El vuelo del albatros
El Poeta es semejante al príncipe del cielo que puede huir las flechas y el rayo frecuentar; entre mofas y risas exiliado en el suelo, sus alas de gigante le impiden caminar. Charles Baudelaire / El albatros/ Versión de Ignacio Caparrós. Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com El viernes 24  —dentro del Encuentro de Literatura y Traducción “José […]
27 de mayo de 2013

El Poeta es semejante al príncipe del cielo
que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
entre mofas y risas exiliado en el suelo,
sus alas de gigante le impiden caminar.
Charles Baudelaire / El albatros/ Versión
de Ignacio Caparrós.

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com
El viernes 24  —dentro del Encuentro de Literatura y Traducción “José Carlos Becerra”, organizado por la UJAT en recuerdo de ese poeta en el 43 aniversario de su trágica muerte, ocurrida un día como hoy— participé junto con Ricardo Crocker y Jaime Olmedo, en una mesa en homenaje a Marco Antonio Acosta.

Allí, en el auditorio Manuel Sánchez Mármol, del Instituto Juárez, dije que Marco Antonio Acosta es un poeta, editor, antologador, crítico, viajero con alas de gigante, tan cercano a nosotros, tan nuestro cotidianamente, privilegiados coetáneos, que a lo largo de su vida creadora nos ha construido alas, nos ha elevado por encima de nuestro tiempo y nuestro espacio, nos ha llenado de voces suyas y de otros, de vuelos, de esperanzas.

Marco Antonio Acosta, Dédalo del verso y de la prosa, se buscó las alas más grandes para acercarse al sol de la cultura. Para amarrar su espíritu como al mástil se atara el viejo marinero, de la oda de Samuel Taylor Coleridge, en la tormenta y con el dolor de haber dado muerte al ave; se amarró, como Ulises para no sucumbir el canto de las sirenas en su retorno a Ítaca. Amarrado por completo a su tiempo, como ha dicho Miguel Ángel Ruiz Magdónel, a quien le agradezco la invitación para participar en ese homenaje del que varias veces platicamos.

Marco Antonio Acosta procuró las alas del albatros, el ave misma, compañera de vuelo que ha hecho menos duro el viaje del poeta que más allá del laberinto de la selva y el pantano ha surcado los cielos de la prosa y el verso, sin que el elogio, la adulación traidora o la crítica insana quemaran, como a Ícaro el sol, sus inmensas alas hechas para el espacio.

Sobreviviente a la gran generación poética de Carlos Pellicer, José Gorostiza y José Carlos Becerra, nuestro poeta  homenajeado en un ciclo cultural de nuestra Universidad, ha sido también testigo y cronista de primera mano de “de una generación fundamental de dramaturgos mexicanos” que han enriquecido el teatro nacional y ha sido, aquí acudo a Ruiz Magdónel, “el vocero de la generación tabasqueña de los treinta y cuarenta (José Tiquet, Alicia Delaval, Agenor González Valencia, Luis Barjau, Dionicio Morales, principalmente), pues es autor de las mejores antologías de poetas tabasqueños en el siglo pasado; y constituye con otros creadores de la cultura, como Jorge Priego Martínez, Agenor González Valencia, y otros dos o tres,  un grupo privilegiado de conocedores de la historia de la literatura escrita por tabasqueño en los dos últimos siglos”.

Una anécdota ejemplifica mejor la presencia de nuestro homenajeado en la vida cultural tabasqueña. Él mismo la ha contado en algunos eventos y la relata en su curriculum, una extensa recopilación de su andar por el espacio de la cultura en Tabasco y fuera de este laberinto verde.

“El día 16 de febrero (1977), a las 11:00 A.M. fui testigo personal del

trágico final de la vida de Carlos Pellicer en su casa de Las Lomas de Chapultepec: toqué la puerta y al abrir él me dijo: ¡Ay maestro, no voy a poder ir a Cuautla con usted; amanecí muy enfermo! Estaba ahí un vendedor de piezas arqueológicas y le dijo: ¡Ahorita vuelvo! Subió las escaleras quizá por dinero. Y al momento escuché un grito muy fuerte. Subí corriendo. Lo encontré encogido y me señaló una charola de medicamentos, indicándome que le diera unas pastillas, las cuales tomó con un vaso de agua. Un joven que lo cuidaba habló al doctor y ordenó que se le suministraran dos inyecciones de Valium, que yo se las apliqué. Llegó el médico y le aplicó una más. En seguida lo bajamos para meterlo a una ambulancia y así fue como llegó al Hospital de la Raza. Al día siguiente me llamó por teléfono Magdalena Saldaña, (Excélsior), directora de Diorama de la Cultura, para darme la mala noticia de que don Carlos había fallecido. Me encargó escribir algo sobre su obra poética y al día siguiente le llevé a sus oficinas lo que me solicitó”.

Hice un recuento, a vuela pluma, de los viajes del poeta y su Albatros Viajero, revista mexicana de la cultura, cuyo primer número nos llegó en el primer trimestre de 1996 y de 1998 en adelante se nos volvió, también,  libros por la faceta de editor de nuestro amigo: Ur y otros poemas (1998); Ocupaciones y preocupaciones 1 (2000); Ocupaciones y preocupaciones 2 (2004); A la búsqueda de la Cárdenas antigua I (2004) y A la búsqueda de la Cárdenas antigua II (2005).

Y concluí con el nombre de este Encuentro: Que sea, amigos, este Habla palabra el mágico abracadabra que en arameo es “Yo creo como hablo”, en hebreo: “iré creando conforme hable” o que sea el abraxas que grabe en fuego el paso de hombres como Marco Antonio Acosta y su vuelo del Albatros Viajero.

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