de un grupo de individuos, ya rebasó límites de legalidad y razón, aunque incluso para tal efecto se tendría que actuar con inteligencia, con cumplimiento estricto de protocolos y absoluto respeto a los derechos humanos.

No se requieren maestrías o doctorados en derecho o en ciencia política para entenderlo. Queremos imaginarnos ahora a un señorón como Manuel Llergo encarando un conflicto, siempre con esa serenidad y gentileza que caracterizó a ese personaje de la vida pública que fue padre político de muchos que pudieron abrevar, aprender o no de su experiencia, de sus tablas.

¡Qué pena! Hay quienes creen saberlo todo y nada saben. Hay quienes reciben la oportunidad de ocuparse de una tarea y, de repente, se sienten dotados de superpoderes, sin entender que con su mala actuación le hacen daño a la institución que sirven, al proyecto del que se supone que forman parte, a la sociedad en general en términos de pérdida de confianza ciudadana, y desde luego a su persona.

Ojalá que siempre haya tiempo para recapacitar y que nunca un desacuerdo, un conflicto, una protesta en Tabasco, pase a mayores.
Twitter: @JOchoaVidal

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