DETRÁS DEL TELÓN
RUMBO NUEVO Iván Aguirre Aguilar “La justicia no es más que una mercancía pública, y el caballero que preside el tribunal ratifica las transacciones”. Petronio A donde vamos a parar cita una canción actualmente. Esa, de entrada, sería la primera interrogante que, debemos hacernos como sociedad. Sí, como entes integrantes de una comunidad en la […]
13 de julio de 2015

RUMBO NUEVO
Iván Aguirre Aguilar
“La justicia no es más que una mercancía pública, y el caballero que preside el tribunal ratifica las transacciones”.
Petronio

A donde vamos a parar cita una canción actualmente. Esa, de entrada, sería la primera interrogante que, debemos hacernos como sociedad. Sí, como entes integrantes de una comunidad en la que, desafortunadamente, se observan situaciones que rayan en la debacle, el desorden, la perversión en sus distintos sentidos; he allí justamente que se esté viviendo una descomposición social preocupante al no mostrarse visos de mejoría entre las familias que conforman precisamente ese núcleo poblacional.

Si bien tales circunstancias se registran a nivel nacional e internacional, a nosotros, como tabasqueños, debe ocuparnos el entorno en el que a diario nos desenvolvemos.

El sentido común nos exige no sustraernos de todo aquello que de una u otra forma nos concierne.

Tenemos que actuar y procurar contribuir a que no se sigan dando eventos o conflictos que, a la postre, pudiesen significarse en serios retrocesos para la sana convivencia de los habitantes de este solar del sureste de la Nación.

Las autoridades han sido elegidas para cumplir con una encomienda, es decir, entregar buenas cuentas a los representados mediante programas de protección y salvaguarda de las personas, en renglones de especial importancia como la salud, la educación y, por supuesto la seguridad para poder –de entrada- transitar con toda la tranquilidad sin temor a ser atracados, asaltados o lesionados o, peor aún, a ser víctimas fatales de la delincuencia.

Tenemos que reconocer que “se ha perdido la brújula” respecto a lo que cada uno de nosotros debemos y tenemos que hacer.

Como padres de familias, estar atentos a la formación correcta en casa de nuestros hijos, como parte inicial de la orientación o posible desviación de las niñas y niños, que, en muchos de los casos, al ser producto de hogares disfuncionales, son, ese “caldo de cultivo” que es aprovechado por insanos intereses.

La labor de las autoridades exige el ofrecer programas preventivos en materia de educación cívica, buenos hábitos ante los demás, y desde luego, procurar las fuentes de empleos necesarias para que tenga un salario digno y decoroso que les permita llevar el sustento a cada uno de sus hogares.

Todo lo anterior “sería lo ideal” citan algunos politólogos y conocedores, pero lo cierto es que, mientras no haya capacidad de respuesta a las necesidades de todo un pueblo, no se tendrán mejoras sustanciales en el nivel de vida de una población.

El Estado, sostengo, debe ser inspirador, correcto. Tiene que ser un Estado sensible ante las necesidades y los sufrimientos de sus representados. Es acaso mucho pedir?

Las Leyes son con un conjunto de Normas a seguir y respetar. De eso, plenamente convencido estoy de que, es el mejor camino para llevar ese orden social al que tanto aspiramos, pero, que tanto nos garantizan que así sea?

Ya como cierre baste enumerar preguntas como ¿dónde quedó el Tabasco tranquilo? ¿Qué le pasó a la Villahermosa en la que se podía colocar en las puertas de la casa un sillón para descansar sin preocupación alguna?

-DE REOJO-
Sin exageración alguna, Sodoma y Gomorra están latentes en todo lo que está aconteciendo alrededor de los seres humanos. Desviaciones sexuales, drogadicción, pérdida de principios y valores entre niños y jóvenes se han constituido hoy en día, en severos flagelos para las buenas costumbres, los predicamentos de una real sana convivencia a como se estableció desde la concepción de la humanidad. Por citar, la aberrante pretensión de comerciar con niños mediante sistemas de subrogación o asistencia, para luego dárselos en adopción a parejas del mismo sexo, por supuesto que nos obliga a recapitular y cuestionarnos, que hemos hecho o que hemos dejado de hacer para que este tipo de eventualidades sean posibles en el mundo. Se nos ha olvidado que, lejos de discriminación, el derecho de uno, termina en donde comienza el de los demás. Peor aún, ante la imposibilidad de preguntarles a los aún no nacidos que “si quieren ser parte de una “familia” con dos mamás o dos papás” y evitarles traumas posteriores a la hora de ir a la escuela o para alternar con esa sociedad “discriminadora”. . . .

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