Editorial: De tabasqueño a tabasqueño
Adán Augusto siempre fue un joven coloquial, amante de la música, de los amigos, de la buena comida regional y con una simpatía y lealtad tal que como profesional de la abogacía, sus honorarios eran prácticamente inexistentes. No le gustaba cobrar, decía: “luego lo vemos, no hay problema” y al ser funcionario público, está demás […]
12 de julio de 2023

Adán Augusto siempre fue un joven coloquial, amante de la música, de los amigos, de la buena comida regional y con una simpatía y lealtad tal que como profesional de la abogacía, sus honorarios eran prácticamente inexistentes. No le gustaba cobrar, decía: “luego lo vemos, no hay problema” y al ser funcionario público, está demás decirlo, pero cierto es, despachaba en cualquier parte de la ciudad de Villahermosa en donde “el ciudadano” lo abordaba.

Líderes de trabajadores, campesinos, barrenderos, transportistas, obreros o simplemente amigos, siempre encontraban una mano amiga, y como notario público, Dios lo bendiga, “te colgabas” de su bondad, te trataba como si fueras el más rico de Tabasco, con rapidez, amabilidad, honradez, sobre todo con un gran cariño. Los arreglos de negocios, después de firmar los protocolos, te decía: “Vamos a comer algo, hay un nuevo lugar de carnitas estilo Michoacán”, de pronósticos reservados, ahí terminabas el día de trabajo, con tus escrituras en las manos, y Adán pagando los dos kilos de carnitas con una bonhomía fuera de serie.

Ingratos serían sus amigos y conocidos si negaran estos hechos. De sencillez, bondad y honradez. Afabilidad por dentro y por fuera, y su comportamiento superaba por mucho el término lingüístico de la palabra.

Lo conocí en sus inicios, siempre en un mundo lleno de alegría y satisfacciones. A mí me ayudó mucho, pero vi también cómo ayudaba a los padres en las consultas médicas de sus hijos, pagaba todo, no escatimaba esfuerzos, siempre por delante de todo el gran corazón llenó de cariño al prójimo. ¿Pedir algo a cambio? Jamás lo escuché, ni lo vi, ni lo viví, pero me reía de su contestación: “estás pendejo, no me debes nada”.

¡Ah ta bueno!, también tiene sus malquerientes, aquellos que no entendían lo que pasaba, Andrés Manuel conoció a este hombre al igual que nosotros, y lo aprendimos a querer como un hermano pese a la diferencia de edad. Todos teníamos diversas ocupaciones, pero siempre acabábamos reunidos. Dentro de cualquier actividad de la vida pública, comíamos y cenábamos una vez a la semana en nuestras casas, o en el rancho de un compadre “tremendo” con pasión por la comida, primero solos, solteros, muchos, pero no todos, después jóvenes y casados, por el resto de los años, casi 40, nos reuníamos con nuestras esposas y familias, sin pretexto, si no había motivo, lo inventábamos y si de fin de año se trataba, el banquete era una fiesta sin fin por su gran calidad y abundancia entre una gran familia de amigos entrañables, aún ahora.

No conocemos a otro Adán, aún ahora nuestra amistad está fortalecida, y por supuesto, los cientos de testigos de estas historias, rápidamente platicadas, si fuéramos todos candidatos, votaríamos en masa por nosotros mismos. Nos unió siempre la amistad y nuestro límite no solo era Villahermosa, o la Ciudad de México, en donde podíamos, estábamos, y nunca nos separó la malquerencia, el coraje, el celo, o la envidia y nos unió la hermandad.

Parecería un cuento digno de hacer un libro, aún ahora, cada vez que podemos, estamos reunidos en la buenas, o en las malas, en la vida o cuando nace un hijo, y en la muerte, cuando nuestros padres, casi todos lamentablemente, tomaron el camino final. Ahí estamos todos. En las enfermedades, estamos en el hospital. Cuando enfermó Adán, el escándalo y las bromas casi lo infartan de las risas, su mamá, doña Aurora, nos corrió con las “música a otra parte”, Adánnnnnn. En las buenas o en las malas, por supuesto, tienes nuestro voto, aquellos que les duele el alma, que se apliquen, tenemos que estar con Tabasco y con nuestras raíces y nuestro cariño, que seguro, ni la muerte lo separará. Habrá tiempo de recordar.

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