EN EL RECUERDO DE ANDRÉS IDUARTE
Agenor González Valencia Dos grandes privilegios en mi vida han sido la amistad con Carlos Pellicer y  la amistad de Andrés Iduarte. Aquél en el verso y éste en la prosa semejan por su transparencia al Usumacinta y al Grijalva que, como dos grandes vertientes, fluyen empapándose de aromas silvestres, ruidos de la selva y […]
12 de noviembre de 2014

Agenor González Valencia

Dos grandes privilegios en mi vida han sido la amistad con Carlos Pellicer y  la amistad de Andrés Iduarte. Aquél en el verso y éste en la prosa semejan por su transparencia al Usumacinta y al Grijalva que, como dos grandes vertientes, fluyen empapándose de aromas silvestres, ruidos de la selva y tradiciones olmecas y mayas, en fértil viaje por las tierras de Tabasco, para confundirse al fin, en un solo trazo que desemboca en el mar.
Conocí a Andrés Iduarte en México, hace unos veinticinco años. Era yo un joven con aspiraciones a poeta que, en busca del consejo del maestro, había arribado a la gran ciudad, con mi cuaderno de poemas bajo el brazo, esperanzado de luces y de apoyo intelectual. Pellicer me invitó un día a comer y de Sierra Nevada 779 que era la casa donde vivía, allá en las Lomas, nos trasladamos en automóvil de alquiler a eso de las tres de la tarde, a un lujoso restaurante. Con el asombro provinciano e ingenuidad juvenil, atravesé con el maestro el gran salón y llegamos a la mesa en la que fui presentado a Marcelino García Junco, Andrés Henestrosa y Andrés Iduarte.
Aquella es una comida inolvidable para mí. Recuerdo la ágil expresión de García Junco, la intervención que sobre indigenismo hiciera Henestrosa, la voz grave y madura de Pellicer y la pasión hispanoamericana de Iduarte.
Pasados algunos años, un día de San Andrés le envié a Iduarte un telegrama a la Universidad de Columbia y él, generoso y caballero, a los pocos días me contestó acompañando a su carta un ensayo sobre Rómulo Gallegos. Sus palabras permanecen frescas en mi memoria: “Agenor: ¡Qué susto me ha dado usted! ¿Todavía sigue escribiendo buenos versos? Cuénteme: ¿cómo está Villahermosa? Conservo en el corazón la imagen del playón. Desde las orillas del Hudson le envío un cariñoso saludo”.
Años después leí algunos de sus artículos en la Revista Siempre. Hoy, en su ausencia física, conservo su presencia a través de sus libros. Admiro la diafanidad de su prosa, su apasionado americanismo y su devoción por España. Fue, al igual que Pellicer, un tabasqueño continental que amó a Tabasco con el fervor permanente de un eterno enamorado. Afirmaba: “Por hijo del trópico tabasqueño, soy un ciudadano del Golfo y el Caribe. El amplio círculo hispánico, y el hondo círculo mexicano, se ven completados por esta fuerza regional que colorea y da sabor a la gran patria de la lengua y de la cultura, que amplía y deschauviniza la intensa patria política”.
Hablando de “Canaima” y del espanto primaveral de la tierra venezolana, florece su acendrado tabasqueñismo: “El mundo venezolano tiene con el tabasqueño notables coincidencias. Los mismos frutos, a veces con los mismos nombres: guácimos, jobos; palabras que de México sólo en Tabasco se usan: la voz jipato, cien más. Acudiendo a los Provincialismos tabasqueños de Santamaría, se encontrarán explicadas muchas palabras de uso corriente en los libros de Gallegos. El acento venezolano se parece tanto al tabasqueño, que a Horacio Blanco Fombona lo creían hijo de Tabasco en la capital de México. Es la relación piratesca de la época colonial entre el Golfo y el Caribe y es, sobre todo, la consecuencia de una misma y colosal geografía”.
Iduarte y Pellicer. Usumacinta y Grijalva. Dos grandes corrientes que se unen para exaltar en español bruñido, la grandeza de América y la exuberante belleza del trópico tabasqueño. De Iduarte ha dicho don Federico de Onís: “Para mí, Andrés Iduarte, tabasqueño y mexicano medular, es hispanoamericano cabal, el más cabal de cuantos hispanoamericanos he tratado”.
Y Andrés Iduarte lo confirma: “Hispanoamérica es grande porque conserva el espíritu español, procurando desechar de él cuanto hay de intransigencia, de dureza, de fanatismo, de soberbia, y a pesar de que las padece a su vez; que es grande porque a ese núcleo de cultura se agrega la herencia y la devoción por razas indias que fueron y son fuertes y finas, enérgicas y graciosas; porque a ella se suma el color de otra raza esclava y su mensaje; porque hay por delante un panorama común a todo género humano, que es el de justicia para todos los hombres y la armonía de todos ellos, sin imperios ibéricos, ni latinos, ni teutónicos, ni anglosajones. Estos españoles y estos hispanoamericanos, son las avanzadas de la cultura. Han podido ver. Pero los que no han podido, por no haber tenido ojos claros y penetrantes para descubrir la armonía tras la maraña de furias y vanidades, no merecen tampoco ira, sino comprensión, perdón y tierna enmienda”.
Vaya pues, mi recuerdo, al tabasqueño ilustre.

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