Escenarios
Se buscan culpables Juan Ochoa Vidal Twitter: @JOchoaVidal A la una de la madrugada del domingo platiqué por teléfono con un amigo que vive en El Castaño, Macuspana. Estaba en la azotea de su casa, con dos metros y medio de agua. Me comentó que la última vez que hubo una inundación de esas proporciones […]
9 de noviembre de 2020

Se buscan culpables

Juan Ochoa Vidal
Twitter: @JOchoaVidal
A la una de la madrugada del domingo platiqué por teléfono con un amigo que vive en El Castaño, Macuspana. Estaba en la azotea de su casa, con dos metros y medio de agua. Me comentó que la última vez que hubo una inundación de esas proporciones en esa zona, fue hace unos 47 años.
Un servidor vive desde 2009 en un fraccionamiento de Tabasco 2000, a poca distancia del río Carrizal. Hace diez días el agua subió dentro de casa cuarenta centímetros. Allí, en la inundación de 1999, alcanzó más de dos metros.

Nacido en Atasta, en una parte en la que jamás se inundará, construí mi vivienda con plena conciencia de su ubicación, en el antiguo lecho de la laguna de El Espejo. Hace cincuenta años, la creciente del carrizal llegaba hasta cerca de la avenida de Los Ríos, en donde se localizaba la única pista del aeropuerto.

Desde inicios de los setentas el gobierno facilitó que se construyera sobre esa zona. El creador del sistema de presas del Alto Grijalva, Leandro Rovirosa, hizo su Tabasco 2000 a pesar de que repetía la frase aquella de que las aguas tienen memoria.
Hasta finales de los setentas, igualmente Las Gaviotas era un gran vaso regulador de lo que llamamos río Grijalva y que no es más que la prolongación del Río de la Sierra y del antiguo y otrora imponente Mezcalapa, en cuya ribera vivió mi familia materna.

Sí: desafiamos a la naturaleza. Hasta expertos en ingeniería hidráulica como Rovirosa pensaron que jamás volverían a inundarse las zonas bajas de Villahermosa, de Macuspana, Jalapa, Centla, Cunduacán, Tenosique, etcétera. El resto de nosotros hizo a un lado el sentido común.
A la par, cuando hubo mucho dinero público, no se le dotó a nuestras ciudades de sistema de drenaje adecuados, los que ya habían construido más de un milenio antes nuestros ancestros en ciudades como Londres y París.

Del urgente desazolve de los ríos se habló sobremanera en 1982, luego de la erupción del Chichonal que rellenó con cenizas lo mismo ríos y lagunas, que drenes en el Plan Chontalpa. ¡Puro bla-bla-bla! Meras promesa incumplidas. Demagogia que se repite en cada campaña, así como cada vez que la naturaleza cumple ciclos no necesariamente ligados al cambio climático.
Todos somos culpables: gobierno y sociedad. Cuestión aparte es la ineptitud a la hora en que debe brindarse ayuda a la gente que lo necesita, al igual que la vileza y las pillerías en que se incurren cuando hay manera de justificar altas erogaciones que no llegan a los destinatarios.

A propósito de esto último, entre 1999 y el año 2000 me consta que el ahora ex gobernador Arturo Núñez hizo proselitismo en Tabasco despensas etiquetadas como ayuda humanitaria para los damnificados del huracán Mitch, que dejó un estimado de 20 mil muertos y 8 mil desaparecidos en Centroamérica y también dejó cuantiosos daños en Chiapas, entidad de destino de esos apoyos.
No alcanzaría este espacio para hacer un recuento de sinvergüenzadas. Es bien sabido que en 2007 se desvió en Tabasco mucha ayuda local, nacional e internacional para los afectados por las inundaciones, bajo la responsabilidad de Andrés Granier Melo. ¡Ratas!

En el momento de escribir estas líneas, muchísimos tabasqueños sufren. Les llueve sobre mojado, porque además la señora muerte -la pandemia- anda suelta.
Urge que la Secretaría de Salud estatal ponga énfasis en el riesgo de que surjan ahora brotes de cólera, salmonelosis, dengue, infecciones por hongos y otras enfermedades. El reto es enorme y lo que se vive empeora la expectativa de mayor pobreza… y mortandad.

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