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Dubrovnik, la perla del adriático
Ferdusi Bastar Mérito Rumbo Nuevo Hace más de 30 años recorrimos parte de la extinta república de Yugoeslavia, un pueblo alegre, ejemplo de progreso bajo el liderazgo del legendario Mariscal Tito. Vimos a eslovenios, croatas, servios, bosnios, herzegovinos, montenegrinos y otras etnias, como un pueblo unido, alegre y trabajador. Navegamos en diversos cruceros por el […]
3 de agosto de 2019

Ferdusi Bastar Mérito
Rumbo Nuevo
Hace más de 30 años recorrimos parte de la extinta república de Yugoeslavia, un pueblo alegre, ejemplo de progreso bajo el liderazgo del legendario Mariscal Tito. Vimos a eslovenios, croatas, servios, bosnios, herzegovinos, montenegrinos y otras etnias, como un pueblo unido, alegre y trabajador.
Navegamos en diversos cruceros por el majestuoso Danubio, admiramos las hidroeléctricas, a nivel del río, en plena llanura, que abastecían de energía a muchas regiones.
Disfrutamos su capital Belgrado, donde el río Sava se une al Danubio y pasamos días felices en la mítica Sarajevo, con su multitud de mezquitas y minaretes que recuerdan que fue un bastión otomano.
Por aquellos días comenzaban las historias de las apariciones de la Vírgen en Medjugorje, por lo que nos fuimos al sur, a Mostar, a orillas del Neretva y recuerdo que la ruta a la aldea de Medjugorje era la No. 25 y que casualmente se encontraba a 25 kilómetros de distancia.
Marta, por su fe católica, disfrutó todo el día este pueblito, la iglesia, los videntes, los sitios, las historias. De regreso al hotel, salí al restaurante en una terraza y todas las mesas de la orilla, desde donde se observaba muy abajo el río Neretva estaban ocupadas, solo una tenía nada más un comensal, y en mi media lengua le pedí al mesero que le preguntara si podía acompañarlo.
El tipo, que únicamente hablaba bosnio, aceptó. El, y yo que solamente mastico un poquito de “castellano”, pasamos un rato agradable. Cuando hay el propósito de comunicarse, esto se logra.
Croacia tiene una larga “cola” por la costa adriática, que termina en lo que literalmente es un enclave: Dubrovnik, una ciudad medieval totalmente conservada y con una alta muralla perimetral que se puede recorrer en redondo, a veces sobre altos acantilados y otras con espléndidas vistas de la ciudad.
Dubrovnik ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y después de andar por sus altas murallas, hay que perderse en sus laberintos de callejones subiendo y bajando escaleras. Visitar el emblemático templo de patrono San Blas, la Katedrala Marijinsa, el Palacio del Rector, el Monasterio Franciscano y la fuente de Onofrio.
En la histórica fuente Lovrijenac, en su puerta hay grabado un letrero “No Bene Pro Toto Venditur Auras Libertus”, que quiere decir: La libertad no se vende ni por todos los tesoros del mundo, Otro edificio interesante es el llamado Cuarentena, en el que durante los tiempos de la peste, los visitantes tenían que permanecer encerrados durante 40 días, para acreditar que no estaban enfermos.
Dubrovnik es una importante escala de cruceros, e indudablemente su sola visita, hizo que valiera la pena nuestro viaje a la antigua Yugoeslavia, desintegrada por la insidia norteamericana y la complicidad del Vaticano, que desencadenaron terribles guerras fratricidas.
En un último crucero por el Danubio, pasamos por la garganta de las históricas “Puertas de Hierro” y observamos los antiguos grabados cincelados en las paredes de este cañón. Llegamos Klodovo, en la hoy Servia, y cruzamos a Turnu Severín, en tierras rumanas, donde comimos unas “tripas”, que de intestinos no tenían nada, eran unas mojarritas fritas, y allí tomamos tren a Bucarest, la capital del del feudo que en aquel entonces gobernaba Nicolae Ceaucescu.
Viejos recuerdos, de viejas andanzas.

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