Diplomado y periodismo
Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Julio Cortázar / Las babas del diablo Erwin Macario erwinmacario@hotmail.com La historia, contada, resumida esa noche de viernes, parece sencilla; como la moraleja. Una mujer presiona, intenta seducir a un fotógrafo para que le entregue unas […]
7 de julio de 2014

Entonces tengo que escribir.
Uno de todos nosotros tiene
que escribir, si es que esto va
a ser contado. Julio Cortázar
/ Las babas del diablo

Erwin Macario
erwinmacario@hotmail.com

La historia, contada, resumida esa noche de viernes, parece sencilla; como la moraleja. Una mujer presiona, intenta seducir a un fotógrafo para que le entregue unas fotografías que ha tomado ese día. Ante la insistencia, ampliando las imágenes, descubre que ha captado un homicidio en el parque. De su laboratorio desaparecen las pruebas. Acude al lugar y encuentra el cuerpo del hombre asesinado. Busca a sus amigos, enfiestados, drogados, que no le creen. Al despertar —él mismo ha participado en la diversión de esa noche— hojea la prensa. Nada aparece del crimen, del posible hallazgo del cadáver. En el parque no halla el cuerpo. Al retirarse pasa por donde unos mimos juegan futbol ¡claro, sin balón! Éste sale disparado fuera del campo y, cae a los pies del fotógrafo —magia del manejo de cámaras de la película sintetizada de esa historia—. Los mimos le introducen al movimiento dramático corporal que mantienen el en el campo del juego, pidiéndole les devuelva la pelota.

Todos, los que han visto la cinta Blow-up, dirigida por Michelangelo Antonioni, y los que el viernes escuchamos la apretada síntesis de Arturo Núñez, vimos regresar el balón al juego, impulsado por una patada —aunque no tan buena como las del mundial futbolero actual— del fotógrafo. Sentimos ese arte dramático corporal del teatro físico introducido magistralmente para cerrar el filme.

Blow-up (Deseo de una mañana de verano), es la conversión del cuento Las babas del diablo, de Cortázar, en una película. Algunos críticos consideran que el libro Las armas secretas, (1959) que lo contiene, es la obra maestra del argentino al que este 26 de agosto recordarán el centenario de su nacimiento. Rayuela, novela que me regaló Fito Zetina, a la sazón director del Instituto de la Juventud de Tabasco, sería publicada cuatro años después. La película se rodó, en Londres, en 1966.

Traer a Antonioni y a Cortázar a una reunión de periodistas, a una cena de clausura de un diplomado en juicios orales, precisamente dirigido a informadores, no es casualidad.

Si bien este texto, esta columna, no intenta siquiera mencionar la correspondencia existente entre el cuento del argentino y la película del italiano —que no es tan exacta pues la historia del fotógrafo de la literatura gira en torno a traducir un tratado de derecho de un profesor de la Universidad de Santiago y el de la película a tomar fotografías—, es el crimen del parque y el silencio de la prensa, la realidad callada de un asesinato y la magia del movimiento dramático, la irrealidad, de los mimos, el leit motiv del discurso, la justificación de la historia contada… y la moraleja.

Así como ni puede existir el asesinato fotografiado sino se informa, así las reformas que crean los juicios orales en el procedimiento penal, tampoco existirían. Aunque no es tan exacto pensar que lo que no se escribe, se cuenta, se platica o informa no tiene realidad, algo hay de cierto. Si no se documenta la historia cotidiana, el pasado se niega. Las generaciones de mañana no sabrán lo que hoy sucede. La transmisión oral se pierde rápido.

Profesionalizar, pues, a colegas como se hizo en este Diplomado en Juicios Orales para Periodistas y Comunicadores por parte del Tribunal Superior de Justicia y la Universidad Nacional Autónoma de México , es enseñarles a mostrar el cadáver, publicar las fotografías… revelar la verdad. Y aquí, en lo de las fotos —¡esta malformación profesional—, recuerdo al dictador de El recurso del método.

El juego a que nos lleva —más que la película o el cuento, la ficción narrativa y la realidad— el discurso de clausura del diplomado, por parte del gobernador Núñez Jiménez, es a una especie de juego espejos entre la realidad y la ficción. Entre un crimen ocultado y el realismo mágico de un juego de futbol sin balón.

Julio Cortázar lo dice en el cuento, que hoy ha servido para epígrafe, del libro Las armas secretas, (1959),  que inspiraron a Antonioni y nos trajeron a esto: Entonces tengo que escribir Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto (y vivo, no se trata de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de alguna manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del comienzo, que al fin y al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere contar algo).

Pero empieza mejor: Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.

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